Gusta de la buena mesa (siempre que se la sirvan), la compañía femenina (a ser posible de edad inferior e independencia limitada) y el humor llano y despojado de carga intelectual. Suele ser aficionado a los toros y otras ostentaciones de patriotismo del de toda la vida (el campechano, ya lo hemos dicho, es muy español aunque pocos españoles acceden a esta categoría -bueno, lo dejo, que me estoy liando...). También gusta de demostrar su hombría y ríe a mandíbula batiente y con polo de marca desabrochado ante los chistes de maricones.
Sin embargo, cuando se ve contrariado por algún ser de los que considera de más baja estirpe, reacciona con furia y con orgullo dejando claro el sitio de cada cual y que una cosa es la campechanía y otra (¡ojocuidao!) poner en solfa sus privilegios ¡A ver qué se van a creer estos mindundis! En esos momentos en el que el Yin aristócrata se come al Yan populachero puede insultar o mandar callar, lo mismo le da a un periodista que a un presidente.
Para ilustrar la teoría con ejemplos prácticos véase también Juan Carlos de Borbón y Bertín Osborne