lunes, 22 de abril de 2019

No votar NO es una opción

La tormenta ha tumbado un árbol que ha caído a plomo a 15 metros de donde paseas. Acababas de pasar por ese sendero hacía apenas un minuto, esos 60 segundos que no empleaste en pararte a hacer una foto porque te habías quedado sin batería. Perdiste el tren aquella mañana de marzo porque tuviste que volver sobre tus pasos. Habías olvidado los planos que tenías que presentar en la reunión. Ibas tan distraída leyendo que te subiste sin mirar al primer autobús que llegó a la parada. En aquel 27 que no sabías donde te llevaba viajaba también Ana. Mañana os casáis.

A veces pequeñas decisiones, cuyas consecuencias no podríamos nunca prever, cambian de manera determinante nuestras vidas. Para bien o para mal. Una fina línea que cruzamos sin saber lo que nos espera al otro lado, una acción ajena a nuestra voluntad, a nuestra responsabilidad y a nuestra conciencia.
Pero votar, un acto que en puridad apenas ocupa 5 minutos de una mañana de domingo, es otra cosa. Ahí sí somos responsables, ahí sí ejercemos una toma de decisión consciente. Ahí sí sabemos (o al menos intuimos con mucha certeza) a donde nos lleva el introducir una u otra papeleta en el sobre. Como también deberíamos saber muy bien a estas alturas que no hacerlo, no votar, quedarse en casa ese domingo por pereza, por indolencia, por enfado, por la excusa que nos queramos poner, no nos va a salir gratis.
Escribo hoy esto, a una semana de que sepamos el resultado de las próximas elecciones generales, pensando en el votante de izquierdas. Pero también pensando en las mujeres, en los migrantes, en los pensionistas, en las trabajadoras precarias, en los parados, en las enfermas terminales, en los niños y niñas de familias empobrecidas, en las víctimas de agresiones sexuales y de trata de blancas, en los homosexuales, en la falsa autónoma, en el trabajador del campo, en los bebés que están naciendo en España en este mismo instante. Nunca en los últimos 40 años una distancia tan corta había separado dos modelos de país tan radicalmente opuestos. Nunca habíamos estado tan cerca de poder mejorar las vidas de todas esas personas en las que estoy pensando y, a la vez, tan terriblemente próximos a retroceder en derechos y libertades para todas ellas de una manera inédita en nuestra democracia. Nunca nos habíamos enfrentado a una derecha tan rancia, tan retrógrada, tan burda, tan bronca y, lo que la hace más peligrosa y similar a procesos análogos como los vistos con Trump, Bolsonaro o Salvini, tan carente del freno con el que la sensatez y la prudencia atemperan las posiciones de los partidos conservadores democráticos y moderados. Nunca nos habíamos enfrentado como este 28 abril a la posibilidad de que retrocedan las manillas del reloj en espacios donde dábamos el progreso por conquistado. Por eso nunca ha sido tan necesaria la movilización de los votantes progresistas como ahora. 
Todas conocemos al ciudadano desinformado, manipulable, poco consciente del valor de su voto. Todos tenemos una compañera de trabajo, un cliente, una cuñada, un tendero, una amiga que se encoge de hombros, que dice pasar de la política o te repite el “todos son iguales” para a renglón seguido comentarte lo que le ha escuchado al tertuliano de turno o reenviarte por whatsapp el último bulo que le ha llegado. A poco que rasques, ese votante acrítico es incapaz de sostener argumentalmente las causas por las que va a votar a uno u otro partido. Y muchas veces ese es también el indeciso, que tanto dolor de cabeza está causando a sociólogos y politólogos porque es un factor impredecible. Para que los ciudadanos asuman que la sociedad en la que vivimos nos necesita participativos, críticos, conscientes y maduros, se necesita aún mucha pedagogía democrática. Y tiempo. Podemos poner nuestro granito de arena en nuestro entorno, educando a nuestras hijas e hijos, hablando sosegadamente con nuestros amigos, parando en seco la distribución de noticias falsas. Pero es una labor ardua y a largo plazo.
Hoy en cambio pienso más y de manera urgente en la movilización del abstencionista de izquierdas que, para nuestra desgracia, no es ningún animal mitológico. Los comicios celebrados hasta la fecha siempre han confirmado que la abstención beneficia a los partidos conservadores, lo que se ha justificado siempre partiendo de la premisa de que el votante de izquierdas es más crítico “con los suyos” y expresa su desafección no acudiendo a las urnas. Esa explicación tranquilizará a muchos, pero siempre me ha parecido indefendible, especialmente en un país donde un golpe de estado, una guerra cruenta y una larga dictadura fascista condenaron a su población al silencio político. Votar es una obligación democrática, se lo debemos a nuestros abuelos y abuelas, a quienes murieron en las cárceles sin poder volver a empuñar nunca la única arma a la que deberíamos aspirar, el voto. Se lo debemos a la oposición democrática y al exilio, muchos de ellos adscritos a formaciones de izquierda. Y nos lo debemos a nosotros y a nuestra decencia como ciudadanos y ciudadanas libres.
Pero es que, además, este 28 de abril, no votar es de irresponsables. De egoístas. De estúpidos. Perdonad la crudeza, pero no concibo que nadie progresista con derecho a voto y posibilidad de ejercerlo, no acuda a votar este domingo. 
No lo podrán hacer muchas y muchos emigrantes a los que la papeleta no les llegará a tiempo por culpa del maldito voto rogado. No podrán hacerlo muchas y muchos jóvenes conscientes e informados, que han llenado las calles el 8 de marzo o los viernes por el clima y que aún, lamentablemente, no alcanzan la edad mínima para votar a pesar de que nos estamos jugando muy especialmente su futuro. No podrán votar las 47 mujeres reconocidas como víctimas mortales de violencia machista en el 2018. 
Pero tú, que te declaras de izquierdas, no tienes ni una sola razón para no ir a votar este domingo. 
¿Que te indigna que el Open Arms esté atracado mientras mueren seres humanos en el Mediterráneo? Por supuesto, es inadmisible ¿Que te irrita que las luchas de egos hayan hecho peligrar una formación política ilusionante que había canalizado la indignación del 15M? Es para resucitar a nuestra Sole de 7 vidas y propinarles las collejas en estéreo. ¿Que a veces no reconoces en el batiburrillo de las luchas identitarias la lucha obrera que había definido siempre a los partidos de izquierda? Pues nos sentamos, lo analizamos con calma, que aquí hay mucho que debatir, y vemos hacia dónde tiene que ir la izquierda del futuro ¿Que eres anticapitalista y te parece que el PSOE es cobarde y liberal en lo económico? Ya se encargará Unidas Podemos de hacerle avanzar en medidas económicas más valientes ¿Que eres un socialdemócrata clásico y algunas de las propuestas de Unidas Podemos te parecen poco realistas? Ya se encargará el PSOE de modular algunos de los puntos más polémicos. ¿Que defiendes la unidad de España en un sistema federal? ¿O eres en cambio partidaria de que se celebren referéndums donde se consulte sobre el modelo territorial? Bueno, pues a cualquiera de las dos soluciones solo se puede llegar contemporizando y dialogando, que es lo que proponen, son sus matices diferenciados, PSOE y Unidas Podemos. Intenta en cambio contestarte a cualquiera de esas dudas que te planteas imaginándote a un Pablo Casado presidente con el apoyo de un Ciudadanos desnortado y de la extrema derecha salvaje de Vox. A ver cómo se te queda el cuerpo y de qué nos han servido tantos remilgos. 
Así que, por favor, vota. Con entusiasmo o con la nariz tapada. A PSOE o a Unidas Podemos. Pero el domingo 28 de abril, vota. Y no solo porque si no lo haces luego no vas a tener ninguna autoridad moral para quejarte cuando penalicen (más) el derecho de huelga, privaticen los servicios públicos, vacíen la caja de las pensiones, te obliguen a parir cuando no quieres o a malvivir cuando quieres morir. No, no solo es eso. Es que no votando no te haces daño solo tú (allá cada cual) sino que nos arruinas el futuro a los demás. Y eso es mucha responsabilidad solo por una rabieta (más o menos justificada, eso no te lo discuto) nacida de la desafección o de la observación estricta de la pureza ideológica. 
Necesitamos generosidad y luces largas. Ya conquistaremos, poco a poco, el cielo. A día de hoy lo urgente es que dentro de una semana no hayamos bajado a los infiernos.


martes, 13 de marzo de 2018

Ser bueno, ser buena

Cuando los profesores de español explicamos los diferentes usos de “ser” y “estar” con adjetivos (algo sin equivalente en casi ningún idioma) llegamos a un capítulo muy divertido que es el de los calificativos que cambian de significado según el verbo que lo acompañe (ya se sabe que la “paella está rica” pero “Bill Gates es rico, muy rico”). Y llegamos a ”bueno”. Con la comida lo tenemos claro: un plato de espinacas bajo en sal es buenísimo para aumentar la ferritina pero lo que está realmente buena es una generosa ración de patatas bravas. ¿Y cuándo hablamos de personas? Entonces les aclaro el tipo de malentendidos surrealistas/divertidos que se pueden generar si decimos que nuestro suegro está muy bueno. Pero en cambio, aclaro, comentar  que alguien es muy bueno, es lo mas positivo que se le puede decir. Ser buena persona es algo deseable, admirable, apreciado... ¿seguro? A veces parece que no, que corren malos tiempos para la buena gente.

Aunque desde hace un par de días  procuro asomarme poco a las redes sociales, y muy especialmente a Twitter, que hay momentos en que se vuelve inhabitable, anoche lo consulté brevemente. Brevemente porque me estomagó, por ejemplo, el acoso y derribo a Ignacio Escolar por su acertado análisis de los resortes oscuros del odio. Pero aún más pasmo me produjeron algunas de las reacciones a las palabras de Patricia  Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, el pobre peque almeriense de 8 años al que la maldad más incomprensible le ha arrebatado la vida. Y precisamente en contrajste con esa maldad, admiran más aún la dignidad y la sensatez de alguien cuyo dolor ni alcanzamos a imaginar pero con la claridad suficiente para pedir que no imperen la rabia y el rencor. Pues frente a eso, aún ha habido quien se cree con derecho a sufrir más que una madre a la que le han asesinado el hijo o a aventurar que tamaño desatino solo puede ser efecto de los sedantes ¿Cómo alguien en su sano juicio, claman los portavoces del odio, no va a pedir venganza a gritos? Ese exceso de bondad, aseguran, no puede ser bueno.

Hacía poco otra reacción virulenta, ante algo esta vez infinitamente menos doloroso, ya me había hecho cuestionarme de donde sale esa “mala gente que camina” (robándole el título a Benjamin Prado). Dani Mateo escribió un tuit que le valió un sinfín de burlas, insultos e improperios ¿Por qué? ¿Qué barbaridad había dicho este cómico? ¿Acaso algo de todos conocido como que la cruz del Valle de los Caídos es fea a morir (y hortera y megalómana y un insulto a la memoria de las víctimas de su dictadura...)? Pues no: escribió algo que de tan obvio no debería ser necesario recordarlo:



¡El acabóse! ¿Cómo se puede ser tan tonto  como para valorar la bondad en alguien que ostenta responsabilidades públicas? ¿De qué va a servir la empatía y la sensibilidad a la hora de legislar? ¿Acaso la ambición, el cinismo y el desprecio por los ciudadanos no son cualidades deseables en un político? Bondad. Buah. Paparruchas.

Y es que ahora ser bueno es de “buenistas”, uno de los neoinsultos favoritos (junto a feminazis) de la caverna mediática y social. Pedir que Europa asuma sus insoslayables deberes democráticos y éticos y acoja a los solicitantes de asilo que huyen contra su voluntad de guerras, persecuciones y violencia sexual es buenismo (salvo que Ana Pastor y el Gran Wyoming estén por la labor de acogerlos en sus casas). Recordar que ser musulmán no te convierte automáticamente en terrorista (de la misma manera que uno no era sospechoso de etarra por ser católico) es buenismo. Escandalizarse porque el presidente de una superpotencia proponga armar a los maestros y maestras (y no precisamente de bibliotecas bien repletas y laboratorios bien dotados) para, paradójicamente, acabar con la violencia es buenismo. Y así todo el rato. Mucho mejor que yo lo contaba Elvira Lindo en esta columna hace un año.

Y por si nos faltaba poco, la RAE nos regalaba el 20 de diciembre esta nueva entrada en su diccionario:



La definición de la Real Academia nos podría parecer, siendo generosos, chusca. Pero no nos debería de extrañar si tenemos presente que alguno de los sillones de la institución que vela por nuestra lengua los ocupan intelectuales que gustan de presumir de muy malotes (y muy machotes). Véanse por ejemplo los sillones i y S. Qué menos, entonces, que decir que uno se puede pasar de tolerante...

¿En qué momento ser bueno se convirtió en objeto de desprecio? ¿Cuándo se decidió que el cinismo sea un valor en alza? Sería tremendamente triste que ese discurso acabase siendo hegemónico.

Pese a ello, pese al ruido que hacen y el eco que encuentra los que desprecian la bondad, prefiero pensar, como Rozalen, que “el mundo está lleno de mujeres y hombres buenos”. Quedémonos, como dice Patrícia, con eso. Pero no nos despistemos, no vaya a ser que nos convenzan poco a poco de que ser bueno es de tontos.

Dedicado a Gabriel Cruz, cuya carita nunca deberíamos haber conocido, y a todos los pececillos  que se ahogan en la sepultura del Mediterráneo sin que conozcamos ni sus caras ni sus nombres. Porque ninguna niña ni ningún niño debería morir cuando esa injusticia es evitable.

 🌻🌻 ROZALÉN - Girasoles 🌻 🌻









miércoles, 3 de mayo de 2017

El final de "Sé quién eres" y el 1º de mayo

El lunes se terminó en un (casi) doble capítulo el final de la serie de Pau Freixas "Sé quién eres". Ha sido una serie con un arranque muy potente, estupendos episodios centrales y un estiramiento absurdo de algunas tramas que pedía a gritos que le quitasen 4 o 5 capítulos de más. Ha sido una serie que la inmensa Blanca Portillo se ha podido echar sobre sus espaldas acompañada por algunos secundarios deslumbrantes, mientras dos o tres clamorosos fallos de casting hacían que escondiésemos la cabeza detrás de un cojín cada vez que aparecían por pantalla. Entre los puntos más flojos (no muy sorprendente, siendo Freixas el creador de "Pulseras rojas") es que la serie resiste de regular a mal una lectura desde la perspectiva de género. Entre los fuertes, que da gusto ver esa frescura de rodajes en exteriores y localizaciones reales, ajenas a la impostura del croma.

Pero lo que dio sentido a la serie, pese a sus altibajos, fue el último capítulo y, muy especialmente, esos inolvidables 15 minutos de cierre que son estéticamente maravillosos y éticamente demoledores. Porque la conclusión es coherente con lo que adivinábamos pero a lo mejor preferíamos no ver. A todos nos gusta que ganen los buenos, que venza la ética, que la justicia sea implacable con quienes delinquen abusando de su situación privilegiada. Y viendo la serie queríamos creernos que al final alguien del entorno de Elías acabaría por hacerlo caer. Pero no. No nos engañemos: "Sé quién eres" funciona como la realidad de nuestros informativos. Un día las tertulias y análisis se llenan de frases como "va a tirar de la manta", "hay nerviosismo en la sede del partido", "con esto caerá el gobierno" o "esto hace tambalear la trama corrupta". Pero no: ni Bárcenas, ni Granados, ni Camps van a tirar nunca de ninguna manta ni dejarán caer a ninguno de los suyos. El poder, el dinero, la falta de escrúpulos  y la protección de las altas esferas del estado con la consecuente sensación de impunidad conforman una argamasa que une más que el miedo a la cárcel. 

Con ayuda de sus rituales, más o menos horteras, desde la copa en la cubierta del yate hasta la barbacoa en el Ampurdá pasando por los chalets revestidos en dorado y los volquetes de putas, se reconocen, se apoyan y cubren sus miserias. Da igual que se trate de una familia desestructurada y emocionalmente analfabeta o de un partido donde vuelen los cuchillos. Al final, hay que dejar que paguen los de siempre mientras quienes tocan poder se protegen y salen indemnes (o casi). Que son unos hijos de puta, sí, pero nuestros hijos de puta. Ya lo decía Roosevelt.  Eso sí que es conciencia de clase a prueba de bomba y de instrucción judicial, que ríete tú de la de la clase trabajadora, donde la solidaridad amenaza con convertirse de un tiempo a esta parte en un concepto en peligro de extinción.

Esta es la triste bofetada de realidad que nos dio el final de "Sé quién eres" en pleno 1º de mayo, envuelta con una música y una fotografía impactantes. Los poderosos no se pierden la barbacoa. Y, mientras, las manifestaciones de lucha por los derechos de los trabajadores se vacían y la ultraderecha barre a la socialdemocracia. 

La jueza Castro lo tenía muy claro. "Esto no va de quiénes queremos ser, sino de quiénes somos". Y de dónde estamos, podría aún añadir. Pues eso: así funciona. 

jueves, 18 de agosto de 2016

Despojados de votos, cargados de razones

Ya que tengo desatendido el blog, dejo aquí, aunque sea con bastante retraso, la reflexión a la que me llevaron las últimas elecciones y que publicaron "La Marea" y "TE Internacional". Y desde que lo escribí hasta hoy, apenas ha cambiado algo. Lamentablemente 

martes, 12 de abril de 2016

Diccionario de urgencia: CAMPECHANO

Campechano: vocablo netamente español que define a un hombre de posición económica holgada y "buena cuna" (muy habitualmente de noble estirpe) que causa admiración en el pueblo llano por su locuacidad salpicada de simpáticos requiebros y guiños pícaros, además de cosechar los aplausos y la risa cómplice y aduladora de los medios de comunicación y de algún que otro político (aspirantes eternos y frustrados a la campechanía). 

Gusta de la buena mesa (siempre que se la sirvan), la compañía femenina (a ser posible de edad inferior e independencia limitada) y el humor llano y despojado de carga intelectual. Suele ser aficionado a los toros y otras ostentaciones de patriotismo del de toda la vida (el campechano, ya lo hemos dicho, es muy español aunque pocos españoles acceden a esta categoría -bueno, lo dejo, que me estoy liando...). También gusta de demostrar su hombría y ríe a mandíbula batiente y con polo de marca desabrochado ante los chistes de maricones. 

Sin embargo, cuando se ve contrariado por algún ser de los que considera de más baja estirpe, reacciona con furia y con orgullo dejando claro el sitio de cada cual y que una cosa es la campechanía y otra (¡ojocuidao!) poner en solfa sus privilegios ¡A ver qué se van a creer estos mindundis! En esos momentos en el que el Yin aristócrata se come al Yan populachero puede insultar o mandar callar, lo mismo le da a un periodista que a un presidente. 

Para ilustrar la teoría con ejemplos prácticos véase también Juan Carlos de Borbón y Bertín Osborne

viernes, 25 de marzo de 2016

PARTE DE DEFUNCIÓN

Parte de defunción

„¿Día y hora de la muerte?“ La voz suena metálica y rutinaria en la morgue heladora donde yace la difunta

„Viernes, 18 de marzo de 2016, 17:30“

„¿Causa de la muerte?“

„Fallo multiorgánico“

„Fallo multi… ¡A ver!...“ (la impaciencia ha venido a sustituir a la rutina) „Eso es tanto como decir parada cardiorrespiratoria ¿Me puede concretar un poco más?“

„Sí, claro, apunte… Todo comenzó en las extremidades. Las piernas le empezaron a fallar cuando tenía que acudir donde se la necesitaba y era incapaz ya de producir algo útil con sus manos. Los sentidos se le atrofiaron: sufría unas acusadas sordera y ceguera, el olfato ya no podía distinguir lo hediondo de lo bello y la piel se le había endurecido de tal manera que era tan incapaz de percibir una caricia como de distinguir el frío del calor. Los problemas circulatorios la tenían  últimamente postrada y no hacía nada por estimular el tránsito sanguineo ni tampoco por aliviar los edemas provocados por flujos que se quedaban atascados incomprensiblemente en algunas zonas de su cuerpo. Los riñones no funcionaban y no filtraban los elementos nocivos de su organismo. Los pulmones se le llenaron de aires de grandeza que no le permitían ya respirar con normalidad. El cerebro apenas estaba ya operativo, habiendo pedido toda capacidad de reflexión y llevándola a tomar decisiones estúpidas repetidas veces. El hipocampo estaba destrozado, la paciente había perdido por completo la memoria. Y del corazón ni le hablo: se puede decir que, a todos los efectos, carecía de él“

„Inaudito…“ Musita „Nombre y edad, por favor“

„Según su documentación, se llamaba Unión Europea y decía tener 59 años. De todas formas, las autoridades nos informan de que ha cambiado en varias ocasiones de identidad. Y que se le había augurado un futuro muy prometedor. Pero la firma del acuerdo con Turquía esta tarde la ha acabado de destrozar por dentro, aunque llevaba ya tiempo pudriéndose en vida. Se automedicó con austeridad y acabó haciéndose inmune al sufrimiento que generaba. Hasta el punto de llegar a presionar noches enteras a gobernantes para obligarles a sacrificar sus ideales y, lo que es peor, a sus ciudadanos. Empezó a sufrir alucinaciones producto del miedo sin medida al otro, y aceptó ingerir sin control paranoias xenófobas de gobiernos ultranacionalistas en lugar de tomar en consideración el diagnóstico de organizaciones de defensa de los derechos humanos. Negociaba a escondidas un tratado con EEUU que acabaría para siempre con los derechos sociales, laborales, ecológicos y de seguridad sanitaria en su seno. Olvidó las guerras y el genocidio que la habían asolado y dejó de sentir empatía, solidaridad, humanidad, incluso con quienes se ahogaban a decenas a metros de sus costas. A veces lloraba, un poquito, con lágrimas de cocodrilo, al ver una foto de un niño que hasta parecía de los suyos. Pero lo justo, porque sufría un bloqueo emocional crónico. Se convirtió en una bestia para sí misma, se traicionó y ha muerto matando, sin que haya ni siquiera reaccionado en el último momento a las labores de reanimación de quienes creían que aún podía revertir su situación. „

„Buf. Queda todo registrado y listo para su archivo. Por favor, llévense rapidito a la fallecida y abran las ventanas para airear. Un rato largo. ¿Alguien ha reclamado el cuerpo?“

„No“

miércoles, 20 de mayo de 2015

A LUCHAR CONTRA LA DESIGUALDAD CON URNAS Y DIENTES (LOS DE NUESTRAS SONRISAS)

La frase “hoy se celebra la fiesta de la democracia” en jornada electoral se ha convertido en un lugar común tan manido que puede competir en cursilería con “marco incomparable”. Sin embargo, si nos pudiésemos abstraer del tópico y nos parásemos a analizar el significado de estas palabras, tendríamos que suscribirlas. En primer lugar, por respeto. Si todavía no hemos degenerado en seres desmemoriados y desagradecidos, no podemos echar al olvido la lucha de miles de españoles y españolas por recuperar una democracia robada tras un golpe de estado (sí, ese golpe de estado que Esperanza Aguirre niega) y una sangrienta guerra civil que dio paso a 40 años de dictadura fascista, falta de libertades, represión y cercenamiento del ser cívico, con consecuencias aún hoy visibles. Nadie podía celebrar esa fiesta de la democracia que es votar en libertad, todo lo más se metía una papeleta en una urna de una pantomima de referéndum. En ese tiempo oscuro hubo además una minoría de mujeres y hombres dignos que iba más allá en su lucha por los derechos de todos y en la que se jugaron la libertad, la carrera, la tranquilidad o, directamente, la vida. Por todos aquellos luchadores, por nuestros padres, que vivieron con emoción la vuelta de la democracia, y por los que se dejaron la piel en defenderla cuando pendía de un hilo, como aquellos jóvenes abogados laboralistas, compañeros de despacho de Manuela, a los que en una tarde helada la ignominia fascista les segó la vida: por todos ellos, yo nunca he dejado de votar ni dejaré de hacerlo. Ningún cabreo, ninguna decepción, ninguna falta de expectativas me va a hacer desistir de ejercer un derecho y una obligación de ciudadana y demócrata.

 (Nota 1: al menos, intentaré ejercer ese derecho. A pesar de las trabas que se nos ponen a los ciudadanos y ciudadanas que vivimos fuera de España, a pesar de que nos hagan “rogar” el voto dentro de plazos exiguos, a pesar de que nos hayan hurtado el derecho a votar en las elecciones municipales, a pesar de que se empeñen en ignorar, a no ser que esa fuese la intención real de los legisladores, que han hecho colapsar la participación de los cientos de miles españoles emigrados hasta cifras que nos hacen irrelevantes. Nadie os informará mejor que Marea Granate de este expolio).

Pero no solo el respeto por la memoria histórica me impulsa a participar en las elecciones. Votar es comprometerse, votar es elegir, votar es acertar o equivocarse pero siendo adulto y responsable. Ni todos son iguales ni es lícito escudarse en el desinterés por la política para luego pedir cuentas. Como tampoco es suficiente votar, claro. No vale tampoco acudir dócilmente a depositar una papeleta en una urna cada cuatro años y luego confundirse discretamente en la grisura cobarde de la mayoría silenciosa a la que siempre se aferran los políticos mediocres cuando el miedo les inunda al escuchar que hay vida inteligente que les grita y les apela desde las plazas, desde los medios de comunicación independientes, desde las gargantas de los trabajadores en huelga, desde las tablas de un teatro.

Todo y todos somos política y estoy convencida de que ser conscientes de ello es de lo poco bueno que nos ha pasado en los últimos años. La crisis ha cumplido su perversa función: ha cimentado los privilegios de las élites económicas, ha incrementado las desigualdades de forma escandalosa en los países “desarrollados” mientras estrangula cualquier esperanza de progresar en derechos y dignidad en las regiones explotadas por el capitalismo salvaje y ha confirmado a los que manejan los hilos de la economía global lo que ya sabían: que las instituciones actuales (y no hablo solo de España) son meros títeres que se aplican en cumplir órdenes, prostituyendo su función de servidores públicos. Además, generar una crisis de esta magnitud debía servir para frenar las ínfulas de esa incipiente clase media, que se había creído lo del fin de las clases y de las ideologías a golpe de crédito, colegio de medio pago y desdén hacia el compromiso público, pero que al mismo tiempo empezaba a incomodar a las élites. Lo había advertido ya Rubén Bertomeu en los primeros 20 segundos de “Crematorio”, esa serie inmensa que se inspiró en la novela de Chirbes y que se nos queda sin embargo corta a cada escucha que desvelan los medios de comunicación. “Los ricos nunca pueden ser demasiados, Traian. Si muchos tienen mucho dinero, el dinero pierde valor y ya no es útil”, afirmaba Bertomeu. Le faltó ser un poco más explícito y añadir: démosles un escarmiento a esos mindundis que osan mandar a sus hijos a la universidad y salir de vacaciones como si fueran alguien y que se la peguen de bruces contra la realidad. Con lo que probablemente no contaban los Bertomeus de turno que pueblan consejos de administración, coleguean con políticos babosos y envían a sus lobistas profesionales a marcar la agenda de los parlamentos es que al tensar tanto la cuerda iban a acabar rompiéndola hasta conseguir que una parte de esa masa desideologizada a base de consumismo se haya repolitizado como fruto de la indignación. Por una vez, un “daño colateral” que aterra a los poderosos. Que esto sea flor de un día o la base de una ciudadanía más consciente y decidida a sostener con firmeza el timón de su futuro ya sólo depende de todos y cada uno de nosotros y de que no nos dejemos embaucar.

Y aquí es donde volvemos a la “fiesta de la democracia”. Construimos democracia y hacemos política a través de la movilización social, del arte comprometido, de la prensa crítica, de la educación en valores (y no en baremos de informes de la OCDE), a través de la solidaridad y del compromiso diario. Pero siempre nos encontraremos como ciudadanos y ciudadanas un techo de cristal que hará vanos nuestros esfuerzos (y de eso las mujeres sabemos mucho) si este domingo, y todos los que podamos, no llenamos las urnas de papeletas en las que depositemos nuestra confianza (y nuestra exigencia) en un proyecto político, en el proyecto que creamos que puede conducirnos a la sociedad a la que aspiramos y que a la vez sea el que más voz dé a los ciudadanos. Un proyecto al que no nos limitaremos a regalar nuestro voto para luego, una vez delegada toda responsabilidad, esperar a ver: seremos críticos, exigentes, vigilantes y nada complacientes con aquellos que tienen la responsabilidad y la obligación de representarnos a todos y a todas.

Pero nunca, nunca, nos quedemos en el sofá de casa sin votar. Eso, ahora más que nunca, sería una inmensa irresponsabilidad.

(Nota 2: Y si de verdad alguien se empeña en abstenerse, siempre le queda la opción de contactar con uno de los miles de votantes en el extranjero a los que no les han llegado sus papeletas o con todos los que hemos podido votar en las autonómicas pero no en las municipales, para votar en nuestro nombre…)

Sé que ahora lo “políticamente correcto” sería no pedir el voto para nadie y afirmar que cada uno de nosotros, bien informados y muy conscientes de lo importante que son las consecuencias del acto de votar, sabrá o creerá saber lo que es mejor. Y es así, estoy segura de que son varios los proyectos políticos dignos e inspiradores que merecen la confianza y el apoyo de los votantes. De la misma manera que también estoy convencida de que otros son objetivamente destructivos para nuestro futuro: dejando aparte los ridículos partidos de la extrema derecha xenófoba que ni me molesto en nombrar porque no se lo merecen, tenemos que impedir que el PP continúe degenerando la democracia, allanando los derechos ciudadanos y robándonos el futuro (algo, por cierto, difícil si se vota a sus aliados naturales, aunque se les haga pasar por el nuevo partido de moda): O dicho en lenguaje Netflix: Orange is the new blue.

Pero, si me lo permitís, voy a pedir el voto. No me caracterizo por no significarme públicamente en el compromiso político. Si algún día algún potencial jefe decide rastrear mis perfiles sociales y no es muy proclive a tener en plantilla a rojas impenitentes, mi CV acabará archivado en una papelera. Como eso lo tengo asumido, también me voy a permitir, en consecuencia, el lujo de hacer mi propuesta. Sueño con un cambio ilusionante en toda España, en Valencia, que lo necesita como nadie; en Barcelona; en tierras a las que por diversos motivos quiero mucho, como Galicia, Asturias, Euskadi o Extremadura. Pero el voto lo voy a pedir para mi tierra, la que me vio nacer y crecer, la que quiero y añoro. Y creo, parafraseando un magnífico post de David Martínez Pradales, que para Madrid “no es poco una mirada limpia, (…) no es poco una sonrisa franca, (…) no es poco un balbuceo de inseguridad, fruto de la reflexión, (…) no es poco una arruga en la piel, (…) no es poco no causar la misma vergüenza ajena e indignación”. David escribía esto en referencia a Manuela Carmena, Ángel Gabilondo y Luis García Montero. Y no puedo estar más de acuerdo.

Mi voto en las elecciones autonómicas ha sido para IU, para que un poeta traiga el verso de la izquierda a una tierra arrasada por la voracidad y la falta de escrúpulos de la derecha ultraliberal. Espero que muchos más votos apoyen el proyecto honesto, necesario e ilusionante de Luis García Montero. IU es ahora imprescindible como nunca, desde una izquierda consciente de que lo es y un compromiso avalado por años de lucha (no sin sombras, ya lo sé). No soy una ingenua y sé que son escasísimas las posibilidades de que Luis sea el próximo presidente de Madrid. Así que sueño con que al menos, y no es poco, tras el 24M el gobierno de mi tierra lo compartan un filósofo tranquilo, un trabajador social con la calle aún pegada a la camisa y un poeta comprometido. Y no que esté en manos (por favor, no) de una exgobernadora civil chillona y con un avalado pedigrí represor.

Mi voto en las elecciones municipales no ha podido ir, lamentablemente, para nadie, porque la reforma de la ley electoral aprobada con los votos de PSOE, PP y CiU en 2011 nos ha quitado ese derecho a los españoles residentes en el extranjero. Pero os pido que el domingo vayáis a votar masivamente para que Manuela Carmena, de Ahora Madrid, sea la próxima alcaldesa de la capital. Primero porque estamos ante una candidatura ciudadana de unidad nacida de la repolitización de nuestra sociedad. Y, sobre todo, porque tras décadas de megalomanía e ineptitud, Madrid se merece a Manuela. Para que Madrid vuelva a ser una ciudad más luminosa, más habitable, más justa, más humana. Porque quiero una alcaldesa de la que sentirme orgullosa, que destile respeto y cariño, no soberbia y resentimiento. Porque a mí a Manuela me apetecería darle un gran abrazo y sentarme con ella en un bordillo cualquiera de un parque de Madrid a charlar al calor de sus magdalenas caseras sobre los problemas de la ciudad. Por ejemplo, sobre las propuestas para una ciudad ideal que se plantearon en este diálogo sosegado y bien argumentado que nos regaló el pasado domingo A vivir que son dos días. Y en cambio, la mera posibilidad de imaginarme un Madrid en manos de una condesa faltona, elitista y ultraliberal (no, por favor, no) me genera lágrimas de asco, rabia, impotencia y vergüenza. Y yo, creo que como casi todos, prefiero abrazar y reírme a llorar.

Y ahora, a votar, todos. Masivamente, con alegría y responsabilidad. Por todos, también por los que ya no están y por los que vendrán. Porque como muy bien concluye Rosa María Artal en su imprescindible artículo Yo votaría a Atila, “hoy, aún es posible todo”. Y lo que hagamos posible este domingo, este 24 de mayo, determinará todo lo que venga después
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