lunes, 3 de junio de 2013

Picasso, la „marca España“ y la acción educativa exterior




En un museo mediano, que alberga sin embargo una más que notable colección de Pablo Picasso, una profesora de primaria explica a sus alumnos, niñas y niños de entre 7 y 9 años, el cuadro „Niña con barco“ del pintor malagueño. Los niños, en el suelo, toman notas y esbozan el cuadro siguiendo las instrucciones de la profesora. Cuando esta les pregunta (en español) por el lugar de nacimiento del pintor, por su etapa en La Coruña, por los motivos de su estancia en Barcelona,… los niños levantan la mano compitiendo por responder (en español). Esta escena sería, para quien esto escribe, madre de una de esas niñas y testigo y fotógrafa de ese momento, edificante y motivadora en cualquier circunstacia. Pero tres elementos la hacen además especialmente emocionante: ese museo se sitúa en una ciudad de la Suiza Central; los niños que se afanaban en responder las preguntas sobre Picasso hablan en el recreo, en el colegio, en el vecindario y muchos en sus casas mayoritariamente alemán o su versión dialectal suiza; y la maestra que con entusiasmo y dedicación les transmitía esos conocimientos es profesora funcionaria del ministerio de educación de España. Para que esta pequeña maravilla cristalice existen las ALCE (Agrupaciones de Lengua y Cultura Española), un instrumento de la acción exterior del ministerio de educación, poco conocido en España.

Las ALCE nacieron como respuesta a la necesidad de dotar a los hijos de los españoles que emigraron en masa a Europa en las décadas de los 50, 60 y 70 de un vehículo para el aprendizaje de la lengua y cultura españolas. Si bien han pasado por diferentes etapas en cuanto al diseño curricular de sus contenidos (la última gran reforma tuvo lugar en 2010 con su adaptación al Marco Común Europeo de Referencia para las lenguas) ha habido una serie de elementos que las han definido invariablemente: son escuelas públicas y gratuitas (dependientes del ministerio de educación y a cargo de profesores funcionarios desplazados desde España); son de carácter no obligatorio y siempre complementario con el sistema educativo del país de residencia de los alumnos (apoyadas y reconocidas por las instituciones educativas de todos los lugares de implantación); comprenden una amplia etapa formativa de 10 años, con un reconocimiento oficial de los estudios cursados y la preparación de los alumnos para la obtención de un diploma DELE; y son de carácter intercultural, tal y como recoge el Boletín Oficial del Estado:

Los alumnos de las aulas de lengua y cultura españolas se encuentran integrados en el medio escolar y social del país donde residen. El objetivo prioritario de este programa es ahora el mantenimiento de los vínculos de los ciudadanos españoles residentes en el exterior con su lengua y cultura de origen, desde el convencimiento del valor que ello aporta, para el enriquecimiento personal de estos ciudadanos y para la difusión del acervo cultural español en sus países de residencia. (BOE Nr. 292 de 3/Diciembre/2010)

La escena antes descrita es una pequeña muestra de la consecución de estos objetivos. La gran mayoría de estos niños hablaban ya con fluidez español antes de entrar en la ALCE, pero no siempre es así, sobre todo en el caso de descendientes de tercera generación o hijos de parejas binacionales (en Suiza la cifra de niños que accedíeron a las agrupaciones en el curso 2006-2007 sin poder responder preguntas como „¿Cómo te llamas?“ o „¿Cuántos años tienes?“ ascendían a casi un 16% de las nuevas inscripciones). Además, muchos otros niños, aún hablando el idioma, tienen en la „escuela española“ (como nos referimos coloquialmente al hablar de las ALCE) su única posibilidad de sociabilizar en español, de acceder a libros en castellano, de ver un mapa de la España de las Autonomías o de saber qué representó Picasso para el arte español del s.XX. Todo ello les enriquecerá como seres humanos pero a su vez hará de ellos vehículos de transmisión de la lengua y cultura españolas a próximas generaciones y a sus coétaneos en el país en el que residen.

Parece que estos efectos positivos de la acción educativa exterior que, principalmente en Europa, generan las ALCE, coinciden con los objetivos que se fijan en el tan publicitado proyecto de „marca España“, que tanto parecen querer mimar nuestros gobernantes:


Su objetivo es mejorar la imagen de nuestro país, tanto en el interior como más allá de nuestras fronteras, en beneficio del bien común. En un mundo global, una buena imagen-país es un activo que sirve para respaldar la posición internacional de un Estado política, económica, cultural, social, científica y tecnológicamente. (Presentación del proyecto en la web: www.marcaespana.es)

Si bien se reconoce que el enfoque del proyecto „marca España“ es prioritariamente económico y destinado a la mejora del balance exportador, se valora también la tarea académica y se dedica todo un capítulo a la importancia de la lengua y la cultura españolas. La presentación es impecable: ¿cómo no sucumbir a los encantos de tan ambicioso y, en apariencia, coherente proyecto?

Pero precisamente la coherencia es algo de lo que nuestros gobernantes andan alarmantemente escasos. Casi tan escasos como sobrados de cortoplacismo. Cuando ya se dispone de un instrumento como las ALCE que funciona desde hace décadas, constribuyendo a la expansión de esa lengua y cultura tan importantes para impulsar la „marca España“. Cuando es más necesario que nunca invertir en la formación de nuestros niños, niñas y jóvenes. Cuando se ve venir otra nueva oleada emigratoria de españoles desterrados de su país por causas económicas (y estos nuevos emigrantes no siempre son jóvenes sin cargas familiares). Cuando se superponen todas esas circunstancias, los responsables políticos de la acción educativa exterior deciden debilitar la labor de las ALCE en su esencia. Ya no es sólo el cierre de algunas aulas o incluso agrupaciones que se produjo en el cambio de siglo en respuesta a la bajada de alumnos inscritos, coincidiendo con los años de la buena coyuntura económica y el retorno de muchos emigrantes a España. Esta vez los cerca de 15000 alumnos y alumnas de las ALCE distribuidas en Alemania, Australia, Bélgica, EEUU, Francia, Luxemburgo, Países Bajos y Suiza van a ver como paulatinamente se reducen a la mitad su número de horas de clase „presenciales“.

Un nuevo recorte en la educación pública que intenta escudarse (nada nuevo) tras una pirueta semántica („paliar carencias“) y al que se le atribuye una buena intención (potenciación del uso de las TICs) que no alcanza a tapar el fin real (ahorro de costes en personal docente e instalaciones). A partir del próximo curso, se reducen las horas lectivas semanales de tres a una y media para los alumnos de los niveles A1 y A2, como ya se nos ha informado a los padres y se puede ver en la circular del ministerio que ha trascendido, medida que luego se irá implantando curso tras curso al resto de niveles. La hora y media que se les quita a nuestros hijos será sustituída por una plataforma en línea con ejercicios para hacer en casa supervisados una vez a la semana por un tutor „on line“, que previsiblemente tendrá que atender como mejor pueda a un gran número de alumnos en un tiempo limitado. Se obliga con ello a todos los padres a disponer de un ordenador en sus casas con conexión a Internet. Pero no es esto lo que más me preocupa.

El drama reside en privar a nuestros hijos e hijas de una educación pública de calidad, calidad que sólo se puede proveer gracias a la labor entusiasta y vocacional de maestros y maestras que inspiran a nuestros hijos, que despiertan su curiosidad, que estimulan sus ganas de saber. Nadie me tiene que convencer del valor y la necesidad del uso de las nuevas tecnologías en la enseñanza, pero estas no pueden suplantar en ningún caso la labor docente. Tres horas semanales son un tiempo escaso, y por ello precioso, para sumergir a niños, niñas y adolescentes en un entorno cultural distinto a aquel en el que desarrollan su día a día pero que forma parte de sus raíces y de su acervo cultural y social. Pero es un tiempo, y puedo dar fe de ello, que los maestros de las ALCE aprovechan de manera sorprendente. Privar a estos niños y niñas de la MITAD de ese tiempo es irresponsable, ilógico y condena, me temo, a las ALCE, a una desaparición paulatina.

Ya han dado la voz de alarma los sindicatos de enseñanza , el órgano de representación del personal de las AAPP en Suiza, los Consejos de Residentes Españoles de Suiza y el PSOE Europa, por el momento con escaso eco pero con mucha contundencia (*). La imprescindible movilización de los padres se antoja casi imposible en un entorno tan disperso y nada estructurado. Parece difícil que se pueda llegar a poner en marcha una marea ni verde pálido. Pero si no hacemos nada por parar este golpe, me temo que vamos a entrar en un proceso de desaparición irreversible de un modelo educativo público también para las hijas e hijos de los españoles residentes en el exterior –que cada vez son más. Y es que el ordenador desde el que escribo no va a llevar a mi hija y a sus compañeros en un recorrido por el museo dejándoles con la boca (y las mentes) abiertas mientras descubren a Picasso. Eso sí, mientras esto ocurre, nuestro gobierno seguirá muy preocupado por la promoción de la „marca España“.


(*) Agradezco a Rosa María Requejo, Miriam Herrero y Baldomero García los documentos aportados  a este blog con posterioridad a la publicación de esta entrada


domingo, 10 de marzo de 2013

11 de marzo

En pocas horas se cumplirán nueve años del ataque terrorista que arrancó la vida a 192 compañeros y compañeras de viaje y que dejó el cuerpo o el alma lesionados a muchos cientos más. Nueve años de uno de los días más tristes que recuerdo, del que podría evocar casi cada minuto y que sé, sin embargo, que viví con sensación de irrealidad y con mucho aturdimiento. Nueve años desde que a eso de las ocho de la mañana sonase el teléfono de mi casa aquí, tan lejos ese día de Madrid, para escuchar a mi madre decirme que no me preocupara si oía las noticias, que les habían desalojado del tren que iba a salir de Alcalá porque "algo" había pasado en Atocha. Nueve años desde que encendí la tele, a ver qué había pasado, con una despreocupación relativa, para encontrarme con un inesperado relato del espanto. Nueve años desde que llamé a mis antiguas compañeras en aquella oficina de Méndez Álvaro para que me dijeran si todos habían llegado. Nueve años desde que mi amiga Almudena, por fin, entró en la oficina y ella, que tan entera era siempre, rompió a llorar al narrar lo que había acertado a comprender de la tragedia. Nueve años desde que mi madre me envió un SMS inolvidable en el que por primera vez se alegraba de que me hubiese venido a vivir a Suiza. Y es que hasta hacía siete meses durante años me había subido puntualmente en los mismos vagones de dos de los trenes que hace hoy nueve años se convirtieron en un amasijo de hierros. Para ir de mi casa en Alcalá a la oficina cerca de Atocha. A veces el de la 7:00, a veces el de las 7:06. Ese día una parte de mis compañeros habituales de viaje (casi siempre éramos los mismos en el mismo vagón) fueron salvajemente asesinados a la altura de la calle Téllez, otros en Atocha. Y en esos y otros dos trenes también muchos vecinos de mi ciudad, y dos compañeras de la empresa y tantos más...

Y pienso en que hace nueve años el tren de mi madre no llegó a salir de Alcalá y que ayer la pude felicitar por su cumpleaños. Y pienso en que mi mejor amiga, mi hermana casi, se bajó de un tren maldito una parada antes de que estallase y que, joder, Pilar, hace mucho que no te llamo para decirte que te quiero pese a la distancia.

Y pienso con asco en los asesinos cuyo fanatismo ciego y salvaje se convirtió en el horror para mi querida Madrid. Y pienso con vergüenza e indignación en los que mintieron y manipularon conscientes de que su inmoralidad llevándonos a una guerra injusta e ilegal no era ajena al horror. Y pienso con desprecio en todos aquellos que han instrumentalizado la tragedia para vender conspiraciones delirantes.

Y pienso con admiración en las víctimas que sobrevivieron y en las familias de los que se fueron. A ellos y a la gente que quiero, un abrazo largo y silencioso. Ya he hablado demasiado en un día en el que sobran las palabras.

http://youtu.be/_-dEkJihdtQ

lunes, 4 de marzo de 2013

Genügsam


Genügsam

El otro día durante la clase de alemán iniciábamos un tema nuevo que el libro dedicaba a la felicidad. Dentro de la nube de palabras que  se relacionaban con este inasible concepto surgió un adjetivo que desconocíamos, genügsam. Nuestra profesora nos lo aclaró (en alemán) y deduje de sus palabras que era un término que le parecía innegablemente positivo. Por si acaso, le pregunté si en algunos contextos se podía usar con un significado negativo o de crítica y me aseguró que en absoluto. Igual había entendido mal la explicación, así que miré en mi diccionario y encontré la traducción que me estaba temiendo:
genügsam
adj contentadizo, fácil de contentar;im Essen [comida]: sobrio; frugal; (gemässigt) moderado; (bescheiden) modesto;
genügsam sein contentarse con poco
II adv genügsam leben vivir modestamente (o con sobriedad)
Se confirmaba, al menos desde mi punto de vista, que era un adjetivo poliédrico. Un concepto que en ocasiones podríamos utilizar para describir a una persona que sabe valorar y cuidar los pequeños tesoros que le rodean y sentirse afortunada, por ejemplo, con la sonrisa de su hijo o con un rato de conversación con sus amigos o con un paseo por Madrid empapándose con su  variedad de ruidos y colores  ¿Quién podría no ver algo así como positivo? Pero, por otro lado, el adjetivo me provocaba bastante desazón, porque se deslizaba también hacia el terreno de la falta de aspiraciones y ambición vital, hacia el conformismo o, incluso, el fatalismo. Si las mujeres hubiésemos sido genügsam los últimos doscientos años, probablemente nuestro día internacional no fuese el aniversario de la masacre de unas obreras luchando por sus derechos sino que celebraríamos la felicidad de ser madres ergo mujeres auténticas (¿no es así, Sr. Gallardón?) llevando flores a María en mayo. Si los obreros hubieran sido genügsam los últimos doscientos años, hubiesen seguido aceptando agradecidos la caridad de sus patronos en navidad y otras fiestas de guardar en vez de haber luchado por sus (nuestros) derechos hasta dejarse la vida en ello. Si los ciudadanos fuesen siempre genügsam no habría manifestaciones multitudinarias en Portugal ni mareas en España ni primaveras árabes en el norte de África. Ni problemas para los poderosos, en suma.
Así que, testaruda como soy y obsesionada por el vocabulario (mis sufridos alumnos darían fe de ello) le volví a insistir al final de la clase a mi también sufrida profesora, porque no lo veía claro o, lo que más me sorprendía, no entendía como ella podía ver tan claro que fuese un adjetivo unívoco. Consultada la lista de sinónimos que da Duden, confirmó su criterio al tiempo que multiplicó mis dudas: bedürfnislos (sin necesidades, sin pretensiones), uneitel (lo contrario de vanidoso o –ojo, sólo para mujeres-de coqueta), modest (modesto), anspruchslos (sin pretensiones, contentadizo, poco exigente), abstinent (abstinente, abstemio), unprätentiös (lo contrario de presuntuoso, pretencioso), bescheiden (modesto, discreto, sencillo y en algunos contextos, humilde), enthaltsam (abstemio en la bebida, frugal en la comida y continente en el sexo), massvoll (mesurado, comedido), dankbar (agradecido), eingeschränkt (restringido, reducido), frugal (frugal, como en español) y  einfach (sencillo, simple, modesto), por dar solo los principales.
En el tren de camino a casa seguía preguntándome, perpleja, por qué ni mi profesora ni mis compañeros veían trampa alguna en la bonhomía del adjetivo ¿Tengo el espíritu crítico hipertrofiado? Pero eso no puede ser malo, me decía, mientras aún recordaba con un escalofrío el delicioso espacio de radio que Juanjo Millás, Pepa Bueno y Gemma Nierga nos habían regalado el día anterior advirtiendo lo necesario que es para una sociedad la capacidad de análisis y de crítica como antídoto contra el alienamiento ¿O es el espejismo de un supuesto bienestar económico el que nos hace caer en las trampas del conformismo? Puede ser. España había despertado del sueño de las clases medias cuando se pinchó la burbuja especulativa y muchos (no suficientes, probablemente) dejaron de ser “mayoría silenciosa”... y genügsam. Mientras, Suiza sigue viendo lo que ocurre  en el sur de Europa como una pesadilla lejana e imposible. Y no podía evitar relacionar el genügsam sein con ese mantra repetido hasta la saciedad por tertulianos, opinadores y otros terminales de la derecha mediática neoliberal que con irremediable condescendencia afirman que “lo importante para un parado es trabajar, lo de menos las condiciones, no le hables tú ahora a una padre de familia en paro de convenios e indemnizaciones por despido, sino de ingresar cada mes un sueldo para dar de comer a sus hijos”. Esta es la falacia n°2, consecuencia necesaria de la falacia n°1, el “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. O dicho de otro modo: “Os quitamos vuestros derechos por vuestro bien y no os quejéis, que la culpa, al fin y al cabo, ha sido vuestra”. Algo que parece que empieza a calar cuando muchos jóvenes, como nos contaba hoy la Ser, estarían dispuestos a aceptar minijobs.
De lo que no cabe duda, es que mi libro de alemán tiene razón al relacionar el genügsam sein con la felicidad. La felicidad de disfrutar de las pequeñas cosas, que seguro que nos engrandece. Pero también la felicidad que da vivir en la ignorancia y en la falta de compromiso, ahorrándose así las frustraciones que produce el no alcanzar los objetivos vitales y sociales a los que se aspira. Esa felicidad, a lo peor, nos empequeñece.

lunes, 4 de febrero de 2013

Quo vadis sanidad


Quo vadis sanidad

Hace tiempo que venía dándole vueltas a la idea de escribir sobre sanidad, sobre la importancia de la sanidad pública. Mientras, a una mala noticia se le sucedía siempre otra peor: privatización de gran parte de la sanidad madrileña, euro por receta, despojo a las áreas rurales de los servicios sanitarios y así en un perverso suma y sigue. Sin embargo,ha sido el artículo de Público acerca de la alerta lanzada por la AECC sobre cómo el copago afecta de manera especialmente preocupante y cruel a los pacientes oncológicos lo que ha colmado el vaso de mi muy mermada paciencia hacia la ineptitud y la falta de humanidad de nuestros gobernantes.

La ministra de Sanidad de España, por increible que pueda parecer, es Ana Mato. Y es increible no porque el hecho de ser una pija recalcitrante sea incompatible con un cargo ministerial. Consultados el BOE, la Carta Magna y los Códigos Civil y Penal nada justificaría tamaña discriminación. No. Pero se me ocurre, solo se me ocurre, que su condición de pija la inhabilita moralmente para tomar decisiones sobre algo tan trascendental como la sanidad pública. Más que nada por una evidente falta de empatía, que la puede llevar a tomar decisiones que a los ojos de ciudadanos normales (que somos la mayoría) sean injustas, crueles e inhumanas. Porque se me ocurre, solo se me ocurre, que alguien que no se percata de la presencia de un Jaguar en el garaje de su casa es más que probable que no sea capaz de comprender el esfuerzo que les supone a muchos el coste transporte a la sesión de quimioterapia. Se me ocurre también, solo se me ocurre, que alguien que lleva un bolso de Louis Vuitton con total naturalidad no alcance a comprender que el precio de ese exclusivo complemento equivale al de muchos sujetadores especiales de los que se ven ahora obligadas a comprar mujeres que han luchado con coraje y dolor contra un cáncer de mama. Igual me acerco a la demagogia, pensará alguien, pero también se me ocurre que con los kilos de confeti que cayeron sobre las cabecitas de los hijos de Ana Mato y sus  amiguitos daba para pagar a los payasos que, por falta de presupuesto, han dejado de contratar algunas áreas de oncología infantil.  Y es que una persona que disfruta del mejor momento del día viendo cómo visten a sus hijos es muy probable que tenga serias dificultades para ponerse en la piel de quien hace malabares con el presupuesto mensual y se aguanta el dolor de cabeza por no gastar en aspirinas.

Pero mientras esperamos, sin muchas posibilidades de éxito, a que la ministra que es la máxima responsable de la Sanidad Pública dimita o sea cesada, la ideología de la clase social a la que pertenece  se está materializando ya en las políticas sanitarias de las comunidades autónomas gobernadas por la derecha (iba a escribir PP, pero sería de todo punto injusto olvidar la contribución de CiU al desmantelamiento de la sanidad pública). El avance es imparable y la crisis es la coartada perfecta para implementar una forma de entender la sanidad como negocio. Salvo que pongamos todo nuestro empeño y nuestra capacidad de movilización en pararlo, claro está.  Y ahí el personal sanitario de la Comunidad Autónoma de Madrid nos ha dado un ejemplo del que me siento especialmente orgullosa. Por el momento, no han logrado parar el rodillo privatizador de Ignacio González (herencia recibida de Esperanza Aguirre y Gil de Biedma), pero están realizando una impagable labor de concienciación social. Tampoco es definitiva la paralización por orden judicial de los cierres de las urgencias nocturnas en varios pueblos de Castilla-La Mancha, pero sin la movilización popular probablemente ni siquiera existiría el alivio de esa decisión provisional. Por cierto, para tener una visión de cómo la crisis se está ensañando en las zonas rurales, es imprescindible escuchar el especialque Hora 25 (Cadena Ser) realizó desde Hiendelaencina. Además al escuchar, tras un cuarto de hora de programa,  a FranciscoParra, presidente del Colegio de Médicos de Castilla-La Mancha, y pensar de nuevo en la actual ministra de Sanidad, entran muchas ganas de llorar (o de romper cristales) por lo mal repartidos que están los cargos públicos

¿Y hacia dónde va la sanidad en España, si no frenamos su mercantilización? Se dirige hacia un destino nada incierto, no, se dirige hacia un sistema que conozco muy bien, porque lo observo desde hace casi veinte años y los sufro desde hace diez. Unas pinceladas acerca del sistema sanitario suizo pueden ayudar a comprender lo que nos espera en España de seguir por este camino. En Suiza, ese país al que tan a menudo viajan algunos miembros del partido del gobierno,  es obligatorio que todo el mundo disponga de una póliza de salud con una carta de coberturas mínimas, contratada a través de una aseguradora privada. Sólo en casos de extrema pobreza, los servicios municipales se harían cargo temporalmente del pago de las primas de ese seguro básico obligatorio. Se pueden contratar coberturas complementarias (algunas de ellas muy necesarias) y para abaratar las exorbitantes primas los adultos solemos aceptar una franquicia de entre 300 y 1000 euros. Con todo y con ello una familia de tres miembros pagará unos 600 euros al mes, a los que hay que sumar el copago (el paciente paga el 10%, previsiblemente en breve el 25%, de cualquier consulta y tratamiento, salvo para el embarazo y parto) , los medicamentos (excluidos en su totalidad de las coberturas de los seguros) y el transporte en ambulancia (una compañera de mi hija tuvo un accidente en el colegio y llegó a su casa una factura de 360 euros por su traslado en ambulancia...a la clínica que se ve desde las ventanas del colegio, apenas 600 metros), además de otros muchos gastos. Cabría esperar al menos una sanidad de calidad excelente y, como postulan los defensores del modelo neoliberal, con muchísimos menos costes para el estado. Pues no: ni una cosa ni la otra. Dejando aparte que en Suiza, como en España, he tenido la suerte de toparme con excelentes médicos en lo profesional y en el trato humano, el sistema es un desastre. La atención primaria no existe (cada paciente es responsable de buscar un médico de cabecera y se arriesga a quedarse desatendido si su médico de familia se va de vacaciones, se pone enfermo o se jubila) y las urgencias son telefónicas (a una paciente con antecedentes de trombosis y que sufría síntomas preocupantes se le recomendó dormir con los pies en alto, tomarse una aspirina y acudir al día siguiente a su médico habitual) u hospitalarias (normalmente a cargo de un MIR que consulta telefónicamente los casos más complicados  con su médico de guardia, así se trate de un politraumatismo y el médico en cuestión sea neurólogo).  La atención hospitalaria o las consultas de especialistas funcionan algo mejor, pero corremos el riesgo de dejarnos engañar por las apariencias. Maternidades preciosas, luminosas y con tres menús a elegir, carecen de UVI neonatal o no tienen suficientes matronas y dejan así a un bebé, cuya madre está inmovilizada, sin cambiar los pañales en 12 horas. A un paciente de 80 años, que además ha ingresado como “Allgemein” (seguro básico obligatorio) le realizan una desobstrucción arterial y lo dejan horas sin observación, mientras sufre un derrame interno, a punto de ser mortal. Sabemos que a los pacientes de la siguiente categoría del seguro se les garantiza un control casi permanente por parte del jefe médico. A una paciente con antecedentes familiares por partida doble de cáncer de mama no se le realizan mamografías periódicas: los controles ginecológicos incluyen solo la exploración manual. Las visitas pediátricas de los bebés están sorprendentemente espaciadas. Y se “ahorra” en prevención. Mi cuñado, jefe médico de traumatología, tuvo que luchar con denuedo para evitar que se suprimiera la obligatoriedad de la prueba de las caderas a los bebés. Como fue imposible convencer a las autoridades con argumentos médicos y humanos, tuvo que recurrir a un estudio de los costes que supondría el tratamiento de las lesiones derivadas en adultos.

El panorama no es más halagüeño si nos ocupamos de los costes. En España el “modelo Alzira” ya ha demostrado que el argumento de la eficiencia del modelo privado concertado hace aguas por los cuatro costados. También se ha comprobado en el casoalemán. Suiza no es una excepción. Los costes sanitarios para el Estado no han hecho sino dispararse desde que hace casi tres décadas se implantó el sistema vigente. El modelo de negocio está claro. Mientras que los hospitales privados compiten por hacerse con las intervenciones quirúrgicas más “lucrativas”, a los pacientes crónicos o de más edad se les deriva a hospitales cantonales. La arbitrariedad a la hora de fijar tarifas médicas ha disparado las primas. Una parte de esas primas repercute directamente en los cantones (dinero público) y el resto en los clientes-pacientes-usuarios,  abocados a destinar cada mes entre un 10 y un 25% de su salario a pagar el seguro médico. La competencia  por hacerse con una porción del pastel es tal que los gastos en publicidad y marketing generan sobrecostes brutales: entre agosto y noviembre uno puede recibir entre cinco y doce llamadas a la semana de call centers de aseguradoras para captar clientes. El modelo es ya tan insostenible, social y económicamente, que cada día son más las voces que desde la política y desde la sanidad, reclaman su revisión a fondo. La presencia de poderosos lobbies vinculados a las finanzas, los seguros y la industria farmaceútica en el parlamento  invita, sin embargo, al escepticismo. Al fin y al cabo, ya lo proclamaba sin rubor Juan José Güemes, la sanidad pública ofrece grandes   “oportunidades de negocio”. Por supuesto, no para el Estado y el ciudadano,  pero eso a Güemes, que se mueve en la misma estratosfera que Ana Mato, poco le puede importar. 

¿De verdad queremos que ese sea el camino de la Sanidad Pública en España? Cuando se trata de (sobre)vivir o morir con dignidad, todos (también los pijos), temblamos inevitablemente como insectos, expresión que tomo del escalofriante artículo de Cristina Fallarás. Lo que no es inevitable, sino radicalmente inhumano, es que además tengamos que temblar ante lo que nos va a costar sanar o morir con dignidad. O incluso que al final nos veamos obligados a renunciar a ello. Todos. Bueno, casi todos. Los pijos, seguro que no

lunes, 31 de diciembre de 2012

¿Feliz 2013?

Acabamos de despedir un año para estrenar otro, acompañados de una serie de gestos repetidos entre los cuales está el de felicitar el nuevo año a nuestros familiares, amigos y conocidos. Y de paso a los que nos vamos encontrando a lo largo de las 48 horas que conforman el tránsito de un año a otro, sea la frutera que nos pesa las uvas o el conductor del autobús que nos lleva de vuelta a casa. En esa felicitación , con distintos grados y matices, claro, volcamos, creo yo, una sincera buena intención, lo mejor de nosotros mismos porque hemos encontrado en un convencionalismo como el del cambio del año (al fin y al cabo ¿qué ha cambiado realmente de ayer a hoy?) la excusa perfecta para desear a los demás todo lo que creemos importante. La felicidad sublimada a través de algunas de las parcelas que consideramos que a la otra persona le aportarán paz y bienestar: salud, amor, éxito, amistad o, cada vez más habitualmente, trabajo. Y al deseárselo a otro, con mayor intensidad lógicamente a las que más cerca sentimos y más queremos, estamos también aspirando a una vida mejor para nosotros mismos y para el conjunto de la sociedad.

Desde aquí no sé si suena hueco desear un feliz 2013, ya que la felicidad es una concepto subjetivo y una aspiración que se alcanza, efímeramente, por diversos cauces. Además, todo invita al pesimismo, al que es muy difícil plantarle cara y superarlo. Pero, a mi manera, os lo deseo.

Deseo sobre todo que no perdamos la esperanza, ni la pasión por la vida, ni el entusiasmo, ni la empatía, ni el sentido del humor, ni la solidaridad, ni el espíritu crítico. Todos estos ingredientes son fundamentales para sobrevivir con dignidad y hacer acopio de las fuerzas necesarias para hacer frente a todos los reveses, individuales y colectivos. Deseo de corazón que no nos rindamos, que sigamos el ejemplo de las mareas que defienden consecuentemente los derechos del conjunto de la sociedad, que no nos callemos, que si nos siguen despojando de todo aquello por lo que lucharon nuestros abuelos que nadie pueda decir sin ruborizarse que lo lograron con el silencio cómplice de una mayoría silenciosa. Deseo que la angustia no nos aceche, que las cartas de desahucio no empujen a la gente a tirarse de un balcón, que no sigamos batiendo marcas en desempleo y pobreza infantil, que los cubos de basura dejen de ser la esperanza última de cada vez más personas. Deseo que siga habiendo periodistas honestos que saquen a flote medios de comunicación independientes en estos tiempos donde la manipulación constante hace tan necesaria la información veraz y comprometida con el ciudadano. Y deseo que en 2013 todos nos unamos para contribuir activamente a que vivamos en una sociedad más justa, más libre, mejor informada y más habitable. A pesar de quienes la masacran.

Sirva como recordatorio de que no nos podemos permitir sucumbir a la apatía, al desencanto, a la indiferencia, algunos hechos que nos deja el extinto 2012, año aciago que tiene el dudoso honor de ser aquel en que más se destruyó en menos tiempo. Recordemos por ejemplo que hoy, como hace un año, el yerno del rey que (presuntamente) robó dinero público a manos llenas, duerme en su casa. Entretanto, miles de personas han perdido su hogar en este año y duermen ahora, en el mejor de los casos, con estrecheces en casa de los abuelos o, en el peor, en un centro social o en un cajero. Recordemos que el número de parados se ha incrementado sin cesar mientras la ministra del ramo encomendaba la solución del problema a la voluntad de un ser mitológico. Recordemos que la sanidad pública universal y gratuita ha dejado de existir. Recordemos que los jóvenes se ven forzados a emigrar. Recordemos que una ofensiva ideológica sin precedentes desde el nacionalcatolicismo aspira a la destrucción de la educación pública, igualitaria, laica y gratuita de calidad. Recordemos que la justicia es ahora de pago. Recordemos que nuestros gobernantes amagan un día sí y otro también con restringirnos derechos ciudadanos básicos, como la libertad de expresión y los derechos de manifestación y huelga. Recordemos que la mejor y más independiente televisión pública de la democracia ha quedado reducida a escombros. Recordemos que cada vez que se ha cedido a las condiciones dictadas por los poderes financieros (directamente o por persona interpuesta, sea esta Merkel o la Comisión Europea) la respuesta ha sido redoblar la exigencia: burdas tácticas de chantajismo
mafioso.

Así que no bajemos la guardia en 2013 y no dejemos de hacernos oír. Y, ahora sí, ¡feliz 2013! De corazón y, aunque parezca imposible, esperanzada.

domingo, 11 de noviembre de 2012

A los editores de El País (por alusiones)


Ayer bien entrada la noche recibí un anónimo. Cumplía los requisitos típicos de los anónimos que reciben las protagonistas de las películas americanas de los domingos a las cuatro. Era insultante y quien  lo escribía ocultaba cobardemente su identidad, aunque por el estilo y el contenido no me fue difícil adivinar quién me lo remitía. Y venía dirigido, entre otros miles de personas, a mí, porque se titulaba „A nuestros lectores“ (entiendo que de El País, porque lo que le distinguía de los otros anónimos de las películas es que en lugar de estar hecho a base de recortes de periódico, venía publicado en uno).

Me dirijo, pues, a los autores del anónimo, que entiendo que son los editores y, muy probablemente, el director de El País. Lamento no poder personalizar esta carta como me gustaría, es lo que tiene no firmar lo que uno escribe (práctica que Vds., por cierto, condenan la línea 11 del cuarto párrafo del citado anónimo al que llaman Tribuna –cosas de la „neolengua“).

Como les decía, me doy por aludida porque soy lectora de El País. Con certeza no la más antigua, porque nacía apenas un año antes de que lo hiciera el periódico. Pero sí puedo asegurarle que sin cumplir los cuatro años el periódico que mi madre ponía en mis manos para que diese mis primeros pasos leyendo titulares era El País. Y desde entonces hasta ahora, El País, en distintos formatos, no ha dejado de pasar a diario (o casi) por mis manos. Es más, durante casi diez años, hasta enero de este año, fui suscriptora de la edición digital de El País. Eso incluso cuando ya todos los contenidos de su periódico (que consideraba también mío) se ofrecían, quizás temerariamente, de forma gratuita en la red. No es que me sobrase el dinero, no. Pero me sentía en la obligación moral e intelectual de retribuir un trabajo bien hecho, del que yo me beneficiaba como persona pero también como profesional. No de manera exclusiva, pero casi, he compartido con mis alumnos de español lengua extranjera artículos de este periódico, porque valoraba lo mucho que les aportaba lingüística y culturalmente. Tan importante ha sido El País (junto con la radio) en mi vida, que cuando hace casi veinte años tuve que elegir una carrera universitaria, el periodismo fue lo único que a punto estuvo de apartarme de mi vocación como historiadora.  

He mantenido de manera continuada mi fidelidad a El País a pesar de que no siempre, y de manera muy especial estos últimos años, la línea editorial del periódico respondiera a lo que una lectora habitual e informada podía esperar de un diario progresista e independiente. Sólo por ilustrarles con algunos ejemplos de momentos en el que El País me decepcionó sobremanera (hasta el punto de tener que comprobar que el artículo de turno correspondía con su cabecera) recordaré la feroz campaña contra Miguel Sebastián por favorecer a Gallardón, el tratamiento dado a movimientos sociales como el 15M (desde el desdén hasta el paternalismo disciplente), la ofensiva semblanza de Carme Chacón en las previas a las últimas primarias socialistas o el vergonzoso editorial de esta pasada primavera acerca de Urdangarín y las críticas a la casa real. A ello se suma una progresiva frivolización de los contenidos y de los suplementos. El día que el adjetivo „independiente“ se cayó de la cabecera de El País para reemplazarlo por „global“ un destello de inquietud en forma de escalofrío me recorrió el espinazo: la evolución posterior del periódico fue confirmando, lamentablemente, mis peores sospechas.

No solo han hecho una gestión económica, a tenor de los resultados, muy mejorable: de eso respondan ante sus accionistas. Lo dramático es que han dilapidado el enorme capital cultural,simbólico y hasta emocional del periódico que muchos identificábamos con la vuelta de la democracia a España. Un periodismo riguroso y de calidad que, pese a todos esos momentos en que me han indignado posicionamientos de los editores de El País, ha hecho que nunca renuncie a su lectura. Un periodismo que solo se consigue con buenos, magníficos periodistas profesionales que no se merecen ni la extraña deriva de su periódico, ni, muchísimo menos, que se les despida de la peor manera posible. Ni se lo merecen ellos y ellas, esas 129 personas que mañana perderán su empleo y de las que no voy a nombrar a nadie porque me dejaría a muchos en el tintero. Ni se lo merecen quienes quedan ahora (muchos activos en la lucha de los últimos días) al albur de nuevas decisiones arbitrarias ejecutadas por consejeros multimillonarios. Ni nos lo merecemos los lectores, que nos quedamos sin magníficos profesionales a los que leer y con la sospecha de que de esto solo va a resultar en una rápida merma de la calidad de „nuestro“ periódico. Ni se lo merece El País, que no, que no se merece languidecer así. Justo cuando la información rigurosa y la conciencia crítica son tan importantes.

Me estoy extendiendo y sé, señores editores, que todo esto les importa poco. Si no han escuchado a sus propios trabajadores, menos aún espero que lo hagan con una lectora entre tantas. Pero esta lectora, que sí firma con su nombre y apellidos, no va a dejar que acabe el día sin decirles, sin gritarles, que no voy a admitir que me insulten. Porque en su anónimo me toman por imbécil y eso, aunque peinen canas y cobren millones de euros al año, no se lo voy a admitir. A ver, que en su lista de artículos más leidos, como nos recordaba hoy una asqueada Rosa María Artal, lideren el glamour de Sergio Ramos y otras banalidades varias no significa que sus lectores estemos a ese nivel. Vds., que tan globales son, supongo que sabrán cómo funciona el efecto viral en Internet y cómo estas noticias llamativas, ligeritas y de fácil lectura corren por las redes y se multiplican. Vamos, que esa estadística de artículos „vistos“ (que no leídos)  la comprondrán en gran medida espectadores del Sálvame, quinceañeras en la edad del pavo y lectores del Marca que en su inmensa mayoría no han puesto nunca un euro treinta en la mano del kiosquero mientras con la otra cogían El País. Que no se han dejado la vista en las pantallas leyendo sus artículos. Que no han alargado toda una semana la lectura pausada de El País Semanal. Vamos, que no son sus lectores. Porque la mayoría de sus lectores no somos tontos, no nos vamos a dejar despirtar por vacuidades y en cambio sí vemos con tristeza e indignación el despido injustificado de 129 periodistas. Y muchos de sus lectores hemos compartido esa indignación en las redes sociales.

En un discurso de infausto recuerdo, Juan Luis Cebrián argumentaba que había una edad límite para ejercer el periodismo (no voy a ser tan poco elegante, Sr. Cebrián, de recordarle la suya) y lo vinculaba, entre otras cosas, a la necesidad de dominar la dimensión digital del periodismo y las redes sociales como instrumento (tampoco sería ahora elegante destacar que, Sr. Cebrián, su perfil de Twitter está cerrado al acceso público y que sólo ha escrito dos „tuits“ que, lamentablemente, no podemos leer). Sin embargo en su anónimo tildan las críticas vertidas en las redes sociales contra los editores y consejeros de El País como „fruto de la demagogia populista“ y „las tendencias libertarias de muchos“, aparte de manejar la „envidia“ y los „celos“ como otros factores detonantes de nuestra supuestamente injustificada inquina contra Vds. Solo les ha faltado hacer unas cuantas gracias sobre monos azules y pañuelos rojos y podríamos resituarnos en el pasado falangista de alguno de Vds. Como si fuera poco, nos tutelan, y concluyen que sus lectores podrían haberse visto „confundidos por las informaciones manipuladas“. No se confundan ni intenten (conmigo no lo van a conseguir) manipularnos.

Podría acabar jurando que nunca más volveré a leer su periódico o hacer alguna otra declaraciõn de intenciones grandilocuente. No lo haré porque no es cierto. Porque esta misma mañana he leído y compartido un magnífico artículo de Soledad Gallego-Díaz, y no soy tan incauta como para perderme sus artículos y los de muchos otros que se quedan. Seguramente nunca vuelva a ser suscriptora y es más que probable que pase por alto sus editoriales o los lea tapándome la nariz. No va a ser plato de buen gusto asistir a la debacle de un periódico de referencia (que espero no se extienda a otros medios del grupo) y aún me queda una pizca de optimismo al pensar que si, algún día, otros que no sean Vds. se ponen al frente, El País recuperará grandeza. Aunque nunca más sea lo mismo.

Eso sí, mientras estén Vds. al frente: no se les ocurra volver a insultarme. Y si persisten en hacerlo, al menos, firmen el insulto.

viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Por qué sí secundar la huelga del 14N?

Sé que alguien puede cuestionar que una persona como yo, que reside fuera de España y no se va a ver en la tesitura de tener qué decidir el próximo 14 de noviembre si acudir a trabajar o secundar la huelga, tenga legitimidad para hacer un llamamiento al paro general. Que mi posición es muy cómoda, que lo veo de lejos, que a mí nadie me va a descontar ese día de salario (entre otras cosas porque el país en el que vivo, como de costumbre, no se suma a esta huelga europea). Lo sé y lo asumo.

Pero estoy convencida de que no sólo puedo sino que debo defender lo importante de hacer de la huelga general del 14 de noviembre una movilización social masiva contra los recortes, contra el desmantelamiento del estado de bienestar, contra la conculcación de derechos. Porque me importa y me duele mi país hasta la lágrima y la indignación diarias. Porque me siento corresponsable en la lucha por nuestros derechos (de ciudadanos españoles, europeos, de seres humanos). Y porque me indigna que muchos de los que aún viviendo en España y sufriendo directamente los efectos perversos de los recortes y el envite despiadado de la crisis, no quieran ver la dimensión real de la tragedia y prefieran volver la cabeza y no implicarse.

Pero no puedo escribir nada para explicar la importancia de esta huelga porque alguien, Isaac Rosa, ya lo ha hecho en su blog de eldiario.es. Y si yo ahora quisiese plasmar lo que pienso, sólo me saldría un mal plagio de lo que ya ha escrito Isaac.
Aquí os lo dejo: