El lunes se terminó en un (casi) doble capítulo el final de la serie de Pau Freixas "Sé quién eres". Ha sido una serie con un arranque muy potente, estupendos episodios centrales y un estiramiento absurdo de algunas tramas que pedía a gritos que le quitasen 4 o 5 capítulos de más. Ha sido una serie que la inmensa Blanca Portillo se ha podido echar sobre sus espaldas acompañada por algunos secundarios deslumbrantes, mientras dos o tres clamorosos fallos de casting hacían que escondiésemos la cabeza detrás de un cojín cada vez que aparecían por pantalla. Entre los puntos más flojos (no muy sorprendente, siendo Freixas el creador de "Pulseras rojas") es que la serie resiste de regular a mal una lectura desde la perspectiva de género. Entre los fuertes, que da gusto ver esa frescura de rodajes en exteriores y localizaciones reales, ajenas a la impostura del croma.
Pero lo que dio sentido a la serie, pese a sus altibajos, fue el último capítulo y, muy especialmente, esos inolvidables 15 minutos de cierre que son estéticamente maravillosos y éticamente demoledores. Porque la conclusión es coherente con lo que adivinábamos pero a lo mejor preferíamos no ver. A todos nos gusta que ganen los buenos, que venza la ética, que la justicia sea implacable con quienes delinquen abusando de su situación privilegiada. Y viendo la serie queríamos creernos que al final alguien del entorno de Elías acabaría por hacerlo caer. Pero no. No nos engañemos: "Sé quién eres" funciona como la realidad de nuestros informativos. Un día las tertulias y análisis se llenan de frases como "va a tirar de la manta", "hay nerviosismo en la sede del partido", "con esto caerá el gobierno" o "esto hace tambalear la trama corrupta". Pero no: ni Bárcenas, ni Granados, ni Camps van a tirar nunca de ninguna manta ni dejarán caer a ninguno de los suyos. El poder, el dinero, la falta de escrúpulos y la protección de las altas esferas del estado con la consecuente sensación de impunidad conforman una argamasa que une más que el miedo a la cárcel.
Con ayuda de sus rituales, más o menos horteras, desde la copa en la cubierta del yate hasta la barbacoa en el Ampurdá pasando por los chalets revestidos en dorado y los volquetes de putas, se reconocen, se apoyan y cubren sus miserias. Da igual que se trate de una familia desestructurada y emocionalmente analfabeta o de un partido donde vuelen los cuchillos. Al final, hay que dejar que paguen los de siempre mientras quienes tocan poder se protegen y salen indemnes (o casi). Que son unos hijos de puta, sí, pero nuestros hijos de puta. Ya lo decía Roosevelt. Eso sí que es conciencia de clase a prueba de bomba y de instrucción judicial, que ríete tú de la de la clase trabajadora, donde la solidaridad amenaza con convertirse de un tiempo a esta parte en un concepto en peligro de extinción.
Esta es la triste bofetada de realidad que nos dio el final de "Sé quién eres" en pleno 1º de mayo, envuelta con una música y una fotografía impactantes. Los poderosos no se pierden la barbacoa. Y, mientras, las manifestaciones de lucha por los derechos de los trabajadores se vacían y la ultraderecha barre a la socialdemocracia.
La jueza Castro lo tenía muy claro. "Esto no va de quiénes queremos ser, sino de quiénes somos". Y de dónde estamos, podría aún añadir. Pues eso: así funciona.