lunes, 3 de junio de 2013

Picasso, la „marca España“ y la acción educativa exterior




En un museo mediano, que alberga sin embargo una más que notable colección de Pablo Picasso, una profesora de primaria explica a sus alumnos, niñas y niños de entre 7 y 9 años, el cuadro „Niña con barco“ del pintor malagueño. Los niños, en el suelo, toman notas y esbozan el cuadro siguiendo las instrucciones de la profesora. Cuando esta les pregunta (en español) por el lugar de nacimiento del pintor, por su etapa en La Coruña, por los motivos de su estancia en Barcelona,… los niños levantan la mano compitiendo por responder (en español). Esta escena sería, para quien esto escribe, madre de una de esas niñas y testigo y fotógrafa de ese momento, edificante y motivadora en cualquier circunstacia. Pero tres elementos la hacen además especialmente emocionante: ese museo se sitúa en una ciudad de la Suiza Central; los niños que se afanaban en responder las preguntas sobre Picasso hablan en el recreo, en el colegio, en el vecindario y muchos en sus casas mayoritariamente alemán o su versión dialectal suiza; y la maestra que con entusiasmo y dedicación les transmitía esos conocimientos es profesora funcionaria del ministerio de educación de España. Para que esta pequeña maravilla cristalice existen las ALCE (Agrupaciones de Lengua y Cultura Española), un instrumento de la acción exterior del ministerio de educación, poco conocido en España.

Las ALCE nacieron como respuesta a la necesidad de dotar a los hijos de los españoles que emigraron en masa a Europa en las décadas de los 50, 60 y 70 de un vehículo para el aprendizaje de la lengua y cultura españolas. Si bien han pasado por diferentes etapas en cuanto al diseño curricular de sus contenidos (la última gran reforma tuvo lugar en 2010 con su adaptación al Marco Común Europeo de Referencia para las lenguas) ha habido una serie de elementos que las han definido invariablemente: son escuelas públicas y gratuitas (dependientes del ministerio de educación y a cargo de profesores funcionarios desplazados desde España); son de carácter no obligatorio y siempre complementario con el sistema educativo del país de residencia de los alumnos (apoyadas y reconocidas por las instituciones educativas de todos los lugares de implantación); comprenden una amplia etapa formativa de 10 años, con un reconocimiento oficial de los estudios cursados y la preparación de los alumnos para la obtención de un diploma DELE; y son de carácter intercultural, tal y como recoge el Boletín Oficial del Estado:

Los alumnos de las aulas de lengua y cultura españolas se encuentran integrados en el medio escolar y social del país donde residen. El objetivo prioritario de este programa es ahora el mantenimiento de los vínculos de los ciudadanos españoles residentes en el exterior con su lengua y cultura de origen, desde el convencimiento del valor que ello aporta, para el enriquecimiento personal de estos ciudadanos y para la difusión del acervo cultural español en sus países de residencia. (BOE Nr. 292 de 3/Diciembre/2010)

La escena antes descrita es una pequeña muestra de la consecución de estos objetivos. La gran mayoría de estos niños hablaban ya con fluidez español antes de entrar en la ALCE, pero no siempre es así, sobre todo en el caso de descendientes de tercera generación o hijos de parejas binacionales (en Suiza la cifra de niños que accedíeron a las agrupaciones en el curso 2006-2007 sin poder responder preguntas como „¿Cómo te llamas?“ o „¿Cuántos años tienes?“ ascendían a casi un 16% de las nuevas inscripciones). Además, muchos otros niños, aún hablando el idioma, tienen en la „escuela española“ (como nos referimos coloquialmente al hablar de las ALCE) su única posibilidad de sociabilizar en español, de acceder a libros en castellano, de ver un mapa de la España de las Autonomías o de saber qué representó Picasso para el arte español del s.XX. Todo ello les enriquecerá como seres humanos pero a su vez hará de ellos vehículos de transmisión de la lengua y cultura españolas a próximas generaciones y a sus coétaneos en el país en el que residen.

Parece que estos efectos positivos de la acción educativa exterior que, principalmente en Europa, generan las ALCE, coinciden con los objetivos que se fijan en el tan publicitado proyecto de „marca España“, que tanto parecen querer mimar nuestros gobernantes:


Su objetivo es mejorar la imagen de nuestro país, tanto en el interior como más allá de nuestras fronteras, en beneficio del bien común. En un mundo global, una buena imagen-país es un activo que sirve para respaldar la posición internacional de un Estado política, económica, cultural, social, científica y tecnológicamente. (Presentación del proyecto en la web: www.marcaespana.es)

Si bien se reconoce que el enfoque del proyecto „marca España“ es prioritariamente económico y destinado a la mejora del balance exportador, se valora también la tarea académica y se dedica todo un capítulo a la importancia de la lengua y la cultura españolas. La presentación es impecable: ¿cómo no sucumbir a los encantos de tan ambicioso y, en apariencia, coherente proyecto?

Pero precisamente la coherencia es algo de lo que nuestros gobernantes andan alarmantemente escasos. Casi tan escasos como sobrados de cortoplacismo. Cuando ya se dispone de un instrumento como las ALCE que funciona desde hace décadas, constribuyendo a la expansión de esa lengua y cultura tan importantes para impulsar la „marca España“. Cuando es más necesario que nunca invertir en la formación de nuestros niños, niñas y jóvenes. Cuando se ve venir otra nueva oleada emigratoria de españoles desterrados de su país por causas económicas (y estos nuevos emigrantes no siempre son jóvenes sin cargas familiares). Cuando se superponen todas esas circunstancias, los responsables políticos de la acción educativa exterior deciden debilitar la labor de las ALCE en su esencia. Ya no es sólo el cierre de algunas aulas o incluso agrupaciones que se produjo en el cambio de siglo en respuesta a la bajada de alumnos inscritos, coincidiendo con los años de la buena coyuntura económica y el retorno de muchos emigrantes a España. Esta vez los cerca de 15000 alumnos y alumnas de las ALCE distribuidas en Alemania, Australia, Bélgica, EEUU, Francia, Luxemburgo, Países Bajos y Suiza van a ver como paulatinamente se reducen a la mitad su número de horas de clase „presenciales“.

Un nuevo recorte en la educación pública que intenta escudarse (nada nuevo) tras una pirueta semántica („paliar carencias“) y al que se le atribuye una buena intención (potenciación del uso de las TICs) que no alcanza a tapar el fin real (ahorro de costes en personal docente e instalaciones). A partir del próximo curso, se reducen las horas lectivas semanales de tres a una y media para los alumnos de los niveles A1 y A2, como ya se nos ha informado a los padres y se puede ver en la circular del ministerio que ha trascendido, medida que luego se irá implantando curso tras curso al resto de niveles. La hora y media que se les quita a nuestros hijos será sustituída por una plataforma en línea con ejercicios para hacer en casa supervisados una vez a la semana por un tutor „on line“, que previsiblemente tendrá que atender como mejor pueda a un gran número de alumnos en un tiempo limitado. Se obliga con ello a todos los padres a disponer de un ordenador en sus casas con conexión a Internet. Pero no es esto lo que más me preocupa.

El drama reside en privar a nuestros hijos e hijas de una educación pública de calidad, calidad que sólo se puede proveer gracias a la labor entusiasta y vocacional de maestros y maestras que inspiran a nuestros hijos, que despiertan su curiosidad, que estimulan sus ganas de saber. Nadie me tiene que convencer del valor y la necesidad del uso de las nuevas tecnologías en la enseñanza, pero estas no pueden suplantar en ningún caso la labor docente. Tres horas semanales son un tiempo escaso, y por ello precioso, para sumergir a niños, niñas y adolescentes en un entorno cultural distinto a aquel en el que desarrollan su día a día pero que forma parte de sus raíces y de su acervo cultural y social. Pero es un tiempo, y puedo dar fe de ello, que los maestros de las ALCE aprovechan de manera sorprendente. Privar a estos niños y niñas de la MITAD de ese tiempo es irresponsable, ilógico y condena, me temo, a las ALCE, a una desaparición paulatina.

Ya han dado la voz de alarma los sindicatos de enseñanza , el órgano de representación del personal de las AAPP en Suiza, los Consejos de Residentes Españoles de Suiza y el PSOE Europa, por el momento con escaso eco pero con mucha contundencia (*). La imprescindible movilización de los padres se antoja casi imposible en un entorno tan disperso y nada estructurado. Parece difícil que se pueda llegar a poner en marcha una marea ni verde pálido. Pero si no hacemos nada por parar este golpe, me temo que vamos a entrar en un proceso de desaparición irreversible de un modelo educativo público también para las hijas e hijos de los españoles residentes en el exterior –que cada vez son más. Y es que el ordenador desde el que escribo no va a llevar a mi hija y a sus compañeros en un recorrido por el museo dejándoles con la boca (y las mentes) abiertas mientras descubren a Picasso. Eso sí, mientras esto ocurre, nuestro gobierno seguirá muy preocupado por la promoción de la „marca España“.


(*) Agradezco a Rosa María Requejo, Miriam Herrero y Baldomero García los documentos aportados  a este blog con posterioridad a la publicación de esta entrada


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