A veces pequeñas
decisiones, cuyas consecuencias no podríamos nunca prever, cambian de manera
determinante nuestras vidas. Para bien o para mal. Una fina línea que cruzamos
sin saber lo que nos espera al otro lado, una acción ajena a nuestra voluntad,
a nuestra responsabilidad y a nuestra conciencia.
Pero votar, un
acto que en puridad apenas ocupa 5 minutos de una mañana de domingo, es otra
cosa. Ahí sí somos responsables, ahí sí ejercemos una toma de decisión
consciente. Ahí sí sabemos (o al menos
intuimos con mucha certeza) a donde nos lleva el introducir una u otra papeleta
en el sobre. Como también deberíamos saber muy bien a estas alturas que no
hacerlo, no votar, quedarse en casa ese domingo por pereza, por indolencia, por
enfado, por la excusa que nos queramos poner, no nos va a salir gratis.
Escribo hoy esto,
a una semana de que sepamos el resultado de las próximas elecciones generales, pensando
en el votante de izquierdas. Pero también pensando en las mujeres, en los migrantes,
en los pensionistas, en las trabajadoras precarias, en los parados, en las
enfermas terminales, en los niños y niñas de familias empobrecidas, en las
víctimas de agresiones sexuales y de trata de blancas, en los homosexuales, en
la falsa autónoma, en el trabajador del campo, en los bebés que están naciendo
en España en este mismo instante. Nunca en los últimos 40 años una distancia
tan corta había separado dos modelos de país tan radicalmente opuestos. Nunca
habíamos estado tan cerca de poder mejorar las vidas de todas esas personas en
las que estoy pensando y, a la vez, tan terriblemente próximos a retroceder en
derechos y libertades para todas ellas de una manera inédita en nuestra
democracia. Nunca nos habíamos enfrentado a una derecha tan rancia, tan
retrógrada, tan burda, tan bronca y, lo que la hace más peligrosa y similar a
procesos análogos como los vistos con Trump, Bolsonaro o Salvini, tan carente
del freno con el que la sensatez y la prudencia atemperan las posiciones de los
partidos conservadores democráticos y moderados. Nunca nos habíamos enfrentado
como este 28 abril a la posibilidad de que retrocedan las manillas del reloj en
espacios donde dábamos el progreso por conquistado. Por eso nunca ha sido tan
necesaria la movilización de los votantes progresistas como ahora.
Todas conocemos
al ciudadano desinformado, manipulable, poco consciente del valor de su voto. Todos
tenemos una compañera de trabajo, un cliente, una cuñada, un tendero, una amiga
que se encoge de hombros, que dice pasar de la política o te repite el “todos
son iguales” para a renglón seguido comentarte lo que le ha escuchado al
tertuliano de turno o reenviarte por whatsapp
el último bulo que le ha llegado. A poco que rasques, ese votante acrítico es
incapaz de sostener argumentalmente las causas por las que va a votar a uno u
otro partido. Y muchas veces ese es también el indeciso, que tanto dolor de
cabeza está causando a sociólogos y politólogos porque es un factor impredecible.
Para que los ciudadanos asuman que la sociedad en la que vivimos nos necesita
participativos, críticos, conscientes y maduros, se necesita aún mucha
pedagogía democrática. Y tiempo. Podemos poner nuestro granito de arena en
nuestro entorno, educando a nuestras hijas e hijos, hablando sosegadamente con
nuestros amigos, parando en seco la distribución de noticias falsas. Pero es una
labor ardua y a largo plazo.
Hoy en cambio pienso más y de manera
urgente en la movilización del abstencionista de izquierdas que, para nuestra
desgracia, no es ningún animal mitológico. Los comicios celebrados hasta la fecha siempre han
confirmado que la abstención beneficia a los partidos conservadores, lo que se
ha justificado siempre partiendo de la premisa de que el votante de izquierdas
es más crítico “con los suyos” y expresa su desafección no acudiendo a las urnas.
Esa explicación tranquilizará a muchos, pero siempre me ha parecido indefendible,
especialmente en un país donde un golpe de estado, una guerra cruenta y una larga
dictadura fascista condenaron a su población al silencio político. Votar es una
obligación democrática, se lo debemos a nuestros abuelos y abuelas, a quienes
murieron en las cárceles sin poder volver a empuñar nunca la única arma a la
que deberíamos aspirar, el voto. Se lo debemos a la oposición democrática y al
exilio, muchos de ellos adscritos a formaciones de izquierda. Y nos lo debemos
a nosotros y a nuestra decencia como ciudadanos y ciudadanas libres.
Pero es que,
además, este 28 de abril, no votar es de irresponsables. De egoístas. De estúpidos.
Perdonad la crudeza, pero no concibo que nadie progresista con derecho a voto y
posibilidad de ejercerlo, no acuda a votar este domingo.
No lo podrán
hacer muchas y muchos emigrantes a los que la papeleta no les llegará a tiempo por
culpa del maldito voto rogado. No podrán hacerlo muchas y muchos jóvenes
conscientes e informados, que han llenado las calles el 8 de marzo o los viernes
por el clima y que aún, lamentablemente, no alcanzan la edad mínima para votar
a pesar de que nos estamos jugando muy especialmente su futuro. No podrán votar
las 47 mujeres reconocidas como víctimas mortales de violencia machista en el
2018.
Pero tú, que te declaras de izquierdas,
no tienes ni una sola razón para no ir a votar este domingo.
¿Que te indigna
que el Open Arms esté atracado mientras mueren seres humanos en el
Mediterráneo? Por supuesto, es inadmisible ¿Que te irrita que las luchas de
egos hayan hecho peligrar una formación política ilusionante que había
canalizado la indignación del 15M? Es para resucitar a nuestra Sole de 7 vidas y propinarles las collejas en estéreo.
¿Que a veces no reconoces en el batiburrillo de las luchas identitarias la
lucha obrera que había definido siempre a los partidos de izquierda? Pues nos
sentamos, lo analizamos con calma, que aquí hay mucho que debatir, y vemos
hacia dónde tiene que ir la izquierda del futuro ¿Que eres anticapitalista y te
parece que el PSOE es cobarde y liberal en lo económico? Ya se encargará Unidas
Podemos de hacerle avanzar en medidas económicas más valientes ¿Que eres un
socialdemócrata clásico y algunas de las propuestas de Unidas Podemos te parecen
poco realistas? Ya se encargará el PSOE de modular algunos de los puntos más
polémicos. ¿Que defiendes la unidad de España en un sistema federal? ¿O eres en
cambio partidaria de que se celebren referéndums donde se consulte sobre el
modelo territorial? Bueno, pues a cualquiera de las dos soluciones solo se
puede llegar contemporizando y dialogando, que es lo que proponen, son sus
matices diferenciados, PSOE y Unidas Podemos. Intenta en cambio contestarte a cualquiera
de esas dudas que te planteas imaginándote a un Pablo Casado presidente con el
apoyo de un Ciudadanos desnortado y de la extrema derecha salvaje de Vox. A ver
cómo se te queda el cuerpo y de qué nos han servido tantos remilgos.
Así que, por favor, vota. Con entusiasmo
o con la nariz tapada. A PSOE o a Unidas Podemos. Pero el domingo 28 de abril, vota. Y no solo porque si no lo haces luego
no vas a tener ninguna autoridad moral para quejarte cuando penalicen (más) el
derecho de huelga, privaticen los servicios públicos, vacíen la caja de las
pensiones, te obliguen a parir cuando no quieres o a malvivir cuando quieres
morir. No, no solo es eso. Es que no votando no te haces daño solo tú (allá
cada cual) sino que nos arruinas el futuro a los demás. Y eso es mucha
responsabilidad solo por una rabieta (más o menos justificada, eso no te lo
discuto) nacida de la desafección o de la observación estricta de la pureza
ideológica.
Necesitamos
generosidad y luces largas. Ya conquistaremos, poco a poco, el cielo. A día de
hoy lo urgente es que dentro de una semana no hayamos bajado a los infiernos.
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