sábado, 27 de octubre de 2012

¡Basta!

Hace unos pocos días en un programa de la Cadena Ser, cargado de buena intención, no lo dudo, se intentó hacer una llamada al optimismo dentro de la crisis y para ello un psicólogo, Rafael Santandreu, desgranó sus teorías sobre la felicidad. En mí, que le voy a hacer, los efectos fueron los contrarios a los perseguidos: lejos de insuflarme ánimo me puso, por decirlo diplomáticamente, de muy mal humor. Es probable que lo interpretase erróneamente, pero su tesis acerca de la confusión entre deseos y necesidades y la invitación a rebajar nuestras expectativas para alcanzar la felicidad me parecen un mensaje perverso. Una invitación a la indolencia o, aún peor, al fatalismo.

Sí me revitaliza, en cambio, y me infunde fuerza y entusiasmo escuchar esta magnífica entrevista de Carles Francino a Federico Mayor Zaragoza. La acabo de disfrutar, con diez días de retraso sobre su emisión el pasado 18 de Octubre en La Ventana de la Cadena Ser, pero me parecería imperdonable no compartirla inmediatamente con todos los que me leáis:


Mayor Zaragoza no necesita que se le glose ni que se le apostille. Cualquier palabra ahora solo vendría a repetir, peor expresado, sus lúcidas reflexiones sobre educación, democracia y modelo de sociedad. Duele pensar que personas de esta talla ética, humana e intelectual no sean las que están al timón en estos momentos.

Por eso, me uno al grito de Mayor Zaragoza (acompasado con el puñetazo en la mesa de Francino): ¡Basta!

martes, 23 de octubre de 2012

Velada literaria "Inés y la alegría"

Os dejo la convocatoria de la velada literaria acerca de "Inés y la alegría" que tendrá lugar este viernes en Lucerna. Si alguno estáis por aquí y os animáis a participar, sois bienvenidos/as:

"Café Libro - Octubre 2012

Estimados amigos:

Nuestra última reunión literaria del pasado mes de Junio fue una velada muy amena en la que nos sentimos dentro de un círculo no solamente de aficionados a la literatura sino también en un círculo de camaradas. Nos complace invitarlos a encontrarnos esta vez con Inés y la Alegría de la autora española Almudena Grandes en la Librería Ibercultura.

¡Recuerde que si ha leído el libro podrá participar aún más activamente de la charla!

Fecha: Viernes 26 de octubre
Hora: 20.30
Presenta: Fátima del Olmo (historiadora española)
Moderan: Kathy Häcki-Abarca y Angela Fuchs-Castillo
Lugar: Ibercultura, Baselstrasse 67, Lucerna

Toulouse, verano de 1939. Carmen de Pedro, responsable en Francia de los diezmados comunistas españoles, se cruza con Jesús Monzón, un cargo menor del partido que, sin ella intuirlo, alberga un ambicioso plan. Unos años después, Monzón cuenta con un ejército de hombres dispuestos a invadir España. Entre ellos está Galán, que cree, como muchos otros en otoño de 1944, que tras el desembarco aliado y la retirada de los alemanes, es posible establecer un gobierno republicano en el Pirineo español. No muy lejos de allí, Inés vive recluida y vigilada en casa de su hermano, delegado de Falange en Lérida. Ha sufrido multitud de calamidades desde que, sola en Madrid, apoyó la causa republicana durante la guerra. Pero ahora, cuando oye a escondidas el anuncio de la operación Reconquista de España en Radio Pirenaica, Inés se arma de valor, y de secreta alegría, para dejar atrás los peores años de su vida.
Inés y la alegría es el primero de los Episodios de una guerra interminable, un proyecto narrativo integrado por seis novelas independientes, que comparten un mismo espíritu y rinden homenaje a los Episodios nacionales de Pérez Galdós. A diferencia de estos, los Episodios de Almudena Grandes no aspiran a relatar grandes batallas, sino a reconstruir, desde la ficción, historias reales igual de heroicas, pero mucho más modestas, de la posguerra, los «momentos significativos» de la resistencia antifranquista.

Ibercultura
Rosa María García-Requejo
Baselstrasse 67
CH - 6003 Luzern
Tel.: +41 (0)41 240 66 17
Fax: +41 (0)41 240 08 06
ibercultura@ibercultura.ch
www.ibercultura.ch"

sábado, 13 de octubre de 2012

En blanco y negro


En blanco y negro

TVE nos da en los últimos tiempos muy pocas alegrías. Si acaso alguna magnífica serie de calidad, de esas que no desmerecerían ante cualquier buena producción británica y que forma parte de la „herencia recibida“ por el malogrado ente público. Fuera de eso, nuestra televisión pública nos empuja últimamente a que nos alejemos de ella y dediquemos nuestro tiempo libre a leer, pasear, visitar exposiciones, charlar con amigos o revisar nuestra videoteca. Es otra manera posible y legítima de interpretar su mandato de servicio público.

Sin embargo, en medio del erial, a veces es posible encontrar reconfortantes excepciones. Y eso ocurrió hace unos días cuando Versión Española reemitió el documental „El tren de la memoria“, de Marta Arribas y Ana Pérez (2005). Es un documental con un formato clásico que alterna testimonios (en color) con imágenes de archivo, en su mayoría en blanco y negro. Un documental sencillo, íntimo y emocionante que desgrana la vida cotidiana y los sentimientos de los españoles que emigraron por centenares a la ciudad de Nüremberg a principios de los años sesenta. Un documental que vi con el estómago vuelto del revés y ojos borrosos. Sin duda parte de esa sacudida emocional responde a mis propias circunstancias. Aún cuando uno deje su país por una decisión personal y no empujado por condicionamientos económicos o políticos, se convierte, en palabras de Rafa Torres, en un transterrado. O, como lo definía uno de los emigrantes en el documental, en un ser con el cuerpo partido. Alguien a quien el desarraigo acecha como la peor de las amenazas anímicas. Pero este documental, emitido en la España del otoño de 2012, es mucho más que un viaje introspectivo al alma del emigrante. Es también mucho más, siendo algo ya de por sí muy necesario, que un ejercicio de memoria colectiva y de justo reconocimiento al sacrificio que supuso la emigración para miles de nuestros padres y abuelos. Es el espejo que nos devuelve la imagen de lo que fuimos y de lo que creíamos que nunca volveríamos a ser. El azogue de ese espejo está probablemente envejecido, la nueva emigración no necesita ya quien le lea y escriba las cartas a la madre en un bar italiano de una ciudad hostil, ni los trenes son de madera, ni llegan a estaciones de lugares que sus ocupantes no saben situar en un mapa, ni las mujeres se avergüenzan de su desnudez ante un médico. Tampoco recibe la visita de los Coros y Danzas de la Sección Femenina ni el NO-DO propaga a los cuatro vientos su buena fortuna (por más que Españoles en el mundo se le asemeje bastante). Incluso buena parte de esa nueva emigración (a Alemania, pero también a Brasil, China o Australia) la configuran jóvenes bien formados, muchos con idiomas, muchos con viajes a sus espaldas, pero todos sin perspectivas ni esperanza en su propio país. Esos jóvenes que Concha Caballero describía certeramente ya hace dos años. Unos jóvenes y menos jóvenes que no se esperaban ser expulsados de su país y que se enfrentan a laincertidumbre –y esto no ha variado en medio siglo- de no saber cuánto tiempo durará su destierro, cuándo volverán (si vuelven) y cómo serán acogidos en su nuevo destino, cómo se enfrentarán al choque cultural y emocional de la emigración. Porque aún dentro de los límites geográficos de esta UE decepcionante a la que se le conceden premios vacíos ya de significado, nadie tiene garantizado un trato digno e igualitario, despojado de prejuicios y de miedos.

Si hace dos años ya se barruntaba el drama económico y social que se nos venía encima, las autoras del documental pocos años antes no imaginaban, como admitía la propia Marta Arribas, que estaban filmando un pasado que se iba a reeditar. Tampoco lo imaginaba probablemente Carlos Iglesias cuando en 2006 recibía la Medalla de Oro de Emigración por „Un franco, 14 pesetas“ y poco después rodaba el documental „Un euro, 3,60 lei“ sobre los inmigrantes rumanos en España. Nuestro país había pasado de ser un país de emigrantes a un destino de recepción de inmigrantes y eso se nos antojaba una realidad irrefutable. Una más de esas seguridades que se nos ha desmoronado.

Paradójicamente, hace unas pocas semanas, mientras en otro lugar de Suiza Carlos Iglesias seguía rodando cómo era la vida de los emigrantes de los sesenta, yo también me vi transportada medio siglo. En la librería española en la que circunstancialmente estaba trabajando entraron dos españoles, nada extraño. No eran clientes, preguntaban si había algún restaurante español por allí, pero no con intención de comer: estaban buscando trabajo. Uno, el que me contó todo, tendría unos 55 o 60 años, el más joven, unos 40, muy callado y ambos: eran oficiales de albañil en paro que habían llegado a Suiza en coche un día antes, como turistas. Ninguno hablaba alemán, solo el mayor francés. No conocían a nadie en Suiza ni acudían a ninguna convocatoria de trabajo. Venían a probar suerte. En lo que fuera, pero sin que los engañasen. Venían a Suiza porque habían oído que   los sueldos eran altos, que no había paro, que estaba previsto que en breve endureciesen las condiciones para la estancia y contratación de extranjeros y tenían que intentarlo antes de que esto ocurriese. Pero estaban perdidos, sin contactos, sin red social, sin poder rellenar un formulario, sin conseguir evitar que en un bar les sirviesen cerveza cuando lo que querían era agua. Y sin que yo, para mi frustración, pudiese hacer mucho por ayudarles, salvo advertirles de la distancia entre sus expectativas y la realidad suiza. Y en ese instante empecé a ver imágenes en blanco y negro. No arrastraban una maleta de cartón atada con una cuerda, no. Probablemente la maleta que llevaban en el coche, comprada en un bazar chino o en el Corte Inglés, hubiese incluso sido utilizada en su momento no tan remoto para algún viaje de vacaciones, de esos que uno hacía antes, cuando tenía trabajo y una vida aparentemente segura. Cuando luego Rosa, la librera que ocupa siempre ese mostrador, me advirtió de que escenas así venían siendo habituales, y cada vez más frecuentes desde hacía meses,  elblanco y negro decidió ya quedarse instalado en mi retina.

Hablando de blanco y negro. Ha habido reacciones desde moderadamente críticas hasta furibundasa la publicación, hace un par de semanas, de una serie de fotos en blanco y negro acompañando un artículo del New York Times acerca de la pobreza en España. Ninguna de las fotografías era falsa, lo que había ofendido a muchos de los críticos era la carga dramática extra que lleva implícito el blanco y negro. Ante eso, sugeriría la lectura del último informe de Unicef sobre la infancia en España. La presentación es lo más opuesto al dramatismo que uno se pueda imaginar. Las fotos (en color) son de niños como cualquiera de nuestros hijos a la entrada del colegio. Hay una prolija variedad de fuentes y colores, de gráficos y mapas. La presentación es atractiva y colorista. Léanlo sin saltarse ni una línea ni una cifra. Y verán los críticos y los menos críticos como, al final, lo de las fotografías en blanco y negro del NYT tampoco era para tanto. La realidad, aún en color, es mucho peor. A los nuevos pobres, como a los nuevos emigrantes, se les podrá retratar en color o en blanco y negro. Lo fundamental es que nadie intente desviar la mirada para no ver lo que hay tras la fotografía.

PS: Ya que la cito hoy, aprovecho este blog para compartir la ventana de comunicación que mantiene abierta Concha Caballero. La sección de Andalucía de „El País“, como las de Galicia, Euskadi y Valencia, perecen a manos de, parafraseando a Maruja Torres, ese aspirante a sardinita de Wall Street que es Juan Luis Cebrián. Desde aquí todo mi apoyo a las víctimas de la codicia y de la mala gestión de los dirigentes de un periódico de referencia que no se merecía esto. Malos tiempos para el periodismo.