En el 2014 han pasado
tantas “cosas” (esa palabra que a fuerza de oírsela Rajoy voy a acabar detestando…) y de ellas tan pocas buenas (retrocesos en las
libertades ciudadanas y en los derechos humanos, maltrato a la educación,
desprecio por la sanidad pública, corrupción a todos los niveles y en todos los
ámbitos,…) que hacer balance del año se me antojaba interminable. Y deprimente.
Así que por una vez me evado y voy a hablar de algo a lo mejor mucho más frívolo pero
que, no voy a negarlo, me encanta: las series de televisión. Para ello me meto
en camisa de once varas y hago de lo que no soy: crítica de televisión. Ahí va
la lista (cortita, no os preocupéis). El orden es aleatorio
1.
THE TIME BETWEEN SEAMS
La BBC ha acertado de pleno con esta adaptación del best seller de María Dueñas. Una creación impecable a la que, por
mucho que se intente, es difícil encontrar un defecto (quizás el hieratismo de
Rubén Cortada, pero su papel es demasiado corto para deslucir el conjunto). Una producción impecable, rodaje en localizaciones
reales y abundantes exteriores, ambientación exquisita y un vestuario que es un
personaje más. Pero esta vez la cadena pública británica ha ido un paso más
allá y en esta adaptación de una obra literaria ha conseguido superar con
creces a la novela de partida: la inolvidable interpretación de Adriana Ugarte
nos regala una Sira Quiroga con una variedad de matices de la que carecíamos en
la obra de Dueñas. Un regalo.
2.
THE
PRINCE
HBO ha apostado fuerte y ha decidido que en televisión hay vida más allá de
Madrid, Barcelona o la idílica costa cantábrica. Y lleva la acción de este thriller policiaco a un barrio degradado
de Ceuta, donde jóvenes sin expectativas laborales basculan entre el
narcotráfico y el yihadismo, y del que hasta hace bien poco la mayoría ignoraba
su existencia. Vale, hay concesiones como la enésima recreación de Romeo y
Julieta o un uso a veces excesivo del croma. Pero no hay la peor de las concesiones
posibles en una serie policiaca: no hay buenos y malos. O, al menos, los buenos
tienen claroscuros y los malos, a veces, principios. Y la policía es corrupta, los
agentes del CNI a veces caen en la chapuza y otras rozan la tortura, los
yihadistas captan adolescentes allí donde los servicios sociales y la igualdad
de oportunidades no llega... Es una serie que (felizmente) solo la pueden ver
adultos. Adultos dispuestos a aceptar que a la vuelta de la esquina existen
submundos cuya existencia preferirían ignorar. Y adultos dispuestos a disfrutar
de la colosal interpretación de José Coronado y el elenco de secundarios (aquí,
hasta Cortada se salva).
3.
ELIZABETH
Poco queda por decir de un clásico de la televisión que ha llegado a su fin
con una inmerecida bajada en sus audiencias, pero con un reconocimiento general
de crítica y público. Tras una segunda temporada que acusó el cambio de los guionistas
originales y creadores de la serie, la tercera y última temporada de esta serie
histórica tan típicamente británica ha remontado el vuelo (siempre y cuando
olvidemos la escena en la que Colón toca tierra al mismo tiempo que todos nos
acordamos de la familia del creador del croma). Los guionistas han conseguido encontrar
un tono coherente y la vuelta a las tramas de alta política entretejidas con
los dramas personales la ha dotado de gran fuerza. Como el equipo artístico es
inmejorable, me quedo solo con la protagonista, una joven Michelle Jenner que
ha sido capaz de sostenerle la mirada desde el lecho de una mujer moribunda a
un colosal Cisneros encarnado por Eusebio Poncela. Un lujo.
4.
JOHNYS BEACH SNACK BAR
Vale, confieso que en circunstancias normales nunca me hubiese sentado a
ver esta serie de la Fox. Me daba más pereza que una adaptación de Cheers
hecha por españoles (esos seres incompetentes que, como cualquier buen
seriéfilo que se precie sabe, solo han hecho bien una serie en los últimos 30 años
y encima la emitieron en un canal de pago). Pero sucumbí a la llamada de las
playas de Peñíscola que, por razones que no vienen al caso, significan mucho
para mí. Así que superé el repelús que me causa el histrionismo de Jesús
Bonilla e intenté pensar en mi debilidad por el Langui, en que Blanca Portillo
es grande hasta cuando hace papeles en los que no nos aterroriza y en el castillo
del Papa Luna. A veces es mejor carecer de expectativas porque con ese punto de
partida me llevé una agradable sorpresa y fui capaz, contra todo pronóstico, de
verla hasta el final. Jesús Bonilla es Jesús Bonilla, eso nadie lo puede
remediar, pero la serie es entretenida. Y más no se espera. Pero tiene algún
otro extra con el que no contaba: vemos exteriores (reales, con sus cambios de
luz y todo, y lo dice alguien que conoce todas las variedades cromáticas de Peñíscola),
Santi Millán sorprende para bien y los guiones a veces tienen fogonazos de la
inolvidable Seven Lifes (como cuando
desacraliza el mundo de la alta cocina en tiempos de inflación de emplatado
televisivo y deconstrucción catódica). Eso sí, podríamos suprimir las tramas
infantiles. Del todo. Sin compasión. Porque, felizmente superados los pantacruélicos
desayunos multimarca de otros tiempos, la búsqueda del público de todas las
edades es el peaje que tenemos que pagar aún demasiado a menudo.
5.
VELVET DEPARTMENT STORE
Channel 4 lo ha vuelto a hacer. Producción preciosista, mimo hecho televisión
y el regalo de que en nuestra pantalla vuelvan a aparecer las grandes damas y
caballeros de la escena patria (léase aquí José Sacristán y Aitana Sánchez
Gijón). Sin embargo, y al contrario de lo que ocurrió con la imprescindible Grand Hotel, en este caso el magnífico envoltorio desvela un contenido
decepcionante. Probablemente la nula química de la pareja protagonista y su interpretación
entre mediocre (Silvestre) y deplorable (Echevarría) tienen mucha culpa de
ello. Tampoco ayuda la comicidad impostada de alguno de los protagonistas y varias
tramas endebles y poco creíbles. Y, lo más sorprendente: Velvet se desarrolla
teóricamente en el Madrid de principios de los sesenta. De acuerdo, no en el
Pozo, o en Vallecas o en algún otro enclave donde llegaba la inmigración de aluvión.
Pero tampoco se entiende que entre tanto glamour
nadie ponga la radio y escuche las noticias de un país que era una dictadura ni
que los trabajadores de las galerías vivan en un microcosmos más propio de los
albores del siglo, sin plantearse nada y ajenos a cualquier sufrimiento más
allá del sotano de unos grandes almacenes y de la barra de un bar donde se
codeaban (oh, sorpresa) señores y empleados. Pero entonces aparece el gran Asier
Etxeandía (estoy convencida de que Asier y Sacristán tienen unos guionistas
exclusivos solo para ellos), una franca e inevitable sonrisa ilumina mi cara y
desisto de cambiar de canal.
6.
BROTHERS
La sorpresa de la temporada. La serie ha tenido datos de audiencia
discretos, que nos podrían llevar a pensar que el público no está lo suficientemente
maduro para series distintas y poco complacientes. Creo que no es así,
simplemente esta vez HBO no ha visto compensado el esfuerzo de apostar por un planteamiento
innovador y en un formato poco común (6 capítulos, probablemente a temporada
única). Tres vidas divergentes planteadas en paralelo, recorriendo algunos de
los principales acontecimientos sociopolíticos españoles y europeos, con giros
argumentales sorprendentes e inmensos actores de reparto (Elvira Mínguez,
Carlos Hipólito, Víctor Clavijo) son un reto para el espectador. De repente uno
ve reflejado por primera vez en la pequeña pantalla una especie de Club
Bildeberg (aunque carece de nombre) en el que banqueros, políticos, profesores
de universidad y otros personajes “relevantes” funcionan como una logia secreta
que mueve los hilos de la política y la economía del país. Y piensas entonces
que es un argumento interesante y original, sobre todo en los tiempos que
corren en los que dudamos (tenemos la obligación de dudar) de todo lo que nos
rodea, aunque puedas llegar a plantearte si los guionistas no se han pasado un
poco de frenada y que esto no es ni Red
Eagle ni Game of Thrones. Pero
claro, luego te desayunas una semana con las tarjetas black de Bankia y a la siguiente te meriendas con la “Operación Púnica”
y corriges tu primera impresión. En realidad los guionistas de la serie andaban
escasos de imaginación perversa. Y sí: es preferible y algo más romántico que,
como Álvaro Cervantes, celebres tu rito de iniciación en un salón gótico y
regado con cuatro gotas de cera hirviendo a que te planten en la cabeza unos
sesos de jabalí en un salón plagado de cabezas de venado. Donde va a parar…
Este es el
balance que seguramente yo hubiese publicado si me dedicase a esto. Y a lo mejor
la crítica que otros hubieran escrito si las series, en efecto, hubiesen contado
con un título en inglés o en danés, provenientes de canales como la BBC o la
sacrosanta HBO. Pero más bien nos topamos una y otra vez con tópicos y lugares
comunes que usan sistemáticamente un aire despectivo y paternalista con la producción
televisiva española. Parece que el fenómeno que lastró durante años al cine español
(para asombro de extraños pero aplauso de los propios) ha saltado a la crítica
televisiva. Cualquiera podría llegar a pensar que no existe vida más allá de la
HBO. Bueno, sí, Crematorio y ya, si
eso, se es condescendiente con Isabel.
El resto es para público poco avezado y que no sabe deleitarse con las mieles
de las series DE VERDAD. Pero esta actitud, estos prejuicios, estas críticas
(por cierto, tan parecidas unas a otras), empiezan a cansar, por lo menos a mí,
particularmente, me dan una inmensa pereza. Existen sin duda magníficas series americanas, británicas
y europeas (continentales, se entiende), como también podremos encontrar
bazofia. O series previsibles, o con concesiones comerciales innecesarias para
la trama. Con magníficos guiones y con guiones mediocres. Con actores soberbios
y otros perfectamente olvidables. Exactamente igual que ocurre en España, solo
que, no lo olvidemos, con muchos vientos en contra en nuestro país: a esa actitud
de muchos críticos, se suman las guerras entre cadenas por un prime time en horarios
inhumanos que obliga a crear episodios larguísimos, las trabas administrativas y, lo fundamental, la falta de presupuesto. Lo
recordaba este pasado domingo Javier Olivares, y tiene razón. De hecho, si a
Montoro le presentásemos el coste de producción de un solo episodio de Juego de tronos o Homeland para proponerle que TVE se debería de mover en cifras similares, igual dimitía del susto. Tentador, habrá que plantearse esa estrategia…
Y ahora os dejo
que, aunque sea en diferido, no me pierdo el estreno de Víctor Ros. Tengo esa “mala costumbre” de engancharme a series españolas
:-)