Soy una historiadora, profesora de español y librera que comparte sus impresiones, desde un rincón perdido en el corazón de Suiza, con quien las quiera leer. Desde la subjetividad más absoluta pero también, o al menos esa es la intención, desde el respeto
jueves, 18 de agosto de 2016
Despojados de votos, cargados de razones
Ya que tengo desatendido el blog, dejo aquí, aunque sea con bastante retraso, la reflexión a la que me llevaron las últimas elecciones y que publicaron "La Marea" y "TE Internacional". Y desde que lo escribí hasta hoy, apenas ha cambiado algo. Lamentablemente
martes, 12 de abril de 2016
Diccionario de urgencia: CAMPECHANO
Campechano: vocablo netamente español que define a un hombre de posición económica holgada y "buena cuna" (muy habitualmente de noble estirpe) que causa admiración en el pueblo llano por su locuacidad salpicada de simpáticos requiebros y guiños pícaros, además de cosechar los aplausos y la risa cómplice y aduladora de los medios de comunicación y de algún que otro político (aspirantes eternos y frustrados a la campechanía).
Gusta de la buena mesa (siempre que se la sirvan), la compañía femenina (a ser posible de edad inferior e independencia limitada) y el humor llano y despojado de carga intelectual. Suele ser aficionado a los toros y otras ostentaciones de patriotismo del de toda la vida (el campechano, ya lo hemos dicho, es muy español aunque pocos españoles acceden a esta categoría -bueno, lo dejo, que me estoy liando...). También gusta de demostrar su hombría y ríe a mandíbula batiente y con polo de marca desabrochado ante los chistes de maricones.
Sin embargo, cuando se ve contrariado por algún ser de los que considera de más baja estirpe, reacciona con furia y con orgullo dejando claro el sitio de cada cual y que una cosa es la campechanía y otra (¡ojocuidao!) poner en solfa sus privilegios ¡A ver qué se van a creer estos mindundis! En esos momentos en el que el Yin aristócrata se come al Yan populachero puede insultar o mandar callar, lo mismo le da a un periodista que a un presidente.
Para ilustrar la teoría con ejemplos prácticos véase también Juan Carlos de Borbón y Bertín Osborne
viernes, 25 de marzo de 2016
PARTE DE DEFUNCIÓN
Parte de defunción
„¿Día
y hora de la muerte?“ La voz suena metálica y rutinaria en la morgue heladora
donde yace la difunta
„Viernes,
18 de marzo de 2016, 17:30“
„¿Causa
de la muerte?“
„Fallo
multiorgánico“
„Fallo
multi… ¡A ver!...“ (la impaciencia ha venido a sustituir a la rutina) „Eso es
tanto como decir parada cardiorrespiratoria ¿Me puede concretar un poco más?“
„Sí,
claro, apunte… Todo comenzó en las extremidades. Las piernas le empezaron a
fallar cuando tenía que acudir donde se la necesitaba y era incapaz ya de
producir algo útil con sus manos. Los sentidos se le atrofiaron: sufría unas
acusadas sordera y ceguera, el olfato ya no podía distinguir lo hediondo de lo
bello y la piel se le había endurecido de tal manera que era tan incapaz de
percibir una caricia como de distinguir el frío del calor. Los problemas
circulatorios la tenían últimamente
postrada y no hacía nada por estimular el tránsito sanguineo ni tampoco por
aliviar los edemas provocados por flujos que se quedaban atascados
incomprensiblemente en algunas zonas de su cuerpo. Los riñones no funcionaban y
no filtraban los elementos nocivos de su organismo. Los pulmones se le llenaron
de aires de grandeza que no le permitían ya respirar con normalidad. El cerebro
apenas estaba ya operativo, habiendo pedido toda capacidad de reflexión y
llevándola a tomar decisiones estúpidas repetidas veces. El hipocampo estaba
destrozado, la paciente había perdido por completo la memoria. Y del corazón ni
le hablo: se puede decir que, a todos los efectos, carecía de él“
„Inaudito…“
Musita „Nombre y edad, por favor“
„Según
su documentación, se llamaba Unión Europea y decía tener 59 años. De todas
formas, las autoridades nos informan de que ha cambiado en varias ocasiones de
identidad. Y que se le había augurado un futuro muy prometedor. Pero la firma
del acuerdo con Turquía esta tarde la ha acabado de destrozar por dentro, aunque
llevaba ya tiempo pudriéndose en vida. Se automedicó con austeridad y acabó
haciéndose inmune al sufrimiento que generaba. Hasta el punto de llegar a
presionar noches enteras a gobernantes para obligarles a sacrificar sus ideales
y, lo que es peor, a sus ciudadanos. Empezó a sufrir alucinaciones producto del
miedo sin medida al otro, y aceptó ingerir sin control paranoias xenófobas de
gobiernos ultranacionalistas en lugar de tomar en consideración el diagnóstico
de organizaciones de defensa de los derechos humanos. Negociaba a escondidas un
tratado con EEUU que acabaría para siempre con los derechos sociales,
laborales, ecológicos y de seguridad sanitaria en su seno. Olvidó las guerras y
el genocidio que la habían asolado y dejó de sentir empatía, solidaridad, humanidad,
incluso con quienes se ahogaban a decenas a metros de sus costas. A veces
lloraba, un poquito, con lágrimas de cocodrilo, al ver una foto de un niño que hasta
parecía de los suyos. Pero lo justo, porque sufría un bloqueo emocional
crónico. Se convirtió en una bestia para sí misma, se traicionó y ha muerto
matando, sin que haya ni siquiera reaccionado en el último momento a las
labores de reanimación de quienes creían que aún podía revertir su situación. „
„Buf.
Queda todo registrado y listo para su archivo. Por favor, llévense rapidito a
la fallecida y abran las ventanas para airear. Un rato largo. ¿Alguien ha
reclamado el cuerpo?“
„No“
miércoles, 20 de mayo de 2015
A LUCHAR CONTRA LA DESIGUALDAD CON URNAS Y DIENTES (LOS DE NUESTRAS SONRISAS)
La frase “hoy se celebra
la fiesta de la democracia” en jornada electoral se ha convertido en un lugar
común tan manido que puede competir en cursilería con “marco incomparable”. Sin
embargo, si nos pudiésemos abstraer del tópico y nos parásemos a analizar el
significado de estas palabras, tendríamos que suscribirlas. En primer lugar, por
respeto. Si todavía no hemos degenerado en seres desmemoriados y
desagradecidos, no podemos echar al olvido la lucha de miles de españoles y
españolas por recuperar una democracia robada tras un golpe de estado (sí, ese golpe de estado que Esperanza Aguirre
niega) y una sangrienta guerra civil que dio paso a 40 años de dictadura
fascista, falta de libertades, represión y cercenamiento del ser cívico, con
consecuencias aún hoy visibles. Nadie podía celebrar esa fiesta de la democracia
que es votar en libertad, todo lo más se metía una papeleta en una urna de una
pantomima de referéndum. En ese tiempo oscuro hubo además una minoría de
mujeres y hombres dignos que iba más allá en su lucha por los derechos de todos
y en la que se jugaron la libertad, la carrera, la tranquilidad o,
directamente, la vida. Por todos aquellos luchadores, por nuestros padres, que
vivieron con emoción la vuelta de la democracia, y por los que se dejaron la
piel en defenderla cuando pendía de un hilo, como aquellos jóvenes abogados
laboralistas, compañeros de despacho de Manuela, a los que en una tarde helada
la ignominia fascista les segó la vida: por todos ellos, yo nunca he dejado de
votar ni dejaré de hacerlo. Ningún cabreo, ninguna decepción, ninguna falta de
expectativas me va a hacer desistir de ejercer un derecho y una obligación de ciudadana
y demócrata.
(Nota 1: al menos, intentaré ejercer
ese derecho. A pesar de las trabas que se nos ponen a los ciudadanos y
ciudadanas que vivimos fuera de España, a pesar de que nos hagan “rogar” el
voto dentro de plazos exiguos, a pesar de que nos hayan hurtado el derecho a
votar en las elecciones municipales, a pesar de que se empeñen en ignorar, a no
ser que esa fuese la intención real de los legisladores, que han hecho colapsar
la participación de los cientos de miles españoles emigrados hasta cifras que
nos hacen irrelevantes. Nadie os informará mejor que Marea Granate de este
expolio).
Pero no solo el respeto
por la memoria histórica me impulsa a participar en las elecciones. Votar es
comprometerse, votar es elegir, votar es acertar o equivocarse pero siendo
adulto y responsable. Ni todos son iguales ni es lícito escudarse en el
desinterés por la política para luego pedir cuentas. Como tampoco es suficiente
votar, claro. No vale tampoco acudir dócilmente a depositar una papeleta en una
urna cada cuatro años y luego confundirse discretamente en la grisura cobarde
de la mayoría silenciosa a la que siempre se aferran los políticos mediocres cuando el
miedo les inunda al escuchar que hay vida inteligente que les grita y les apela
desde las plazas, desde los medios de comunicación independientes, desde las
gargantas de los trabajadores en huelga, desde las tablas de un teatro.
Todo y todos somos
política y estoy convencida de que ser conscientes de ello es de lo poco bueno
que nos ha pasado en los últimos años. La crisis ha cumplido su perversa función:
ha cimentado los privilegios de las élites económicas, ha incrementado las
desigualdades de forma escandalosa en los países “desarrollados” mientras
estrangula cualquier esperanza de progresar en derechos y dignidad en las
regiones explotadas por el capitalismo salvaje y ha confirmado a los que
manejan los hilos de la economía global lo que ya sabían: que las instituciones
actuales (y no hablo solo de España) son meros títeres que se aplican en
cumplir órdenes, prostituyendo su función de servidores públicos. Además, generar
una crisis de esta magnitud debía servir para frenar las ínfulas de esa incipiente
clase media, que se había creído lo del fin de las clases y de las ideologías a
golpe de crédito, colegio de medio pago y desdén hacia el compromiso público,
pero que al mismo tiempo empezaba a incomodar a las élites. Lo había advertido
ya Rubén Bertomeu en los primeros 20 segundos de “Crematorio”, esa serie inmensa que se inspiró en
la novela de Chirbes y que se nos queda sin embargo corta a cada escucha que
desvelan los medios de comunicación. “Los ricos nunca pueden ser demasiados,
Traian. Si muchos tienen mucho dinero, el dinero pierde valor y ya no es útil”,
afirmaba Bertomeu. Le faltó ser un poco más explícito y añadir: démosles un
escarmiento a esos mindundis que osan mandar a sus hijos a la universidad y
salir de vacaciones como si fueran alguien y que se la peguen de bruces contra
la realidad. Con lo que probablemente no contaban los Bertomeus de turno que pueblan
consejos de administración, coleguean con políticos babosos y envían a sus lobistas
profesionales a marcar la agenda de los parlamentos es que al tensar tanto la
cuerda iban a acabar rompiéndola hasta conseguir que una parte de esa masa
desideologizada a base de consumismo se haya repolitizado como fruto de la indignación.
Por una vez, un “daño colateral” que aterra a los poderosos. Que esto sea flor
de un día o la base de una ciudadanía más consciente y decidida a sostener con
firmeza el timón de su futuro ya sólo depende de todos y cada uno de nosotros y
de que no nos dejemos embaucar.
Y aquí es donde volvemos a
la “fiesta de la democracia”. Construimos democracia y hacemos política a
través de la movilización social, del arte comprometido, de la prensa crítica,
de la educación en valores (y no en baremos de informes de la OCDE), a través
de la solidaridad y del compromiso diario. Pero siempre nos encontraremos como
ciudadanos y ciudadanas un techo de cristal que hará vanos nuestros esfuerzos (y
de eso las mujeres sabemos mucho) si este domingo, y todos los que podamos, no
llenamos las urnas de papeletas en las que depositemos nuestra confianza (y
nuestra exigencia) en un proyecto político, en el proyecto que creamos que
puede conducirnos a la sociedad a la que aspiramos y que a la vez sea el que
más voz dé a los ciudadanos. Un proyecto al que no nos limitaremos a regalar
nuestro voto para luego, una vez delegada toda responsabilidad, esperar a ver:
seremos críticos, exigentes, vigilantes y nada complacientes con aquellos que
tienen la responsabilidad y la obligación de representarnos a todos y a todas.
Pero nunca, nunca, nos quedemos en el sofá de casa sin votar. Eso, ahora más
que nunca, sería una inmensa irresponsabilidad.
(Nota 2: Y si de
verdad alguien se empeña en abstenerse, siempre le queda la opción de contactar
con uno de los miles de votantes en el extranjero a los que no les han llegado
sus papeletas o con todos los que hemos podido votar en las autonómicas pero no
en las municipales, para votar en nuestro nombre…)
Sé que ahora lo “políticamente
correcto” sería no pedir el voto para nadie y afirmar que cada uno de nosotros,
bien informados y muy conscientes de lo importante que son las consecuencias
del acto de votar, sabrá o creerá saber lo que es mejor. Y es así, estoy segura
de que son varios los proyectos políticos dignos e inspiradores que merecen la
confianza y el apoyo de los votantes. De la misma manera que también estoy convencida
de que otros son objetivamente destructivos para nuestro futuro: dejando aparte
los ridículos partidos de la extrema derecha xenófoba que ni me molesto en nombrar
porque no se lo merecen, tenemos que impedir que el PP continúe degenerando la
democracia, allanando los derechos ciudadanos y robándonos el futuro (algo, por
cierto, difícil si se vota a sus aliados naturales, aunque se les haga pasar
por el nuevo partido de moda): O dicho en lenguaje Netflix: Orange is the new blue.
Pero, si me lo permitís,
voy a pedir el voto. No me caracterizo por no significarme públicamente en el
compromiso político. Si algún día algún potencial jefe decide rastrear mis
perfiles sociales y no es muy proclive a tener en plantilla a rojas impenitentes,
mi CV acabará archivado en una papelera. Como eso lo tengo asumido, también me
voy a permitir, en consecuencia, el lujo de hacer mi propuesta. Sueño con un
cambio ilusionante en toda España, en Valencia, que lo necesita como nadie; en
Barcelona; en tierras a las que por diversos motivos quiero mucho, como
Galicia, Asturias, Euskadi o Extremadura. Pero el voto lo voy a pedir para mi
tierra, la que me vio nacer y crecer, la que quiero y añoro. Y creo,
parafraseando un magnífico post de David Martínez Pradales, que para Madrid “no es poco una mirada limpia, (…) no es poco una
sonrisa franca, (…) no es poco un balbuceo de inseguridad, fruto de la
reflexión, (…) no es poco una arruga en la piel, (…) no es poco no causar la
misma vergüenza ajena e indignación”. David escribía esto en referencia a
Manuela Carmena, Ángel Gabilondo y Luis García Montero. Y no puedo estar más de
acuerdo.
Mi voto en las elecciones
autonómicas ha sido para IU, para que
un poeta traiga el verso de la izquierda a una tierra arrasada por la voracidad
y la falta de escrúpulos de la derecha ultraliberal. Espero que muchos más
votos apoyen el proyecto honesto, necesario e ilusionante de Luis García Montero. IU es ahora
imprescindible como nunca, desde una izquierda consciente de que lo es y un
compromiso avalado por años de lucha (no sin sombras, ya lo sé). No soy una
ingenua y sé que son escasísimas las posibilidades de que Luis sea el próximo presidente
de Madrid. Así que sueño con que al menos, y no es poco, tras el 24M el
gobierno de mi tierra lo compartan un filósofo tranquilo, un trabajador social
con la calle aún pegada a la camisa y un poeta comprometido. Y no que esté en
manos (por favor, no) de una exgobernadora civil chillona y con un avalado
pedigrí represor.
Mi voto en las elecciones municipales
no ha podido ir, lamentablemente, para nadie, porque la reforma de la ley
electoral aprobada con los votos de PSOE, PP y CiU en 2011 nos ha quitado ese
derecho a los españoles residentes en el extranjero. Pero os pido que el
domingo vayáis a votar masivamente para que Manuela Carmena, de Ahora
Madrid, sea la próxima alcaldesa de la capital. Primero porque estamos ante
una candidatura ciudadana de unidad nacida de la repolitización de nuestra sociedad.
Y, sobre todo, porque tras décadas de megalomanía e ineptitud, Madrid se merece
a Manuela. Para que Madrid vuelva a ser una ciudad más luminosa, más habitable,
más justa, más humana. Porque quiero una alcaldesa de la que sentirme
orgullosa, que destile respeto y cariño, no soberbia y resentimiento. Porque a
mí a Manuela me apetecería darle un gran abrazo y sentarme con ella en un
bordillo cualquiera de un parque de Madrid a charlar al calor de sus magdalenas
caseras sobre los problemas de la ciudad. Por ejemplo, sobre las propuestas para una ciudad ideal que se plantearon en este diálogo sosegado y bien argumentado que nos regaló el pasado domingo A vivir que son dos días. Y en cambio, la mera posibilidad de
imaginarme un Madrid en manos de una condesa faltona, elitista y ultraliberal
(no, por favor, no) me genera lágrimas de asco, rabia, impotencia y vergüenza.
Y yo, creo que como casi todos, prefiero abrazar y reírme a llorar.
Y ahora, a votar, todos.
Masivamente, con alegría y responsabilidad. Por todos, también por los que ya
no están y por los que vendrán. Porque como muy bien concluye Rosa María Artal en su imprescindible artículo Yo votaría a Atila, “hoy, aún es
posible todo”. Y lo que hagamos posible este domingo, este 24 de mayo,
determinará todo lo que venga después
.
Ubicación:
Oberdorf Oberdorf
martes, 10 de marzo de 2015
EL MINISTERIO DEL EQUILIBRIO
Podía haber escrito el “ministerio de la perfección”, pero tampoco quiero
pasarme de frenada, porque, como siempre me ha dicho mi madre, todo se puede
mejorar. Lo que ocurre es que en "El Ministerio del Tiempo" aún estoy buscando lo
perfeccionable. Porque es una serie redonda. Desde hace tres semanas recibo una dosis de 70
minutos de todo lo que se puede necesitar para entretenerse encapsulado en un
solo envase. El concepto, no voy a negarlo, a mí, que no soy nada aficionada a
la ciencia ficción, me tenía un tanto despistada pero estaba dispuesta a probar
a apostar por quienes estaban detrás de ella. Si la han hecho los Olivares, pensaba,
los responsables de la gran primera temporada de Isabel o de la magnífica (y maltratada) Víctor Ros, había garantías. Me asustó un poco el fenómeno hype previo, porque cuando las
expectativas son tan altas, la decepción acecha.
Pero no hubo decepción. En absoluto: todo lo contrario. El MdT aporta todo
en su justa medida. Hay humor (la gran sorpresa): humor inteligente, bien
dosificado, sin recurrir a lo fácil, sin alargar la gracia, provocando más la
sonrisa o la risa breve que la carcajada (no, miento: “servicio de habitaciones”…
XDDD). Hay acción: creíble, bien rodada, bien trazada. Hay historia: muy documentada,
bien narrada, introducida de manera alejada de toda pretensión. Hay emoción,
pero contenida: en cada capítulo hay uno o dos momentos en los que se te
empañan los ojos o te recorre un escalofrío sin desatar el llanto. Hay guiños
constantes, sutiles e inteligentes a la actualidad y a nuestros referentes
culturales más cercanos, pero también se reta al espectador a adentrarse en
capítulos de nuestra historia.
Hay una selección de actores que es acertada no, lo siguiente: por primera
vez en una serie, no encuentro nadie que desentone. En los protagonistas, la traviesa
chulería de barrio de Rodolfo Sancho encaja sin chirriar con la seriedad
anticuada que borda Nacho Fresneda y con la inteligencia y el duende que
transmite Aura Garrido. El resto de los funcionarios son sencillamente
sublimes. Y todo aderezado con episódicos de lujo: ese funcionario Rellán, ese
Lope Clavijo, ese Espínola Langa. Un lujo.
Pero además está bien hecha, muy bien hecha. Como siempre destaca el propio
Olivares, en España se hacen maravillas con presupuestos exiguos en comparación
con las producciones americanas. Y MdT es una muestra incontestable de ello.
Soy alérgica al croma, pero aquí los efectos digitales son de tal calidad que
pasan desapercibidos y, cuando no es así, no molestan. La iluminación es la
apropiada (ay, pobre Diego Velázquez...): gris, a ratos opresora en las
dependencias del ministerio; oscura en una taberna de Lisboa del XVI; brillante
y luminosa en el claustro de Montserrat. No se abusa de la música, el ritmo es
el apropiado (nunca he visto 70 minutos más cortos, llego a dudar si no están jugando
también con nuestra concepción del tiempo) y la recreación de ambientes es
exquisita (ese interior del tren a Hendaya…). El armazón de esta joya es un guión inmejorable, del que no debemos perdernos ni una coma, porque no hay frases sin significado. Es un guión incompatible con el relleno vacuo de minutos.
Cada episodio es un regalo. El de
ayer nos brindó una reflexión (cuidado, va un spoiler) que supongo que a muchos nos parecía inherente a como se
plantea la serie, pero que necesitaba sin duda de un acontecimiento
histórico más próximo y, como tal, más doloroso, para quedar planteada. Si
alguien dispone de los medios para viajar en el tiempo y corregir acontecimientos
pasados: ¿lo ideal es hacerlo para que nada altere la historia o no sería acaso
mejor utilizarlo para transformarla y mejorarla? Es una pregunta compleja y creo que yo, personalmente, he tomado postura. Voy a esperar a ver por qué se
decantan Amelia y su equipo… La cosa promete.
PS 1: Gracias a todos los que la hacéis posible. Y a Pablo Olivares especialmente.
PS 2: Mensaje a TVE: esta es la ficción que espero de una cadena pública. Así
que vayan planeando ya la segunda temporada.
domingo, 22 de febrero de 2015
Nueva y vieja política, nueva y vieja emigración: crónica de la presentación de Marea Granate Zürich
Me cuesta mucho concebir IU
sin que convivan en ella la fuerza renovadora de Alberto Garzón y la solidez en
la lucha obrera de Cayo Lara, compartiendo ambos valores tan importantes como
la coherencia y la honestidad. De la misma manera que me cuesta imaginar un
periodismo que merezca la pena llamarse así que no valorase por igual el ímpetu
heterodoxo de Jordi Évole y la experiencia de Ramón Lobo. O, por supuesto, como
historiadora, pero no solo por ello, no me imagino una política en la que no
tengan cabida los movimientos sociales ciudadanos recién surgidos que luchan
contra la pérdida de derechos humanos y sociales sin que a la vez se impida que
caigan en el olvido los valores cívicos que inspiraron la II República, la
lucha antifranquista que acabó con la vida de tantos y tantas en la generación de
nuestros abuelos o la mezcla de incertidumbre e ilusión con la que nuestros padres encararon la llegada de la democracia.
En tiempos en que tanto se
teoriza sobre la vieja y la nueva política, esa necesidad de superar fracturas
generacionales se extiende también a la movilización política y social entre
los españoles emigrados. Hace casi un año, a base de observar algunas reacciones
y actitudes en la lucha por el derecho a la educación de los hijos e hijas de
los españoles en el exterior, llegué a albergar dudas preocupantes respecto a
una posible falta de sintonía, al menos en lo formal, entre el asociacionismo
asentado desde hace años en los países receptores de inmigración española y los
movimientos protagonizados por los recién llegados. Por un lado, las luchas de poder
durante décadas de bipartidismo también habían hecho estragos más allá de las
fronteras de España. Por otra, la distinta percepción de lo que ocurría en España
y, sobre todo, de la movilización social de la última década, podía ocasionar
ciertos resquemores, entre otras causas por el mayor peso de los medios de comunicación
“clásicos” entre la comunidad de españoles que llevan décadas en otros países. Me
preocupó entonces que se produjese un “diálogo de sordos” entre ambas
generaciones de emigrantes , lo que podría abocar finalmente a falta de comunicación
y, por tanto, de la unidad, tan necesaria siempre y más aún en un colectivo
minoritario dentro de los países de acogida, disperso y alejado de los centros
de decisión en España.
Sin embargo, ayer en Zürich
muchos de estos temores quedaron disipados y me pegué una alegría política al
cuerpo que, personalmente, necesitaba como la lluvia suave en medio de una
sequía prolongada -tened en cuenta que soy de Madrid y de izquierdas, creo que
no hay que explicar mucho más ;-)
En el Ateneo Popular Español de Zürich se celebró ayer una presentación con coloquio de la Marea Granate de
Zürich. La propia celebración de este
acto ya es de por sí una declaración de principios. El Ateneo abrió sus puertas
en 1968, en plena eclosión de la gran ola de inmigrantes españoles en Suiza, cuando
nadie se podía imaginar la televisión por satélite ni Internet, las llamadas
internacionales eran un lujo y los viajes a España, escasos. Un grupo de
pioneros llevan casi medio siglo abriendo las puertas de un local acogedor y
atestado de libros a actividades sociales, políticas y culturales. Y en ese sótano,
tan importante para dos generaciones de españoles en Suiza, cuatro
representantes de la llamada “nueva emigración”, Yolanda, Miguel Ángel, Daniel
y David, que llevan fuera de España entre dos y nueve años, presentaron ayer
Marea Granate, ese joven movimiento social transnacional y fuertemente ligado a
la presencia en redes sociales, que lucha por los derechos de los emigrantes españoles
pero también porque nuestro país vuelva a ser una democracia plena, donde se
respeten los derechos humanos y se priorice la justicia social.
Miguel Ángel Sánchez explicó
a quienes abarrotaban la sala del Ateneo cómo habían evolucionado los
movimientos sociales en España desde 2003, cómo surgió y se organiza Marea
Granate, ya presente en más de 30 ciudades de todo el mundo, y cuáles son sus
principales objetivos y preocupaciones. A continuación David García desgranó brillantemente
la “Ley Mordaza” (nombre más real que el que le dan sus promotores de “ley de seguridad
ciudadana”), haciendo especial hincapié en las consecuencias perversas del paso
de muchos delitos actuales a faltas administrativas, punibles con multas que ejercen
un dantesco efecto disuasorio sobre la movilización ciudadana al tiempo que se
restringen derechos democráticos básicos como el de reunión, opinión o información.
En tercer lugar intervino Yolanda Candela, que realizó un interesantísimo
análisis de la evolución de la legislación sobre el aborto en España y los pasos,
tan retrógrados como hipócritas, que ha dado el gobierno del PP jaleado por la
iglesia católica para restringir este derecho, poniendo en peligro la salud las
mujeres, especialmente de las más jóvenes en situación de exclusión social o de
violencia familiar. También informó Yolanda de la existencia de la Red Federica Montseny, formada por emigrantes españolas solidarias en garantizar el aborto
en condiciones dignas y seguras tanto a mujeres españolas en el extranjero como
apoyando a sus colegas en los distintos países. Después Daniel Pérez ayudó a
descorrer el tupido cortinón que oculta la información acerca de las
negociaciones del TTIP (Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión)
entre la Union Europea y EEUU. Partiendo de la base de que poco se sabe, algo
se intuye y mucho se oculta, hizo un
claro y detallado análisis de los intereses espurios que las grandes
corporaciones tienen en la firma de esos acuerdos, que relegarían a los estados
soberanos a meras comparsas de los lobbies económicos y equipararía por la
mínima la seguridad del consumidor y los derechos del trabajador en ambas orillas
del Atlántico. Por último volvió a intervenir Miguel Ángel con un tema que afecta más específicamente a los
emigrantes pero que tiene efectos políticos en España: las dificultades que la introducción
del voto rogado implican para los españoles emigrados y que han llevado a un
dramático descenso de la participación electoral en tres años del 32% al 5%. Se
cerró la primera parte del acto con la presentación de la página web que Marea
Granate Zürich ha creado para denunciar la verdadera “marca España” –no la que vende,
pagada con dinero público y a veces escandalosamente casposa, la “marca España” institucional.
La presentación de Marea
Granate Zürich fue tan interesante y completa que generó un interesante
coloquio con el público que probablemente se podía haber prolongado más allá
que la hora larga que duró. Entre los asistentes se encontraban jóvenes por
debajo de la treintena pero también muchos miembros del Ateneo, entre ellos
alguno de sus fundadores, rozando los 80 años. Y en esa sala llena de españoles
de distintas edades y trayectorias vitales, con diversas motivaciones para
emigrar y, aunque se respiraba una inequívoca sensibilidad de izquierdas entre
esas cuatro paredes, seguro que votantes de distintos partidos, se habló
durante más de una hora de política. Se pudo hacer política con mayúsculas: a
fondo, con apasionamiento, tocando incluso temas hasta hace poco tabú, pero sin
que nadie perdiera el respeto, sin que nadie tirara a la cara del otro ninguna sigla
política, sin que nadie perdiera de vista que lo más importante es la unidad,
la información, la conciencia política y la movilización cívica para poder
revertir todos los retrocesos en derechos y libertades que bajo la excusa de la
crisis económica o de la seguridad ciudadana caen como losas sobre muestras democracias.
Por supuesto que quedan
tareas por hacer. Falta, como decía Yolanda, que a esos “cuatro gatos” que conforman
hoy Marea Granate Zürich nos unamos muchos más hasta hacer manada…o jauría, que
mete más ruido. Falta una mayor cooperación con algunas de las mareas
nacionales, como la Marea Verde, para que quede claro lo que los españoles
dentro y fuera del país compartimos problemas y objetivos. Falta engrasar la
colaboración entre Marea Granate y otras movilizaciones por los derechos de los
inmigrantes, como la que lucha a través de la Plataforma REALCE y de distintas
APAS por la vuelta a la presencialidad en la enseñanza de lengua y cultura española
para los hijos de los emigrados españoles. O falta captar el interés de los
emigrantes de segunda generación, que frente a sus padres o a los que han
llegado más recientemente, tienen vínculos emocionales menos estrechos con España,
lo que suele conllevar también una implicación política de menor intensidad.
Pero a pesar de los retos
pendientes el acto de ayer demuestra que la unidad ciudadana y la conciencia
plena del retroceso histórico que estamos viviendo, y que hay que parar con
urgencia, rompe posibles barreras generacionales. Y confirma también que solo desde
la unidad y el compromiso podemos cambiar las cosas. Se disipan, pues, muchos nubarrones.
Recordaba ayer uno de los participantes del público a Gramsci y la necesidad de
conjugar “el pesimismo de la razón” con “el optimismo de la voluntad”. Gracias,
Marea Granate de Zürich y Ateneo Popular Español de Zürich, por hacerlo posible
con las distintas herramientas que tenéis a vuestro alcance.
jueves, 5 de febrero de 2015
La llave
Tengo la manía de llevar bolsos
enormes y oscuros, donde todo se me pierde irremediablemente. Lo peor, ese
manojo de llaves que a veces te da disgustos. Las he perdido, fijo, y el pánico
te asalta unos segundos. Entonces agitas el enorme bolsón con fuerza y las oyes
tintinear: estar, están. Alivio. No me tengo que quedar fuera con el frío que
hace. O con lo cansada que estoy. O con la cantidad de cosas que tengo por
hacer en casa. Ahora ya es solo cuestión de paciencia y de un par de minutos
dar con ellas, meterlas en la cerradura (a veces a tientas, que la luz de la
entrada funciona a su capricho) y ya, por fin, en casa.
La otra noche, al repetir
este gesto cotidiano, se me vino a la cabeza la imagen de José y Ana María. Y,
sobre todo, de sus hijos, la mayor de la edad de mi hija Sofía. Aunque ellos
encuentren su llave en el bolso, ya de nada les sirve. Ya no pueden entrar en
su casa, en su mundo, con sus recuerdos. La imagen de un guiso preparado la
víspera y que se quedaba en la nevera sin que nadie diera cuenta de él me hizo
llorar de nuevo de pena y de una inmensa rabia. No sé si mi querida Fani Grande
tendrá grapas suficientes para agarrarme el hígado.
Francisco Javier Recio narraba
en El Mundo el pasado 1 de febrero la
historia dantesca de una familia de Dos Hermanas que al volver a casa a la hora
de comer se encontró con que su llave ya no encajaba en la cerradura. Con que
el guiso se quedaba en la nevera. Con que los niños no iban a poder hacer los
deberes en su cuarto. La familia Salas Pérez había sido víctima de un “desahucio
silencioso”, de esos de los que apenas tenemos noticia porque falta el preaviso
para que la PAH o los colectivos locales se movilicen. Y porque se producen sin
ese indecente despliegue de lecheras policiales que tanto sonrojo nos provoca.
Alguien está solo en la puerta de la que en horas ha dejado de ser su casa, sin
un voluntario al que abrazarse llorando ni un funcionario judicial al que
increpar. No me puedo imaginar mayor desamparo.
Los elementos que configuran
esta historia desgarradora son ya habituales en las noticias: una familia
víctima del paro de larga duración y dependiente de la concatenación de
trabajos precarios y esporádicos y de la ayuda de la familia; un banco, el BBVA
en este caso, que prefiere incrementar su bolsa de pisos vacíos a ofrecer una solución
socialmente responsable a una familia; un juzgado que ejecuta una orden de desahucio,
desatendiendo un derecho constitucional
elemental; unos políticos autonómicos y locales que solo reaccionan cuando la presión
mediática puede ser dañina para sus intereses electorales.
Pero, además, en la ejecución
sigilosa de este desahucio hay dos actores de reparto cuya presencia me
obsesiona desde que leí la noticia. Que nadie me malinterprete, no me siento
nada cómoda señalándolos, porque soy consciente de que su grado de
responsabilidad en esta historia es infinitamente menor que la de los factores
que nombré antes. Pero estuvieron allí y fueron necesarios. Ellos tuvieron el
poder físico sobre una llave que separaba a una familia de su propia vida.
Cuando hace casi 20 años el
politólogo Daniel Goldhagen señaló la complicidad (más o menos silenciosa, más
o menos activa) de los “alemanes corrientes” en el Holocausto nazi, se generó
una enorme controversia. Los juicios de Nüremberg y más adelante los procesos
habidos contra militares golpistas por los crímenes perpetrados en las
dictaduras latinoamericanas habían establecido que los autores físicos de un
crimen de lesa humanidad no podían parapetarse tras la obediencia debida dentro
de la estructura jerárquica del ejército. Pero claro, más polémico y doloroso
era plantear que ciudadanos normales y corrientes, que en su vida habrían matado
una mosca, tuvieran que asumir que con su acción –o su inacción- habían
contribuido a que se cometiesen crímenes dantescos. Es un debate que se abrió y
aún hoy sigue generando encendidas discusiones e hiriendo muchas
sensibilidades. Pero es el precio que hemos de pagar si miramos de frente a
nuestro pasado y queremos ser honestos, consecuentes y extraer enseñanzas
útiles para entender el presente e intentar construir un futuro mejor. Sin huir
de nuestra responsabilidad y siendo conscientes de que cada uno tenemos en
cierta medida la capacidad de cambiar el mundo que nos rodea: para bien, que
sería lo razonable. Pero también podemos empeorarlo.
El policía recibe la orden de
descargar contra los manifestantes, pero él (o ella) es el responsable de la
intensidad con que emplea su porra o de apretar el gatillo que lanza la pelota
de goma que destroza un globo ocular o remata a un inmigrante medio ahogado. El
empleado de la caja recibe la orden de liarse a vender preferentes para
alcanzar los objetivos, pero es él (o ella) quien mira a los ojos de esa pareja
de ancianos (clientes de toda la vida) mientras les da el bolígrafo con el que
firmar una preferente que sabe que los despoja de sus ahorros. El empleado (o
empleada) de la ETT recibe la orden del responsable de la filial de rescindir
el contrato de esa madre soltera con argumentos peregrinos, pero son sus labios
los que repiten las mentiras más infames.
Claro que luego está elbombero que recibe la orden de reventar la cerradura de una anciana paradesahuciarla y desobedece, porque defiende que él está ahí para salvar vidas y
no para destrozarlas. Y sabes que si hubiese más Robertos se producirían menos
barbaridades. Que anteponer la ética, los derechos humanos, la empatía y la cercanía
al sufrimiento a la obediencia a la norma (o al jefe, o a la cuenta de
beneficios) haría nuestra sociedad más digna.
Y entonces pienso en el
cerrajero que recibe un encargo para cambiar una cerradura sin conocimiento de
los habitantes de ese hogar. Y pienso que si en toda Sevilla no hubiesen
encontrado un solo cerrajero dispuesto a ello, Ana María y sus hijos habrían
almorzado ese guiso el jueves en su casa.
Y luego pienso en ese
empleado de banco, fastidiado por tener que apurar la tarde de viernes en abrir
(rapidito, que no quiero perder el tiempo) la puerta a un padre desesperado que
llena dos bolsas de plástico. Y me pregunto, muy en serio, si no habría dormido
mucho mejor dejando esa maldita llave a esa familia durante el fin de semana
para que pudiesen empaquetar su vida con dignidad.
Ya, ya sé que ni el cerrajero
ni el empleado del BBVA son los responsables últimos. Ya, ya sé, que a lo mejor
el uno es una autónomo que apenas llega a fin de mes y el otro un empleado que
ve peligrar su puesto de trabajo en el próximo ERE. Pero con todo y con ello,
me cuesta entenderlos.
Dos trabajadores normales,
seguro que buenas personas, son incapaces de anteponer la ética a la obediencia
complaciente. No significarse, que repetían cual mantra los prudentes durante
la dictadura. Y, otra vez, las malditas mayorías silenciosas. Hoy preferimos no
pensar en lo que significa la llave de su casa para una familia. Mañana nos
creeremos que la culpa de nuestros bajos salarios es del inmigrante que ha
venido a vivir al piso de abajo (nos olvidamos que nuestra hija enfermera también
es inmigrante en Alemania). Y al día siguiente decidiremos ponernos dignos conlos griegos, olvidarnos que son compañeros de fatigas y víctimas del mismoenemigo que nos atenaza a nosotros mismos y les exigiremos el pago de la deuda
con un tesón que ni los bávaros…
Y, mientras tanto, mientras
perdemos en dignidad, humanidad y solidaridad, la llave de nuestro futuro se la
habrán quedado los de siempre. Sin vuelta atrás.
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