domingo, 11 de noviembre de 2012

A los editores de El País (por alusiones)


Ayer bien entrada la noche recibí un anónimo. Cumplía los requisitos típicos de los anónimos que reciben las protagonistas de las películas americanas de los domingos a las cuatro. Era insultante y quien  lo escribía ocultaba cobardemente su identidad, aunque por el estilo y el contenido no me fue difícil adivinar quién me lo remitía. Y venía dirigido, entre otros miles de personas, a mí, porque se titulaba „A nuestros lectores“ (entiendo que de El País, porque lo que le distinguía de los otros anónimos de las películas es que en lugar de estar hecho a base de recortes de periódico, venía publicado en uno).

Me dirijo, pues, a los autores del anónimo, que entiendo que son los editores y, muy probablemente, el director de El País. Lamento no poder personalizar esta carta como me gustaría, es lo que tiene no firmar lo que uno escribe (práctica que Vds., por cierto, condenan la línea 11 del cuarto párrafo del citado anónimo al que llaman Tribuna –cosas de la „neolengua“).

Como les decía, me doy por aludida porque soy lectora de El País. Con certeza no la más antigua, porque nacía apenas un año antes de que lo hiciera el periódico. Pero sí puedo asegurarle que sin cumplir los cuatro años el periódico que mi madre ponía en mis manos para que diese mis primeros pasos leyendo titulares era El País. Y desde entonces hasta ahora, El País, en distintos formatos, no ha dejado de pasar a diario (o casi) por mis manos. Es más, durante casi diez años, hasta enero de este año, fui suscriptora de la edición digital de El País. Eso incluso cuando ya todos los contenidos de su periódico (que consideraba también mío) se ofrecían, quizás temerariamente, de forma gratuita en la red. No es que me sobrase el dinero, no. Pero me sentía en la obligación moral e intelectual de retribuir un trabajo bien hecho, del que yo me beneficiaba como persona pero también como profesional. No de manera exclusiva, pero casi, he compartido con mis alumnos de español lengua extranjera artículos de este periódico, porque valoraba lo mucho que les aportaba lingüística y culturalmente. Tan importante ha sido El País (junto con la radio) en mi vida, que cuando hace casi veinte años tuve que elegir una carrera universitaria, el periodismo fue lo único que a punto estuvo de apartarme de mi vocación como historiadora.  

He mantenido de manera continuada mi fidelidad a El País a pesar de que no siempre, y de manera muy especial estos últimos años, la línea editorial del periódico respondiera a lo que una lectora habitual e informada podía esperar de un diario progresista e independiente. Sólo por ilustrarles con algunos ejemplos de momentos en el que El País me decepcionó sobremanera (hasta el punto de tener que comprobar que el artículo de turno correspondía con su cabecera) recordaré la feroz campaña contra Miguel Sebastián por favorecer a Gallardón, el tratamiento dado a movimientos sociales como el 15M (desde el desdén hasta el paternalismo disciplente), la ofensiva semblanza de Carme Chacón en las previas a las últimas primarias socialistas o el vergonzoso editorial de esta pasada primavera acerca de Urdangarín y las críticas a la casa real. A ello se suma una progresiva frivolización de los contenidos y de los suplementos. El día que el adjetivo „independiente“ se cayó de la cabecera de El País para reemplazarlo por „global“ un destello de inquietud en forma de escalofrío me recorrió el espinazo: la evolución posterior del periódico fue confirmando, lamentablemente, mis peores sospechas.

No solo han hecho una gestión económica, a tenor de los resultados, muy mejorable: de eso respondan ante sus accionistas. Lo dramático es que han dilapidado el enorme capital cultural,simbólico y hasta emocional del periódico que muchos identificábamos con la vuelta de la democracia a España. Un periodismo riguroso y de calidad que, pese a todos esos momentos en que me han indignado posicionamientos de los editores de El País, ha hecho que nunca renuncie a su lectura. Un periodismo que solo se consigue con buenos, magníficos periodistas profesionales que no se merecen ni la extraña deriva de su periódico, ni, muchísimo menos, que se les despida de la peor manera posible. Ni se lo merecen ellos y ellas, esas 129 personas que mañana perderán su empleo y de las que no voy a nombrar a nadie porque me dejaría a muchos en el tintero. Ni se lo merecen quienes quedan ahora (muchos activos en la lucha de los últimos días) al albur de nuevas decisiones arbitrarias ejecutadas por consejeros multimillonarios. Ni nos lo merecemos los lectores, que nos quedamos sin magníficos profesionales a los que leer y con la sospecha de que de esto solo va a resultar en una rápida merma de la calidad de „nuestro“ periódico. Ni se lo merece El País, que no, que no se merece languidecer así. Justo cuando la información rigurosa y la conciencia crítica son tan importantes.

Me estoy extendiendo y sé, señores editores, que todo esto les importa poco. Si no han escuchado a sus propios trabajadores, menos aún espero que lo hagan con una lectora entre tantas. Pero esta lectora, que sí firma con su nombre y apellidos, no va a dejar que acabe el día sin decirles, sin gritarles, que no voy a admitir que me insulten. Porque en su anónimo me toman por imbécil y eso, aunque peinen canas y cobren millones de euros al año, no se lo voy a admitir. A ver, que en su lista de artículos más leidos, como nos recordaba hoy una asqueada Rosa María Artal, lideren el glamour de Sergio Ramos y otras banalidades varias no significa que sus lectores estemos a ese nivel. Vds., que tan globales son, supongo que sabrán cómo funciona el efecto viral en Internet y cómo estas noticias llamativas, ligeritas y de fácil lectura corren por las redes y se multiplican. Vamos, que esa estadística de artículos „vistos“ (que no leídos)  la comprondrán en gran medida espectadores del Sálvame, quinceañeras en la edad del pavo y lectores del Marca que en su inmensa mayoría no han puesto nunca un euro treinta en la mano del kiosquero mientras con la otra cogían El País. Que no se han dejado la vista en las pantallas leyendo sus artículos. Que no han alargado toda una semana la lectura pausada de El País Semanal. Vamos, que no son sus lectores. Porque la mayoría de sus lectores no somos tontos, no nos vamos a dejar despirtar por vacuidades y en cambio sí vemos con tristeza e indignación el despido injustificado de 129 periodistas. Y muchos de sus lectores hemos compartido esa indignación en las redes sociales.

En un discurso de infausto recuerdo, Juan Luis Cebrián argumentaba que había una edad límite para ejercer el periodismo (no voy a ser tan poco elegante, Sr. Cebrián, de recordarle la suya) y lo vinculaba, entre otras cosas, a la necesidad de dominar la dimensión digital del periodismo y las redes sociales como instrumento (tampoco sería ahora elegante destacar que, Sr. Cebrián, su perfil de Twitter está cerrado al acceso público y que sólo ha escrito dos „tuits“ que, lamentablemente, no podemos leer). Sin embargo en su anónimo tildan las críticas vertidas en las redes sociales contra los editores y consejeros de El País como „fruto de la demagogia populista“ y „las tendencias libertarias de muchos“, aparte de manejar la „envidia“ y los „celos“ como otros factores detonantes de nuestra supuestamente injustificada inquina contra Vds. Solo les ha faltado hacer unas cuantas gracias sobre monos azules y pañuelos rojos y podríamos resituarnos en el pasado falangista de alguno de Vds. Como si fuera poco, nos tutelan, y concluyen que sus lectores podrían haberse visto „confundidos por las informaciones manipuladas“. No se confundan ni intenten (conmigo no lo van a conseguir) manipularnos.

Podría acabar jurando que nunca más volveré a leer su periódico o hacer alguna otra declaraciõn de intenciones grandilocuente. No lo haré porque no es cierto. Porque esta misma mañana he leído y compartido un magnífico artículo de Soledad Gallego-Díaz, y no soy tan incauta como para perderme sus artículos y los de muchos otros que se quedan. Seguramente nunca vuelva a ser suscriptora y es más que probable que pase por alto sus editoriales o los lea tapándome la nariz. No va a ser plato de buen gusto asistir a la debacle de un periódico de referencia (que espero no se extienda a otros medios del grupo) y aún me queda una pizca de optimismo al pensar que si, algún día, otros que no sean Vds. se ponen al frente, El País recuperará grandeza. Aunque nunca más sea lo mismo.

Eso sí, mientras estén Vds. al frente: no se les ocurra volver a insultarme. Y si persisten en hacerlo, al menos, firmen el insulto.

viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Por qué sí secundar la huelga del 14N?

Sé que alguien puede cuestionar que una persona como yo, que reside fuera de España y no se va a ver en la tesitura de tener qué decidir el próximo 14 de noviembre si acudir a trabajar o secundar la huelga, tenga legitimidad para hacer un llamamiento al paro general. Que mi posición es muy cómoda, que lo veo de lejos, que a mí nadie me va a descontar ese día de salario (entre otras cosas porque el país en el que vivo, como de costumbre, no se suma a esta huelga europea). Lo sé y lo asumo.

Pero estoy convencida de que no sólo puedo sino que debo defender lo importante de hacer de la huelga general del 14 de noviembre una movilización social masiva contra los recortes, contra el desmantelamiento del estado de bienestar, contra la conculcación de derechos. Porque me importa y me duele mi país hasta la lágrima y la indignación diarias. Porque me siento corresponsable en la lucha por nuestros derechos (de ciudadanos españoles, europeos, de seres humanos). Y porque me indigna que muchos de los que aún viviendo en España y sufriendo directamente los efectos perversos de los recortes y el envite despiadado de la crisis, no quieran ver la dimensión real de la tragedia y prefieran volver la cabeza y no implicarse.

Pero no puedo escribir nada para explicar la importancia de esta huelga porque alguien, Isaac Rosa, ya lo ha hecho en su blog de eldiario.es. Y si yo ahora quisiese plasmar lo que pienso, sólo me saldría un mal plagio de lo que ya ha escrito Isaac.
Aquí os lo dejo: