domingo, 24 de noviembre de 2013

Suiza: 12 a 1 contra la justicia social

Hoy en Suiza se han celebrado tres referendos de carácter federal y varios de ámbito cantonal y local. Esto no es una noticia llamativa en un país donde las consultas ciudadanas se producen con relativa frecuencia. Sin duda sí lo sería en otros países, como España, lamentablemente poco acostumbrados a consultar la opinión de sus ciudadanos. No pensemos sin embargo que es oro todo lo que reluce en el modelo de democracia directa de la confederación helvética. Una participación del 53% como la de hoy se considera extraordinariamente alta, lo que es sintomático del alto grado de desapego de los suizos hacia las urnas. Además, la conciencia de vivir en una democracia directa, que se presupone altamente participativa, entraña una perversidad. Los suizos creen fehacientemente que, a diferencia de lo que ocurre en otros sistemas democráticos, son los ciudadanos quienes deciden su futuro y el devenir del país y me temo que eso les hace, por un lado, bajar la guardia ante los desmanes de su propio sistema político y, por otro, mirar con soberbia excesiva al resto de democracias. Que puedan decidir vía referéndum si se va a construir una rotonda a la salida de su pueblo mientras el ejecutivo federal determina en una noche (y sin consultar a nadie) inyectar una cantidad escandalosamente multimillonaria para „salvar“ a bancos embarcados en aventuras especulativas coloca a la ciudadanía suiza en la misma posición que la del resto de ciudadanos de las democracias representativas: en último término, a todos nos gobiernan los mismos. Hay otro elemento de la democracia directa que hay que asumir: el pueblo al votar también se equivoca. A veces, estrepitosamente, como ha ocurrido hoy. Y es que además cabría preguntarse hasta qué punto los ciudadanos suizos (como el resto, vamos a ser sinceros) votan libremente. Cabe dudarlo, porque la manipulación y la gestión del miedo violentan la libertad.

Hoy se decidía, entre otros temas, sobre una iniciativa promovida por las juventudes socialistas suizas, que ha generado debate más allá de las fronteras helvéticas. Conocida como la Inicitiva 1:12, tenía como objetivo reducir la brecha salarial que en Suiza, como en el resto de las democracias capitalistas, se ha disparado en los últimos veinte años: si en Suiza en 1984 el directivo mejor pagado cobraba de media seis veces el salario mínimo en su empresa (mucho menos de a lo que aspiraba la propuesta de los jóvenes socialistas), hoy esta media se ha disparado al 1:43. Esta horquilla salarial disparatada nada tiene que ver, al contrario de las palabras de Grégoire Barbey de las que se hace eco acrítico El País, con una supuesta estabilidad del sistema suizo. Sistema, por cierto, que no impide escandalosas desigualdades sociales (aquí también un 1% de la población acumula más del 90% de la riqueza del país) y tasas de pobreza, muchas veces oculta a los ojos de una sociedad bien pensante y pagada de sí misma, del 20%. No se trataba tanto de limitar los salarios de los directivos, como de redistribuir la riqueza de las empresas de una manera equitativa, reduciendo los excesos y mejorando las condiciones laborales de los empleados peor pagados, como muy bien ha explicado Ferrán Camas Roda en El Diario.es. Parece evidente, pues, que racionalizar las desigualdades salariales, principal objetivo de la propuesta que se sometía hoy a referéndum, está cargado de sentido común y debería contar con el respaldo incontestable de esa mayoría de la sociedad que no pertenece a la élite privilegiada.

Hoy la iniciativa, sin embargo, ha sido rechazada de manera contundente, con un 65% de votos negativos y sin que en ninguno de los 23 cantones suizos superara el 50%. Contaba únicamente con el apoyo explícito de los socialistas, de los verdes y de algunos grupos minoritarios, además de los sindicatos y algunas organizaciones sociales progresistas. El resto del arco parlamentario y el propio gobierno suizo rechazaban la propuesta, que algunos minimizaban por ingenua y otros demonizaban por totalitaria. Ambas críticas eran exageradas. Si bien la iniciativa de los socialistas podía padecer de inconcreciones y algunas lagunas (como no haber contemplado el establecimiento de un salario mínimo o prever medidas contra la externalización de servicios), planteaba una discusión muy estimulante y un nuevo marco en las relaciones laborales, más justo y económicamente sostenible. Los miedos a una supuesta intervención totalitarista del estado en la economía de libre mercado eran también infundados. De haber ganado la propuesta de las juventudes socialistas, a buen seguro el parlamento suizo, de mayoría liberal y con una fortísima presencia de lobbies empresariales, se habría esmerado en no molestar en exceso a los grandes grupos financieros, como parece que va a ocurrir con la iniciativa Minder votada en primavera.

Hoy ganó, sin embargo, el miedo. El miedo cultivado con todos los medios gracias una amplísima y agresiva campaña propagandística. Carteles con una amenazante estética que apela al miedo atávico de muchos suizos (sí, hoy, en 2013) al fantasma soviético, artículos recurrentes en la prensa sobre el peligro de una fuga masiva de empresas e, incluso, el posible colapso de los clubes de fútbol que perderían todas sus estrellas. Frente a ello, la presencia pública, fuera de Internet, de los defensores de la iniciativa se materializaba en las modestas banderas rojas con el logo 1:12 que algunos particulares colgaban de los balcones de sus casas y que según uno se alejaba del centro de las ciudades iban escaseando. Con ocasión del triste cierre de Público dijo Jesús Maraña una vez que el dinero no suele viajar en maletas rojas: pues lo que sirve para la financiación de un periódico progresista es también aplicable a la de una campaña de izquierdas. Y la ciudadanía suiza, que se cree tan libre en sus decisiones pero que está atrapada en la misma telaraña pringosa de miedo y manipulación que corroe a las sociedades europeas, votó contra sí misma. Votó por proteger a una élite de privilegiados que hunden economías nacionales por pura avaricia. Votó en contra de promover una equidad que favorecería a la gran mayoría de la población. Y votó porque está presa (me temo que como lo están los españoles, los británicos, los noruegos o los franceses) de un discurso inoculado por décadas de consumismo que ha matado las células de la conciencia crítica y la solidaridad en ciudadanos de sociedades cada vez más grises y menos ilusionantes.

Por cierto, hoy, al tiempo que se ha votado en toda Suiza para perpetuar la desigualdad salarial, y por ende social, se ha optado en el cantón de Berna por criminalizar a los emigrantes pobres, no „dignos“ de aspirar a la ciudadanía suiza, mezclando de una manera pornográfica las delincuencia con la necesidad de acudir a los servicios sociales (gracias, Ana, por destacármelo). Los propios ciudadanos protegen al poderoso mientras criminalizan al débil. El miedo, el maldito miedo. Asquea.



*La foto que ilustra este blog está sacada de la combativa e imaginativa página de Facebookde los iniciantes de la 1:12 y que recomiendo visitar

domingo, 10 de noviembre de 2013

Carta abierta al PSOE de una ex simpatizante (y ex votante)

Fui simpatizante, que no militante, del PSOE. Hace ya tiempo que no me consideraba como tal, pero nunca me había tomado la molestia de hacerlo explícito. Pero hoy, empachada por la autocomplacencia miope de un PSOE desconectado (pese a su lema 2.0) de la realidad de los españoles y aparentemente ajeno a los motivos de la desafección de sus (ex) votantes, me he visto en la necesidad de dejar claro mi alejamiento del partido. Por coherencia personal. Pero también porque no quiero que nadie me contabilice como apoyo con el que ya no cuentan y porque sentía la necesidad de solidarizarme así con muchos honestos militantes y socialistas de base de los que creo que este fin de semana la cúpula de su partido se ha mofado (una vez más).

Os dejo la carta que remití esta tarde a la Agrupación Socialista de Alcalá de Henares (Madrid):


Hola a todos/as

Hace muchos años, cuando aún vivía en Alcalá de Henares, me hice simpatizante del PSOE a través de vuestra agrupación local. Desconozco a estas alturas cuál es el estatuto del simpatizante, si es una condición que se renueva cada cierto tiempo o es permanente si no se revoca. En este último caso, y por si aún figuro en algún listado del partido como simpatizante del PSOE, os ruego que por favor procedáis a eliminarme como tal y a no computar mi persona en ninguna estadística de simpatizantes del partido.

No tiene nada que ver con la distancia geográfica (mis vínculos afectivos y culturales con mi ciudad y mi país permanecen intactos) sino ideológica. El PSOE ya no me representa, desde hace tiempo. Os voté por última vez, y con la nariz tapada (ya sabéis: lo del voto útil...) en noviembre de 2011. Por última vez. No sería muy coherente constar como simpatizante de un partido al que no voy a votar y que me transporta constantemente de la estupefacción a la indignación.

Los que leáis esta carta probablemente no tenéis nada que ver con esto. Es más, considero que la pantomima de conferencia de este fin de semana ha sido una última bofetada de la dirección del PSOE en las castigadas mejillas de sus militantes de base. Sé que muchos sois honestos socialistas, autocríticos, coherentes, con ideas para que el PSOE volviese a ser un partido de izquierdas en conexión de verdad (que no "real", permitidme el chiste amargo) con los ciudadanos. Pero esto dista de ser así, y para muestra, un botón. O una autocomplaciente conferencia política.

Esta carta tampoco nace de una pataleta antipolítica. Creo en la política como motor de progreso de las sociedades. Nunca dejaré de votar (sería una falta de respeto imperdonable a los que se dejaron la vida, la salud o la libertad a manos de una dictadura) ni me dejaré embaucar por cantos de sirena de partidos populistas, sin ideología o flor de un día. Votaré a la izquierda, que para mí significa: justicia social; defensa prioritaria y radical de los derechos de los trabajadores y de la sanidad y educación públicas; resistencia al capital especulador; laicismo; derechos humanos SIN fronteras; feminismo y republicanismo. Eso no es el PSOE.

Insisto. No es una pataleta. Es fruto de una reflexión muy elaborada y a veces casi dolida. No voy a renegar de haber votado al PSOE: lo hice libremente. Y a veces con mucha ilusión, a qué negarlo. Reconozco muchas decisiones valientes y progresistas de sus gobiernos, tanto con González como con Zapatero. Mi crítica es racional, no voy a hacer una absurda enmienda a la totalidad.

Pero por favor, borradme (si es que aún figuro en algún listado) y no contéis conmigo. Eso sí: a los socialistas de verdad, honestos con vuestra ideología, os deseo, de corazón, suerte.

Saludos cordiales,

Fátima del Olmo Rodríguez

viernes, 9 de agosto de 2013

Harta

He dejado pasar día y medio, tras renunciar a ceder a mi primer impulso de lanzarme a escribir una reacción en caliente a las insultantes palabras de Rafael Hernando. Da igual. Ni el tiempo, ni el torpísimo intento de Hernando de glosar sus propias declaraciones ni las exculpaciones con medias palabras de algunas personas a las mismas han enfriado (más bien todo lo contrario) mi indignación. Ni aminorado mi sensación de estar harta, muy harta. Porque, a riesgo de plagiar a los queridos amigos de la Revista Mongolia, toca entonar retahíla de hartazgos.

Estoy harta de que señoritos de aire cortijero se permitan banalizar el sufrimiento ajeno y trivialicen dramas humanos que, ni de lejos, pueden alcanzar a entender. Las declaraciones de Rafael Hernando en el programa Al Rojo Vivo del pasado miércoles (a partir del minuto 16:50) dinamitan las fronteras de lo social, humana y políticamente admisible. No solo lo que dijo, sino cómo lo dijo: con suficiencia y desprecio. Eso sí, con una sinceridad inequívoca: estoy completamente convencida de que no miente cuando afirma no conocer a nadie que haya tenido que acudir al servicio de comedores habilitado durante el verano en colegios andaluces para paliar las carencias alimenticias de niños de familias con situaciones precarias. Si acaso se podría haber cruzado con algún hijo de algún peón de un cortijo de algún amigo, pero aunque lo haya tenido delante, no lo habrá visto. Sé muy bien que para los señoritos (y no hay necesidad de retrotraerse a la época que dibujaba magistralmente Delibes en Los santos inocentes) hay personas (y problemas) invisibles. Pero aún estoy más harta de que personas de esa calaña moral sean las que están legislando sobre nuestras vidas, aplaudiendo en el parlamento los recortes de derechos y permaneciendo impasibles (y se ve que también insensibles) ante las tragedias humanas que sus decisiones desencadenan. Cuando los políticos deberían estar asumiendo su responsabilidad y avergonzándose públicamente de que en España aumente la pobreza, la precariedad laboral y la desnutrición y malnutrición infantil (realidades todas constatadas por muchos informes de muy diversa procedencia), nos encontramos con que echan balones fuera y culpabilizan a las víctimas. Ya se sabe que para algunos jueces del Pleistoceno la mujer violada suele llevar la falda demasiado corta o el escote demasiado pronunciado. En la misma línea, para algunos políticos se conoce que los padres en paro y sin subvenciones (o con 423 euros al mes, que es casi lo mismo) son culpables de pagar la vivienda que, al menos, cobije a unos hijos de negro futuro. En fin…

Pero si harta me tienen los señoritos, al menos igual de harta me tienen sus palmeros y, aún peor, los que los justifican desde la clase obrera (bueno, ellos suelen seguir creyéndose clase media). Décadas de consumismo, despolitización de los trabajadores y alienación cultural han demostrado su eficacia. Tenemos una sociedad sorprendentemente desmovilizada, que mira con fatalismo y hasta indiferencia como yacen en el suelo sus derechos, pisoteados con ensañamiento. Pero, además, esa sociedad es en parte, consciente o inconscientemente, cómplice de los discursos más perversos del neoliberalismo. Si los padres no dan de comer a sus hijos, es que igual no deberían haberlos tenido, qué falta de responsabilidad. Si el parado lleva tres años en paro, es que, hombre, igual, algo de culpa tiene. Si el joven no encuentra trabajo, es que a lo mejor no debería haber ido a la universidad, es que si todos estudiamos, no puede ser. Si esa inmigrante acude a los servicios sociales, vaya, es que no habrá sabido administrarse, los de estos países es que no saben qué hacer con el dinero. Vamos, de nuevo: que si a esa chica la violaron, igual esa noche no tenía que haberse puesto un top ceñido y una minifalda y tomarse tres cubatas, que luego pasa lo que pasa y ya es tarde para arrepentirse. Esos discursos están en la calle, en la oficina, en la barra del bar… y hacen frotarse las manos a los que detentan el poder económico y político. Esas élites satisfechas que van a decidir cuándo ese integrante de la clase media, que mira con cierta suficiencia a su vecino menos afortunado, va a pasar al otro lado de la línea y va a sufrir una precarización de su situación. Y como eso todos lo sabemos, aunque muchos se resistan a aceptarlo, la reacción es conjurar el miedo a perderlo todo alejándonos del que está peor. Como si la pobreza y la mala suerte y la desgracia fuesen contagiosas. El miedo, ya lo decía José Luis Sampedro (como nos duele su hueco), alimenta al monstruo. Y ponerse de perfil o demostrar tibieza ante la insensibilidad de, por ejemplo, las palabras de Hernando, es un reflejo más de ese miedo. Un miedo que nos hace una sociedad más mediocre y más débil, y, por ello, más vulnerable a todas las embestidas de unas élites capitalitas salvajes que persiguen un statu quo consistente en ahondar de nuevo en la desigualdad. O, como resume brillantemente la viñeta de El Roto que ilustra esta entrada: „Los pobres se estaban haciendo ricos. Por suerte pudimos pararlo“.

Y también estoy harta de que el miedo y la insolidaridad empobrezcan no solo a España sino a Europa y a un proyecto de ciudadanía en el que deposité (¡qué ingenua fui!) muchas esperanzas. No me reconozco ni me identifico con esa Europa recelosa y cerrada, pacata y paleta, que se sacude con mohín de asco al que es diferente (al rumano, al moro, al refugiado, al español, al sudaca, al portugués, al yugoslavo, …). Siempre y cuando el „diferente“ no venga dispuesto a abrir una suculenta cuenta bancaria, a invertir cantidades astronómicas en deuda pública y privada o a comprar una propiedad inmobiliaria de lujo. En ese caso, y aún a pesar de que el dinero que le abre las puertas esté manchado de prostitución, tráfico de armas, drogas o evasión fiscal, ningún dirigente de esta Europa, tan civilizada y guardiana de sus valores y costumbres, le pondrá trabas. Por supuesto en esa Europa incluyo a ese no miembro de la UE (o medio cooperador a ratos y según le convenga) que es Suiza, también aquejada por un miedo que la devalúa hasta extremos que, me temo, sus habitantes aún no han alcanzado a comprender. El último clamoroso ejemplo lo encontramos en las escandalosas medidas segregacionistas que ha adoptado un pueblo de Argovia contra los solicitantes de asilo y que no desentonan con la tónica marcada por los resultados de algunos recientes (y polémicos) referéndums.

Y por último, ya que estamos en estas fechas en las que homenajeamos a trece jóvenes asesinadas por la barbarie fascista y que han devenido símbolo de todas las víctimas de la represión franquista, me declaro también harta de la equidistancia. del olvido, de los monumentos fascistas y el callejero infestado de asesinos, de la falta de rigor en la recuperación de la memoria histórica y del „al fin y al cabo, en la guerra civil los dos bandos cometieron barbaridades“.


Que el sentido común y el instinto de supervivencia me conserven este hartazgo y no me dejen bajar la guardia, no vaya a ser que, si me adormezco, aprovechen y  me despojen hasta de las ilusiones…

lunes, 3 de junio de 2013

Picasso, la „marca España“ y la acción educativa exterior




En un museo mediano, que alberga sin embargo una más que notable colección de Pablo Picasso, una profesora de primaria explica a sus alumnos, niñas y niños de entre 7 y 9 años, el cuadro „Niña con barco“ del pintor malagueño. Los niños, en el suelo, toman notas y esbozan el cuadro siguiendo las instrucciones de la profesora. Cuando esta les pregunta (en español) por el lugar de nacimiento del pintor, por su etapa en La Coruña, por los motivos de su estancia en Barcelona,… los niños levantan la mano compitiendo por responder (en español). Esta escena sería, para quien esto escribe, madre de una de esas niñas y testigo y fotógrafa de ese momento, edificante y motivadora en cualquier circunstacia. Pero tres elementos la hacen además especialmente emocionante: ese museo se sitúa en una ciudad de la Suiza Central; los niños que se afanaban en responder las preguntas sobre Picasso hablan en el recreo, en el colegio, en el vecindario y muchos en sus casas mayoritariamente alemán o su versión dialectal suiza; y la maestra que con entusiasmo y dedicación les transmitía esos conocimientos es profesora funcionaria del ministerio de educación de España. Para que esta pequeña maravilla cristalice existen las ALCE (Agrupaciones de Lengua y Cultura Española), un instrumento de la acción exterior del ministerio de educación, poco conocido en España.

Las ALCE nacieron como respuesta a la necesidad de dotar a los hijos de los españoles que emigraron en masa a Europa en las décadas de los 50, 60 y 70 de un vehículo para el aprendizaje de la lengua y cultura españolas. Si bien han pasado por diferentes etapas en cuanto al diseño curricular de sus contenidos (la última gran reforma tuvo lugar en 2010 con su adaptación al Marco Común Europeo de Referencia para las lenguas) ha habido una serie de elementos que las han definido invariablemente: son escuelas públicas y gratuitas (dependientes del ministerio de educación y a cargo de profesores funcionarios desplazados desde España); son de carácter no obligatorio y siempre complementario con el sistema educativo del país de residencia de los alumnos (apoyadas y reconocidas por las instituciones educativas de todos los lugares de implantación); comprenden una amplia etapa formativa de 10 años, con un reconocimiento oficial de los estudios cursados y la preparación de los alumnos para la obtención de un diploma DELE; y son de carácter intercultural, tal y como recoge el Boletín Oficial del Estado:

Los alumnos de las aulas de lengua y cultura españolas se encuentran integrados en el medio escolar y social del país donde residen. El objetivo prioritario de este programa es ahora el mantenimiento de los vínculos de los ciudadanos españoles residentes en el exterior con su lengua y cultura de origen, desde el convencimiento del valor que ello aporta, para el enriquecimiento personal de estos ciudadanos y para la difusión del acervo cultural español en sus países de residencia. (BOE Nr. 292 de 3/Diciembre/2010)

La escena antes descrita es una pequeña muestra de la consecución de estos objetivos. La gran mayoría de estos niños hablaban ya con fluidez español antes de entrar en la ALCE, pero no siempre es así, sobre todo en el caso de descendientes de tercera generación o hijos de parejas binacionales (en Suiza la cifra de niños que accedíeron a las agrupaciones en el curso 2006-2007 sin poder responder preguntas como „¿Cómo te llamas?“ o „¿Cuántos años tienes?“ ascendían a casi un 16% de las nuevas inscripciones). Además, muchos otros niños, aún hablando el idioma, tienen en la „escuela española“ (como nos referimos coloquialmente al hablar de las ALCE) su única posibilidad de sociabilizar en español, de acceder a libros en castellano, de ver un mapa de la España de las Autonomías o de saber qué representó Picasso para el arte español del s.XX. Todo ello les enriquecerá como seres humanos pero a su vez hará de ellos vehículos de transmisión de la lengua y cultura españolas a próximas generaciones y a sus coétaneos en el país en el que residen.

Parece que estos efectos positivos de la acción educativa exterior que, principalmente en Europa, generan las ALCE, coinciden con los objetivos que se fijan en el tan publicitado proyecto de „marca España“, que tanto parecen querer mimar nuestros gobernantes:


Su objetivo es mejorar la imagen de nuestro país, tanto en el interior como más allá de nuestras fronteras, en beneficio del bien común. En un mundo global, una buena imagen-país es un activo que sirve para respaldar la posición internacional de un Estado política, económica, cultural, social, científica y tecnológicamente. (Presentación del proyecto en la web: www.marcaespana.es)

Si bien se reconoce que el enfoque del proyecto „marca España“ es prioritariamente económico y destinado a la mejora del balance exportador, se valora también la tarea académica y se dedica todo un capítulo a la importancia de la lengua y la cultura españolas. La presentación es impecable: ¿cómo no sucumbir a los encantos de tan ambicioso y, en apariencia, coherente proyecto?

Pero precisamente la coherencia es algo de lo que nuestros gobernantes andan alarmantemente escasos. Casi tan escasos como sobrados de cortoplacismo. Cuando ya se dispone de un instrumento como las ALCE que funciona desde hace décadas, constribuyendo a la expansión de esa lengua y cultura tan importantes para impulsar la „marca España“. Cuando es más necesario que nunca invertir en la formación de nuestros niños, niñas y jóvenes. Cuando se ve venir otra nueva oleada emigratoria de españoles desterrados de su país por causas económicas (y estos nuevos emigrantes no siempre son jóvenes sin cargas familiares). Cuando se superponen todas esas circunstancias, los responsables políticos de la acción educativa exterior deciden debilitar la labor de las ALCE en su esencia. Ya no es sólo el cierre de algunas aulas o incluso agrupaciones que se produjo en el cambio de siglo en respuesta a la bajada de alumnos inscritos, coincidiendo con los años de la buena coyuntura económica y el retorno de muchos emigrantes a España. Esta vez los cerca de 15000 alumnos y alumnas de las ALCE distribuidas en Alemania, Australia, Bélgica, EEUU, Francia, Luxemburgo, Países Bajos y Suiza van a ver como paulatinamente se reducen a la mitad su número de horas de clase „presenciales“.

Un nuevo recorte en la educación pública que intenta escudarse (nada nuevo) tras una pirueta semántica („paliar carencias“) y al que se le atribuye una buena intención (potenciación del uso de las TICs) que no alcanza a tapar el fin real (ahorro de costes en personal docente e instalaciones). A partir del próximo curso, se reducen las horas lectivas semanales de tres a una y media para los alumnos de los niveles A1 y A2, como ya se nos ha informado a los padres y se puede ver en la circular del ministerio que ha trascendido, medida que luego se irá implantando curso tras curso al resto de niveles. La hora y media que se les quita a nuestros hijos será sustituída por una plataforma en línea con ejercicios para hacer en casa supervisados una vez a la semana por un tutor „on line“, que previsiblemente tendrá que atender como mejor pueda a un gran número de alumnos en un tiempo limitado. Se obliga con ello a todos los padres a disponer de un ordenador en sus casas con conexión a Internet. Pero no es esto lo que más me preocupa.

El drama reside en privar a nuestros hijos e hijas de una educación pública de calidad, calidad que sólo se puede proveer gracias a la labor entusiasta y vocacional de maestros y maestras que inspiran a nuestros hijos, que despiertan su curiosidad, que estimulan sus ganas de saber. Nadie me tiene que convencer del valor y la necesidad del uso de las nuevas tecnologías en la enseñanza, pero estas no pueden suplantar en ningún caso la labor docente. Tres horas semanales son un tiempo escaso, y por ello precioso, para sumergir a niños, niñas y adolescentes en un entorno cultural distinto a aquel en el que desarrollan su día a día pero que forma parte de sus raíces y de su acervo cultural y social. Pero es un tiempo, y puedo dar fe de ello, que los maestros de las ALCE aprovechan de manera sorprendente. Privar a estos niños y niñas de la MITAD de ese tiempo es irresponsable, ilógico y condena, me temo, a las ALCE, a una desaparición paulatina.

Ya han dado la voz de alarma los sindicatos de enseñanza , el órgano de representación del personal de las AAPP en Suiza, los Consejos de Residentes Españoles de Suiza y el PSOE Europa, por el momento con escaso eco pero con mucha contundencia (*). La imprescindible movilización de los padres se antoja casi imposible en un entorno tan disperso y nada estructurado. Parece difícil que se pueda llegar a poner en marcha una marea ni verde pálido. Pero si no hacemos nada por parar este golpe, me temo que vamos a entrar en un proceso de desaparición irreversible de un modelo educativo público también para las hijas e hijos de los españoles residentes en el exterior –que cada vez son más. Y es que el ordenador desde el que escribo no va a llevar a mi hija y a sus compañeros en un recorrido por el museo dejándoles con la boca (y las mentes) abiertas mientras descubren a Picasso. Eso sí, mientras esto ocurre, nuestro gobierno seguirá muy preocupado por la promoción de la „marca España“.


(*) Agradezco a Rosa María Requejo, Miriam Herrero y Baldomero García los documentos aportados  a este blog con posterioridad a la publicación de esta entrada


domingo, 10 de marzo de 2013

11 de marzo

En pocas horas se cumplirán nueve años del ataque terrorista que arrancó la vida a 192 compañeros y compañeras de viaje y que dejó el cuerpo o el alma lesionados a muchos cientos más. Nueve años de uno de los días más tristes que recuerdo, del que podría evocar casi cada minuto y que sé, sin embargo, que viví con sensación de irrealidad y con mucho aturdimiento. Nueve años desde que a eso de las ocho de la mañana sonase el teléfono de mi casa aquí, tan lejos ese día de Madrid, para escuchar a mi madre decirme que no me preocupara si oía las noticias, que les habían desalojado del tren que iba a salir de Alcalá porque "algo" había pasado en Atocha. Nueve años desde que encendí la tele, a ver qué había pasado, con una despreocupación relativa, para encontrarme con un inesperado relato del espanto. Nueve años desde que llamé a mis antiguas compañeras en aquella oficina de Méndez Álvaro para que me dijeran si todos habían llegado. Nueve años desde que mi amiga Almudena, por fin, entró en la oficina y ella, que tan entera era siempre, rompió a llorar al narrar lo que había acertado a comprender de la tragedia. Nueve años desde que mi madre me envió un SMS inolvidable en el que por primera vez se alegraba de que me hubiese venido a vivir a Suiza. Y es que hasta hacía siete meses durante años me había subido puntualmente en los mismos vagones de dos de los trenes que hace hoy nueve años se convirtieron en un amasijo de hierros. Para ir de mi casa en Alcalá a la oficina cerca de Atocha. A veces el de la 7:00, a veces el de las 7:06. Ese día una parte de mis compañeros habituales de viaje (casi siempre éramos los mismos en el mismo vagón) fueron salvajemente asesinados a la altura de la calle Téllez, otros en Atocha. Y en esos y otros dos trenes también muchos vecinos de mi ciudad, y dos compañeras de la empresa y tantos más...

Y pienso en que hace nueve años el tren de mi madre no llegó a salir de Alcalá y que ayer la pude felicitar por su cumpleaños. Y pienso en que mi mejor amiga, mi hermana casi, se bajó de un tren maldito una parada antes de que estallase y que, joder, Pilar, hace mucho que no te llamo para decirte que te quiero pese a la distancia.

Y pienso con asco en los asesinos cuyo fanatismo ciego y salvaje se convirtió en el horror para mi querida Madrid. Y pienso con vergüenza e indignación en los que mintieron y manipularon conscientes de que su inmoralidad llevándonos a una guerra injusta e ilegal no era ajena al horror. Y pienso con desprecio en todos aquellos que han instrumentalizado la tragedia para vender conspiraciones delirantes.

Y pienso con admiración en las víctimas que sobrevivieron y en las familias de los que se fueron. A ellos y a la gente que quiero, un abrazo largo y silencioso. Ya he hablado demasiado en un día en el que sobran las palabras.

http://youtu.be/_-dEkJihdtQ

lunes, 4 de marzo de 2013

Genügsam


Genügsam

El otro día durante la clase de alemán iniciábamos un tema nuevo que el libro dedicaba a la felicidad. Dentro de la nube de palabras que  se relacionaban con este inasible concepto surgió un adjetivo que desconocíamos, genügsam. Nuestra profesora nos lo aclaró (en alemán) y deduje de sus palabras que era un término que le parecía innegablemente positivo. Por si acaso, le pregunté si en algunos contextos se podía usar con un significado negativo o de crítica y me aseguró que en absoluto. Igual había entendido mal la explicación, así que miré en mi diccionario y encontré la traducción que me estaba temiendo:
genügsam
adj contentadizo, fácil de contentar;im Essen [comida]: sobrio; frugal; (gemässigt) moderado; (bescheiden) modesto;
genügsam sein contentarse con poco
II adv genügsam leben vivir modestamente (o con sobriedad)
Se confirmaba, al menos desde mi punto de vista, que era un adjetivo poliédrico. Un concepto que en ocasiones podríamos utilizar para describir a una persona que sabe valorar y cuidar los pequeños tesoros que le rodean y sentirse afortunada, por ejemplo, con la sonrisa de su hijo o con un rato de conversación con sus amigos o con un paseo por Madrid empapándose con su  variedad de ruidos y colores  ¿Quién podría no ver algo así como positivo? Pero, por otro lado, el adjetivo me provocaba bastante desazón, porque se deslizaba también hacia el terreno de la falta de aspiraciones y ambición vital, hacia el conformismo o, incluso, el fatalismo. Si las mujeres hubiésemos sido genügsam los últimos doscientos años, probablemente nuestro día internacional no fuese el aniversario de la masacre de unas obreras luchando por sus derechos sino que celebraríamos la felicidad de ser madres ergo mujeres auténticas (¿no es así, Sr. Gallardón?) llevando flores a María en mayo. Si los obreros hubieran sido genügsam los últimos doscientos años, hubiesen seguido aceptando agradecidos la caridad de sus patronos en navidad y otras fiestas de guardar en vez de haber luchado por sus (nuestros) derechos hasta dejarse la vida en ello. Si los ciudadanos fuesen siempre genügsam no habría manifestaciones multitudinarias en Portugal ni mareas en España ni primaveras árabes en el norte de África. Ni problemas para los poderosos, en suma.
Así que, testaruda como soy y obsesionada por el vocabulario (mis sufridos alumnos darían fe de ello) le volví a insistir al final de la clase a mi también sufrida profesora, porque no lo veía claro o, lo que más me sorprendía, no entendía como ella podía ver tan claro que fuese un adjetivo unívoco. Consultada la lista de sinónimos que da Duden, confirmó su criterio al tiempo que multiplicó mis dudas: bedürfnislos (sin necesidades, sin pretensiones), uneitel (lo contrario de vanidoso o –ojo, sólo para mujeres-de coqueta), modest (modesto), anspruchslos (sin pretensiones, contentadizo, poco exigente), abstinent (abstinente, abstemio), unprätentiös (lo contrario de presuntuoso, pretencioso), bescheiden (modesto, discreto, sencillo y en algunos contextos, humilde), enthaltsam (abstemio en la bebida, frugal en la comida y continente en el sexo), massvoll (mesurado, comedido), dankbar (agradecido), eingeschränkt (restringido, reducido), frugal (frugal, como en español) y  einfach (sencillo, simple, modesto), por dar solo los principales.
En el tren de camino a casa seguía preguntándome, perpleja, por qué ni mi profesora ni mis compañeros veían trampa alguna en la bonhomía del adjetivo ¿Tengo el espíritu crítico hipertrofiado? Pero eso no puede ser malo, me decía, mientras aún recordaba con un escalofrío el delicioso espacio de radio que Juanjo Millás, Pepa Bueno y Gemma Nierga nos habían regalado el día anterior advirtiendo lo necesario que es para una sociedad la capacidad de análisis y de crítica como antídoto contra el alienamiento ¿O es el espejismo de un supuesto bienestar económico el que nos hace caer en las trampas del conformismo? Puede ser. España había despertado del sueño de las clases medias cuando se pinchó la burbuja especulativa y muchos (no suficientes, probablemente) dejaron de ser “mayoría silenciosa”... y genügsam. Mientras, Suiza sigue viendo lo que ocurre  en el sur de Europa como una pesadilla lejana e imposible. Y no podía evitar relacionar el genügsam sein con ese mantra repetido hasta la saciedad por tertulianos, opinadores y otros terminales de la derecha mediática neoliberal que con irremediable condescendencia afirman que “lo importante para un parado es trabajar, lo de menos las condiciones, no le hables tú ahora a una padre de familia en paro de convenios e indemnizaciones por despido, sino de ingresar cada mes un sueldo para dar de comer a sus hijos”. Esta es la falacia n°2, consecuencia necesaria de la falacia n°1, el “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. O dicho de otro modo: “Os quitamos vuestros derechos por vuestro bien y no os quejéis, que la culpa, al fin y al cabo, ha sido vuestra”. Algo que parece que empieza a calar cuando muchos jóvenes, como nos contaba hoy la Ser, estarían dispuestos a aceptar minijobs.
De lo que no cabe duda, es que mi libro de alemán tiene razón al relacionar el genügsam sein con la felicidad. La felicidad de disfrutar de las pequeñas cosas, que seguro que nos engrandece. Pero también la felicidad que da vivir en la ignorancia y en la falta de compromiso, ahorrándose así las frustraciones que produce el no alcanzar los objetivos vitales y sociales a los que se aspira. Esa felicidad, a lo peor, nos empequeñece.

lunes, 4 de febrero de 2013

Quo vadis sanidad


Quo vadis sanidad

Hace tiempo que venía dándole vueltas a la idea de escribir sobre sanidad, sobre la importancia de la sanidad pública. Mientras, a una mala noticia se le sucedía siempre otra peor: privatización de gran parte de la sanidad madrileña, euro por receta, despojo a las áreas rurales de los servicios sanitarios y así en un perverso suma y sigue. Sin embargo,ha sido el artículo de Público acerca de la alerta lanzada por la AECC sobre cómo el copago afecta de manera especialmente preocupante y cruel a los pacientes oncológicos lo que ha colmado el vaso de mi muy mermada paciencia hacia la ineptitud y la falta de humanidad de nuestros gobernantes.

La ministra de Sanidad de España, por increible que pueda parecer, es Ana Mato. Y es increible no porque el hecho de ser una pija recalcitrante sea incompatible con un cargo ministerial. Consultados el BOE, la Carta Magna y los Códigos Civil y Penal nada justificaría tamaña discriminación. No. Pero se me ocurre, solo se me ocurre, que su condición de pija la inhabilita moralmente para tomar decisiones sobre algo tan trascendental como la sanidad pública. Más que nada por una evidente falta de empatía, que la puede llevar a tomar decisiones que a los ojos de ciudadanos normales (que somos la mayoría) sean injustas, crueles e inhumanas. Porque se me ocurre, solo se me ocurre, que alguien que no se percata de la presencia de un Jaguar en el garaje de su casa es más que probable que no sea capaz de comprender el esfuerzo que les supone a muchos el coste transporte a la sesión de quimioterapia. Se me ocurre también, solo se me ocurre, que alguien que lleva un bolso de Louis Vuitton con total naturalidad no alcance a comprender que el precio de ese exclusivo complemento equivale al de muchos sujetadores especiales de los que se ven ahora obligadas a comprar mujeres que han luchado con coraje y dolor contra un cáncer de mama. Igual me acerco a la demagogia, pensará alguien, pero también se me ocurre que con los kilos de confeti que cayeron sobre las cabecitas de los hijos de Ana Mato y sus  amiguitos daba para pagar a los payasos que, por falta de presupuesto, han dejado de contratar algunas áreas de oncología infantil.  Y es que una persona que disfruta del mejor momento del día viendo cómo visten a sus hijos es muy probable que tenga serias dificultades para ponerse en la piel de quien hace malabares con el presupuesto mensual y se aguanta el dolor de cabeza por no gastar en aspirinas.

Pero mientras esperamos, sin muchas posibilidades de éxito, a que la ministra que es la máxima responsable de la Sanidad Pública dimita o sea cesada, la ideología de la clase social a la que pertenece  se está materializando ya en las políticas sanitarias de las comunidades autónomas gobernadas por la derecha (iba a escribir PP, pero sería de todo punto injusto olvidar la contribución de CiU al desmantelamiento de la sanidad pública). El avance es imparable y la crisis es la coartada perfecta para implementar una forma de entender la sanidad como negocio. Salvo que pongamos todo nuestro empeño y nuestra capacidad de movilización en pararlo, claro está.  Y ahí el personal sanitario de la Comunidad Autónoma de Madrid nos ha dado un ejemplo del que me siento especialmente orgullosa. Por el momento, no han logrado parar el rodillo privatizador de Ignacio González (herencia recibida de Esperanza Aguirre y Gil de Biedma), pero están realizando una impagable labor de concienciación social. Tampoco es definitiva la paralización por orden judicial de los cierres de las urgencias nocturnas en varios pueblos de Castilla-La Mancha, pero sin la movilización popular probablemente ni siquiera existiría el alivio de esa decisión provisional. Por cierto, para tener una visión de cómo la crisis se está ensañando en las zonas rurales, es imprescindible escuchar el especialque Hora 25 (Cadena Ser) realizó desde Hiendelaencina. Además al escuchar, tras un cuarto de hora de programa,  a FranciscoParra, presidente del Colegio de Médicos de Castilla-La Mancha, y pensar de nuevo en la actual ministra de Sanidad, entran muchas ganas de llorar (o de romper cristales) por lo mal repartidos que están los cargos públicos

¿Y hacia dónde va la sanidad en España, si no frenamos su mercantilización? Se dirige hacia un destino nada incierto, no, se dirige hacia un sistema que conozco muy bien, porque lo observo desde hace casi veinte años y los sufro desde hace diez. Unas pinceladas acerca del sistema sanitario suizo pueden ayudar a comprender lo que nos espera en España de seguir por este camino. En Suiza, ese país al que tan a menudo viajan algunos miembros del partido del gobierno,  es obligatorio que todo el mundo disponga de una póliza de salud con una carta de coberturas mínimas, contratada a través de una aseguradora privada. Sólo en casos de extrema pobreza, los servicios municipales se harían cargo temporalmente del pago de las primas de ese seguro básico obligatorio. Se pueden contratar coberturas complementarias (algunas de ellas muy necesarias) y para abaratar las exorbitantes primas los adultos solemos aceptar una franquicia de entre 300 y 1000 euros. Con todo y con ello una familia de tres miembros pagará unos 600 euros al mes, a los que hay que sumar el copago (el paciente paga el 10%, previsiblemente en breve el 25%, de cualquier consulta y tratamiento, salvo para el embarazo y parto) , los medicamentos (excluidos en su totalidad de las coberturas de los seguros) y el transporte en ambulancia (una compañera de mi hija tuvo un accidente en el colegio y llegó a su casa una factura de 360 euros por su traslado en ambulancia...a la clínica que se ve desde las ventanas del colegio, apenas 600 metros), además de otros muchos gastos. Cabría esperar al menos una sanidad de calidad excelente y, como postulan los defensores del modelo neoliberal, con muchísimos menos costes para el estado. Pues no: ni una cosa ni la otra. Dejando aparte que en Suiza, como en España, he tenido la suerte de toparme con excelentes médicos en lo profesional y en el trato humano, el sistema es un desastre. La atención primaria no existe (cada paciente es responsable de buscar un médico de cabecera y se arriesga a quedarse desatendido si su médico de familia se va de vacaciones, se pone enfermo o se jubila) y las urgencias son telefónicas (a una paciente con antecedentes de trombosis y que sufría síntomas preocupantes se le recomendó dormir con los pies en alto, tomarse una aspirina y acudir al día siguiente a su médico habitual) u hospitalarias (normalmente a cargo de un MIR que consulta telefónicamente los casos más complicados  con su médico de guardia, así se trate de un politraumatismo y el médico en cuestión sea neurólogo).  La atención hospitalaria o las consultas de especialistas funcionan algo mejor, pero corremos el riesgo de dejarnos engañar por las apariencias. Maternidades preciosas, luminosas y con tres menús a elegir, carecen de UVI neonatal o no tienen suficientes matronas y dejan así a un bebé, cuya madre está inmovilizada, sin cambiar los pañales en 12 horas. A un paciente de 80 años, que además ha ingresado como “Allgemein” (seguro básico obligatorio) le realizan una desobstrucción arterial y lo dejan horas sin observación, mientras sufre un derrame interno, a punto de ser mortal. Sabemos que a los pacientes de la siguiente categoría del seguro se les garantiza un control casi permanente por parte del jefe médico. A una paciente con antecedentes familiares por partida doble de cáncer de mama no se le realizan mamografías periódicas: los controles ginecológicos incluyen solo la exploración manual. Las visitas pediátricas de los bebés están sorprendentemente espaciadas. Y se “ahorra” en prevención. Mi cuñado, jefe médico de traumatología, tuvo que luchar con denuedo para evitar que se suprimiera la obligatoriedad de la prueba de las caderas a los bebés. Como fue imposible convencer a las autoridades con argumentos médicos y humanos, tuvo que recurrir a un estudio de los costes que supondría el tratamiento de las lesiones derivadas en adultos.

El panorama no es más halagüeño si nos ocupamos de los costes. En España el “modelo Alzira” ya ha demostrado que el argumento de la eficiencia del modelo privado concertado hace aguas por los cuatro costados. También se ha comprobado en el casoalemán. Suiza no es una excepción. Los costes sanitarios para el Estado no han hecho sino dispararse desde que hace casi tres décadas se implantó el sistema vigente. El modelo de negocio está claro. Mientras que los hospitales privados compiten por hacerse con las intervenciones quirúrgicas más “lucrativas”, a los pacientes crónicos o de más edad se les deriva a hospitales cantonales. La arbitrariedad a la hora de fijar tarifas médicas ha disparado las primas. Una parte de esas primas repercute directamente en los cantones (dinero público) y el resto en los clientes-pacientes-usuarios,  abocados a destinar cada mes entre un 10 y un 25% de su salario a pagar el seguro médico. La competencia  por hacerse con una porción del pastel es tal que los gastos en publicidad y marketing generan sobrecostes brutales: entre agosto y noviembre uno puede recibir entre cinco y doce llamadas a la semana de call centers de aseguradoras para captar clientes. El modelo es ya tan insostenible, social y económicamente, que cada día son más las voces que desde la política y desde la sanidad, reclaman su revisión a fondo. La presencia de poderosos lobbies vinculados a las finanzas, los seguros y la industria farmaceútica en el parlamento  invita, sin embargo, al escepticismo. Al fin y al cabo, ya lo proclamaba sin rubor Juan José Güemes, la sanidad pública ofrece grandes   “oportunidades de negocio”. Por supuesto, no para el Estado y el ciudadano,  pero eso a Güemes, que se mueve en la misma estratosfera que Ana Mato, poco le puede importar. 

¿De verdad queremos que ese sea el camino de la Sanidad Pública en España? Cuando se trata de (sobre)vivir o morir con dignidad, todos (también los pijos), temblamos inevitablemente como insectos, expresión que tomo del escalofriante artículo de Cristina Fallarás. Lo que no es inevitable, sino radicalmente inhumano, es que además tengamos que temblar ante lo que nos va a costar sanar o morir con dignidad. O incluso que al final nos veamos obligados a renunciar a ello. Todos. Bueno, casi todos. Los pijos, seguro que no