Lo que es indudable es que
estamos en manos de mala gente, mala en la doble acepción del adjetivo cuando
lo combinamos con el verbo “ser”: malos por ineptos y malos por malvados.
Ineptos de principio a fin, entendiendo
como el principio el momento en que se decide repatriar a los dos misioneros y
a la religiosa infectados de Ébola a España. Es difícil juzgar la conveniencia
de esa decisión y, ya mucho antes de que se conociese el contagio de Teresa
Romero, me ha generado más preguntas que respuestas. La única certeza que tengo
es que todo ciudadano español en el extranjero tiene derecho a recibir la
asistencia de su gobierno en caso de emergencia. Pero ¿por qué no es así en
todos los casos? ¿Por qué se han desatendido muchos otros casos de españoles
(enfermos, accidentados, atrapados en cárceles infernales,…) que solicitaban la
ayuda de su país? ¿Fue una decisión política, hubo presiones por parte de la confesión
católica, con la que había que congraciarse antes de retirar la contrarreforma de la ley
del aborto? Humanamente se entiende el desamparo de los enfermos y la desesperación
de sus familias pero ¿qué aportaba su traslado a España para una muerte casi
segura y en la que ningún ser querido les podía acompañar? ¿Cuál es el sentido
humanitario de subir en un avión a unos enfermos seleccionados por el color de
su pasaporte, dejando prostrados en cambio a otros compañeros y compañeras de
lucha que yacían a su lado? ¿No habría tenido una repercusión inmensamente más
eficaz y positiva invertir los costes del operativo de repatriación en cooperación
sanitaria en los países afectados? ¿Nadie evaluó los recursos reales con los
que se contaba en España, tras haber desmantelado centros de referencia de la
sanidad pública, para hacer frente a un riesgo de este tipo? ¿Se escuchó a los
expertos cuando se tomó la decisión de traer a un país no afectado por el Ébola
un foco de contagio? Una vez tomada la decisión, ¿cómo se puede suponer que
protocolos de aplicación tan compleja y que requieren, según personal sanitario
experimentado, una formación mínima de 15 días, se asimilen en 20 minutos? ¿Dónde
estaban los trajes homologados por la OMS, dónde la necesaria supervisión que
minimizara la posibilidad de incurrir en errores, inevitables en situaciones de
estrés? ¿Cómo es posible que se montase un impresionante, mediático y efectista
dispositivo de escolta a la ambulancia del padre Pajares (muy como de película de
catástrofes de serie B) y luego en cambio se atreviesen a llamar “cuarentena” a
la decisión de indicarle al personal expuesto al virus que hiciesen vida normal
y durante tres semanas se tomasen la temperatura dos veces al día? Y en el momento
que una trabajadora expuesta a un contacto de alto riesgo manifiesta los
primeros síntomas ¿por qué, con una justificación tan peregrina como que no
superaba un umbral mínimo de fiebre, no se procedió a su aislamiento preventivo
inmediato? ¿Cómo es posible que ante la más remota (y esta no era remota)
posibilidad de estar ante un caso de infección de Ébola se la derivase al
hospital más cercano a su domicilio en lugar de atenderla en el centro que había
tratado los casos anteriores? ¿Cómo se puede justificar que se desoyesen las
suspicacias de los responsables de la ambulancia del Summa y se permitiese seguir
prestando servicio a ese vehículo sin desinfectarlo previamente? ¿Quiénes son
los responsables, tanto en la Comunidad de Madrid como en el Ministerio de
Sanidad, de haber hecho caso omiso a las advertencias, sugerencias y exigencias
que el personal sanitario llevaba meses planteando? En resumen: ineptitud
supina.
Ahora sumémosle la maldad
manifiesta. Estamos tristemente acostumbrados a que los máximos responsables
carguen las culpas sobre los hombros del eslabón más débil de la cadena. Pero
en este caso, en el de una sanitaria que se ofrece voluntaria para asistir a
dos pacientes terminales de una enfermedad terrible y sumamente contagiosa de
la que ella misma acaba enfermando, cabía esperar que no se traspasasen unas
fronteras mínimas de decencia y ética. No solo las han traspasado: las han
pulverizado. Nada puede haber más ruin, más miserable y más inhumano que
culpabilizar a un enfermo, que lucha en estos momento por su vida, de su
desgracia. Nada más mezquino, más repugnante y más reprobable que intentar
destruir la reputación de quien se había ofrecido voluntariamente para cuidar
de un ser humano agónico. Nada más sorprendente y más vomitivo que todo esto se
haga desde cargos públicos con responsabilidad directa en la gestión de esta
crisis sanitaria y, por tanto, en el estado de salud de Teresa, del resto de
personal sanitario que atendió a los misioneros repatriados y de sus familias y
círculos de relaciones. Y a eso es a lo que nos hemos tenido que enfrentar
estos últimos días, que han venido a confirmar que nuestra capacidad de asombro
(de asombro negativo) nunca va a quedar colmada mientras nos siga gobernando la
mala gente. Se me ocurría ayer un ejemplo análogo. Imaginemos que ETA pone una
bomba que es localizada y se envía un equipo de los TEDAX para desactivarla.
Imaginemos a un TEDAX frente a la bomba, en una situación de terrible presión psicológica
y con un temporizador marcando los minutos. Imaginemos que pese a su pericia,
le tiembla mínimamente el pulso, corta el cable equivocado y la bomba estalla, matándole
o dejándole gravemente herido ¿A alguien, como no puede ser de otra manera, se
le ocurriría otra cosa que no fuese tratar a este policía como un héroe, como
un valiente que se ha jugado su vida? ¿Habría otro culpable de este trágico desenlace
que no fuese la banda terrorista? Pues el caso de Teresa es exactamente igual,
con la diferencia de que a ningún TEDAX le enseñan a desactivar bombas en cursillos
de 20 minutos.
Hay otra derivada, no gratuita
ni casual, me temo, de la maldad. Al ensañamiento inhumano contra la víctima se
suma el tremendo golpe que esta gestión chapucera y timorata asesta injustamente
a la sanidad pública. Desde hacía mucho tiempo, y como se viene denunciando,
con especial valentía desde la Marea Blanca, se estaban aplicando medidas dirigidas
al desmantelamiento de un servicio público, otrora ejemplar, en beneficio de algunas
aseguradoras privadas y de macrogrupos empresariales. A pesar de ello, los
profesionales de la sanidad pública –médicos, enfermeros, auxiliares,
celadores,…- han continuado atendiendo a los pacientes con el máximo rigor y
profesionalidad. Que una cadena de decisiones políticas erróneas y gestiones burocráticas
delirantes pongan ahora en entredicho a unos profesionales que, junto con los
maestros que educan a nuestros hijos, deberían ser la “joya de la corona” de
los servicios públicos, es injusto y doloroso.
Ahora bien, insistamos: en
nuestra mano está que esta mala gente deje de gobernarnos…
Dos pequeñas notas que añadir:
-
De la mala gente que pobla las
redacciones de algunos medios de comunicación ni me voy a molestar en hablar.
Me producen una profunda repugnancia y ya quedan retratados en sus palabras…o
gestos.
-
Es lógico que un caso cercano
y que además no ha sido fruto del azar sino de decisiones políticas despierte
nuestro interés. Pero eso no nos exculpa de haber estado dándole la espalda durante
meses a la tragedia en África. Todos. Yo misma tras más de 4000 muertos en África,
muchos de ellos niños, no había ni citado en una sola entrada la palabra Ébola.
Algo estamos haciendo muy mal, sin duda, y nos tendremos que parar a
reflexionar. Más pronto que tarde.
(Entrada publicada en otoño de 2014 y que por algún paso en falso de intrusa digital se me borró y he republicado sin modificarlo, aunque a fecha de hoy, 14 de enero de 2014, haya quedado obsoleto. En parte, felizmente)
Con el deseo de que Teresa salga de esta.
A Pilar, por haber estado ahí:
tu voz tan sensata sería ahora muy necesaria.
A mi otra Pilar, por seguir estándolo:
tus pacientes tienen una suerte inmensa.