martes, 13 de marzo de 2018

Ser bueno, ser buena

Cuando los profesores de español explicamos los diferentes usos de “ser” y “estar” con adjetivos (algo sin equivalente en casi ningún idioma) llegamos a un capítulo muy divertido que es el de los calificativos que cambian de significado según el verbo que lo acompañe (ya se sabe que la “paella está rica” pero “Bill Gates es rico, muy rico”). Y llegamos a ”bueno”. Con la comida lo tenemos claro: un plato de espinacas bajo en sal es buenísimo para aumentar la ferritina pero lo que está realmente buena es una generosa ración de patatas bravas. ¿Y cuándo hablamos de personas? Entonces les aclaro el tipo de malentendidos surrealistas/divertidos que se pueden generar si decimos que nuestro suegro está muy bueno. Pero en cambio, aclaro, comentar  que alguien es muy bueno, es lo mas positivo que se le puede decir. Ser buena persona es algo deseable, admirable, apreciado... ¿seguro? A veces parece que no, que corren malos tiempos para la buena gente.

Aunque desde hace un par de días  procuro asomarme poco a las redes sociales, y muy especialmente a Twitter, que hay momentos en que se vuelve inhabitable, anoche lo consulté brevemente. Brevemente porque me estomagó, por ejemplo, el acoso y derribo a Ignacio Escolar por su acertado análisis de los resortes oscuros del odio. Pero aún más pasmo me produjeron algunas de las reacciones a las palabras de Patricia  Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, el pobre peque almeriense de 8 años al que la maldad más incomprensible le ha arrebatado la vida. Y precisamente en contrajste con esa maldad, admiran más aún la dignidad y la sensatez de alguien cuyo dolor ni alcanzamos a imaginar pero con la claridad suficiente para pedir que no imperen la rabia y el rencor. Pues frente a eso, aún ha habido quien se cree con derecho a sufrir más que una madre a la que le han asesinado el hijo o a aventurar que tamaño desatino solo puede ser efecto de los sedantes ¿Cómo alguien en su sano juicio, claman los portavoces del odio, no va a pedir venganza a gritos? Ese exceso de bondad, aseguran, no puede ser bueno.

Hacía poco otra reacción virulenta, ante algo esta vez infinitamente menos doloroso, ya me había hecho cuestionarme de donde sale esa “mala gente que camina” (robándole el título a Benjamin Prado). Dani Mateo escribió un tuit que le valió un sinfín de burlas, insultos e improperios ¿Por qué? ¿Qué barbaridad había dicho este cómico? ¿Acaso algo de todos conocido como que la cruz del Valle de los Caídos es fea a morir (y hortera y megalómana y un insulto a la memoria de las víctimas de su dictadura...)? Pues no: escribió algo que de tan obvio no debería ser necesario recordarlo:



¡El acabóse! ¿Cómo se puede ser tan tonto  como para valorar la bondad en alguien que ostenta responsabilidades públicas? ¿De qué va a servir la empatía y la sensibilidad a la hora de legislar? ¿Acaso la ambición, el cinismo y el desprecio por los ciudadanos no son cualidades deseables en un político? Bondad. Buah. Paparruchas.

Y es que ahora ser bueno es de “buenistas”, uno de los neoinsultos favoritos (junto a feminazis) de la caverna mediática y social. Pedir que Europa asuma sus insoslayables deberes democráticos y éticos y acoja a los solicitantes de asilo que huyen contra su voluntad de guerras, persecuciones y violencia sexual es buenismo (salvo que Ana Pastor y el Gran Wyoming estén por la labor de acogerlos en sus casas). Recordar que ser musulmán no te convierte automáticamente en terrorista (de la misma manera que uno no era sospechoso de etarra por ser católico) es buenismo. Escandalizarse porque el presidente de una superpotencia proponga armar a los maestros y maestras (y no precisamente de bibliotecas bien repletas y laboratorios bien dotados) para, paradójicamente, acabar con la violencia es buenismo. Y así todo el rato. Mucho mejor que yo lo contaba Elvira Lindo en esta columna hace un año.

Y por si nos faltaba poco, la RAE nos regalaba el 20 de diciembre esta nueva entrada en su diccionario:



La definición de la Real Academia nos podría parecer, siendo generosos, chusca. Pero no nos debería de extrañar si tenemos presente que alguno de los sillones de la institución que vela por nuestra lengua los ocupan intelectuales que gustan de presumir de muy malotes (y muy machotes). Véanse por ejemplo los sillones i y S. Qué menos, entonces, que decir que uno se puede pasar de tolerante...

¿En qué momento ser bueno se convirtió en objeto de desprecio? ¿Cuándo se decidió que el cinismo sea un valor en alza? Sería tremendamente triste que ese discurso acabase siendo hegemónico.

Pese a ello, pese al ruido que hacen y el eco que encuentra los que desprecian la bondad, prefiero pensar, como Rozalen, que “el mundo está lleno de mujeres y hombres buenos”. Quedémonos, como dice Patrícia, con eso. Pero no nos despistemos, no vaya a ser que nos convenzan poco a poco de que ser bueno es de tontos.

Dedicado a Gabriel Cruz, cuya carita nunca deberíamos haber conocido, y a todos los pececillos  que se ahogan en la sepultura del Mediterráneo sin que conozcamos ni sus caras ni sus nombres. Porque ninguna niña ni ningún niño debería morir cuando esa injusticia es evitable.

 🌻🌻 ROZALÉN - Girasoles 🌻 🌻