La RAE define el ensañamiento como la acción de ensañarse, esto es, „deleitarse en causar el mayor daño y dolor posibles a quien ya no está en condiciones de defenderse“.Dos imágenes se me vienen a la cabeza recurrentemente estos días. Una lejana, acartonada como los decorados que la ambientan y que se enmarca entre las dos bandas negras de un cinemascope imposible.En esa escena un emperador con cara de malo de superproducción antigua extiende lentamente su brazo rematado por un pulgar que, según baje o suba, determinará el destino de unos mártires que elevan su mirada ansiosa, ojos muy abiertos, desde la arena del circo al palco imperial. La otra imagen es más cercana y dolorosa y está vinculada a una modalidad más moderna del ensañamiento, el terapeútico. Veo también manos, pero estas pierden fuerza por el efecto arrasador de un cáncer que se los lleva. Estas manos las sostienen otras más fuertes, aunque a ratos tiemblen imperceptiblemente: las del padre, la madre, el marido, la mujer, el hijo o la hija con ojos enrojecidos de llanto y cansancio. Seres humanos a los que se les privó del derecho a morir sin dolor y con dignidad, por la inseguridad jurídica en que quedaron las unidades de cuidados paliativos tras la „caza de brujas“ contra el doctor Montes en la Comunidad de Madrid. Ambos casos, tan distantes en el tiempo y en las circunstancias que los rodearon, comparten algo: el ensañamiento, derivado, necesariamente, de una total falta de empatía del poderoso frente al débil.
Estos días nos enfrentamos de nuevo a otro caso de flagrante ensañamiento: el que está perpretando el gobierno del PP sobre las decenas de miles de personas que perciben la ayuda del Plan Prepara, los llamados “400 euros”. Primero pensemos qué son 400 euros. Si el mes con un poco de suerte es de los cortos, resultan 13,33 euros al día. Si la familia, con un poco de suerte, tampoco es muy extensa, anterior al leve repunte de la natalidad que aconteció en vísperas de la llamada crisis, la conformarán tres personas, pongamos el padre, la madre y un niño de 9 años. 4,44 euros por persona y día. Pensemos en el pago de una hipoteca o un alquiler, en el pago de la luz, el gas y el agua, y de los mínimos alimentos para subsistir, marcas blancas y poca carne y frutas, que están por las nubes. Aún cuando, como ocurre ya en miles de hogares, familias completas se tengan que instalar en casa de los abuelos y redondeen el presupuesto juntando los 400 euros con la pensión de jubilación o de viudedad de los mayores, no nos debería extrañar que haya niños, como me contaba hace poco una profesora, que pergeñen mil excusas para evitar ir a la excursión cultural programada por el colegio. Coste: 5 euros. Todo esto con el tiempo jugando en contra de aquellos que estuvieron semanas primero, luego meses, ahora ya años, enviando currículums a todo tipo de trabajos, presentándose en las empresas “por si acaso”, trampeando por cuatro euros, acudiendo puntualmente a las oficinas del SEPE. El cómputo de semanas en paro aumenta en la misma proporción que decrece su esperanza, que les fallan las fuerzas, que se van desprendiendo de la paciencia y del sentido del humor. En la misma proporción en que creen (aunque no es así, pero muchos ya no son conscientes de ello) que están perdiendo la dignidad, que son ciudadanos de segunda y que (a lo mejor ahí, lamentablemente, llevan razón) sus hijos vivirán mucho peor que ellos.
Todas estas personas, y muchas que aún no han llegado a esta situación, y otras que incluso ya la han empeorado (aquellas que carecen de la bendita red familiar, aquellas que hurgan en los contenedores a los que aún no se les ha puesto candado) están pendientes desde hace semanas de la decisión de prorrogar (o no) esa ayuda de 400 euros. En unas declaraciones insensibles como pocas afirmaba el pasado jueves Alfonso Alonso, portavoz del PP en el congreso, que “para los perceptores de este subsidio es muy duro cobrarlo”. Con toda seguridad, Sr. Alonso, pero no le quepa duda de que mucho más duro será para ellos y para sus familias dejar de cobrarlo. Y en esas estamos, con el emperador y su pulgar de vacaciones en Pontevedra mientras decenas de miles de personas sufren innecesariamente en la incertidumbre de no saber si el mes que viene podrán contar con esos 13,33 euros diarios. Una cantidad tan insignificante en otras circunstancias pero que para ellos marca la frontera entre la supervivencia y la miseria, un endeble quitamiedos que evita que se despeñen por el precipicio.
El gobierno puede optar ahora por subir el pulgar, empujado por uno o varios motivos. El más poderoso debería ser la consciencia del sufrimiento ocasionado, pero sus medidas a lo largo de estos ocho meses dejan poco margen a la esperanza de que la ética y el humanismo vayan a jugar nunca ningún papel en su toma de decisiones (veamos lo que ha ocurrido con la dependencia). Pueden ser finalmente el sentido común o, aún más plausible, un intento de mantener la “paz social”, lo que lleven al ejecutivo a prorrogar la ayuda. Pero también pueden optar por bajar el pulgar en aras de la austeridad. Y a partir de ahí todo será posible.
Sea cual sea la decisión, no tomada a tres días de que expire el plazo legal para hacerlo, ni olvidaremos ni perdonaremos el ensañamiento, inhumano, innecesario. Y que tampoco olvide el gobierno (los ciudadanos estaremos ahí, molestos y ruidosos, para recordárselo constantemente) las consecuencias de las decisiones que toma, a veces fatales. Gaspar Llamazares lleva meses alertando (clamando en el desierto) acerca del alarmante aumento del número de suicidios. El ensañamiento y la falta de empatía con el sufrimiento de cada una de las víctimas de esta “crisis” no es ajeno a este dato.
(Dedicado a María Luisa, tan luchadora, que estará de tertulia con Carlos Llamas hablando de todo esto, y a Luis, médico entrañable, cuyo recuerdo me lleva a lugares y momentos especiales)
Está en nuestras manos no permitirlo. Un millón en la calle y no lo consiguen. Hay 5,6 millones de parados y me pregunto por qué no podemos conseguir ese millón. Se ha instalado en nosotros ese Síndrome de Estocolmo que nos dice que hay que callar cuando habla el poderoso. La auténtica batalla no es contra el PP (que también) o contra el capital (que más también todavía), sino contra nuestras ataduras internas, las que nos impiden rebelarnos
ResponderEliminarMagnífico texto, Fátima... Enhorabuena. Seguiré tu blog. Un abrazo.
ResponderEliminarFátima, gracias por tu texto. Mira, incluso el carca "Heraldo de Aragón" viene hoy lleno de colaboraciones en este sentido. ¡Cómo consuelan la empatía y la humanidad cuando las noticias son catastróficas y el gobierno una cuadrilla de descerebrados! Sigue escribiendo, por favor. Y un abrazo.
ResponderEliminar