lunes, 31 de diciembre de 2012

¿Feliz 2013?

Acabamos de despedir un año para estrenar otro, acompañados de una serie de gestos repetidos entre los cuales está el de felicitar el nuevo año a nuestros familiares, amigos y conocidos. Y de paso a los que nos vamos encontrando a lo largo de las 48 horas que conforman el tránsito de un año a otro, sea la frutera que nos pesa las uvas o el conductor del autobús que nos lleva de vuelta a casa. En esa felicitación , con distintos grados y matices, claro, volcamos, creo yo, una sincera buena intención, lo mejor de nosotros mismos porque hemos encontrado en un convencionalismo como el del cambio del año (al fin y al cabo ¿qué ha cambiado realmente de ayer a hoy?) la excusa perfecta para desear a los demás todo lo que creemos importante. La felicidad sublimada a través de algunas de las parcelas que consideramos que a la otra persona le aportarán paz y bienestar: salud, amor, éxito, amistad o, cada vez más habitualmente, trabajo. Y al deseárselo a otro, con mayor intensidad lógicamente a las que más cerca sentimos y más queremos, estamos también aspirando a una vida mejor para nosotros mismos y para el conjunto de la sociedad.

Desde aquí no sé si suena hueco desear un feliz 2013, ya que la felicidad es una concepto subjetivo y una aspiración que se alcanza, efímeramente, por diversos cauces. Además, todo invita al pesimismo, al que es muy difícil plantarle cara y superarlo. Pero, a mi manera, os lo deseo.

Deseo sobre todo que no perdamos la esperanza, ni la pasión por la vida, ni el entusiasmo, ni la empatía, ni el sentido del humor, ni la solidaridad, ni el espíritu crítico. Todos estos ingredientes son fundamentales para sobrevivir con dignidad y hacer acopio de las fuerzas necesarias para hacer frente a todos los reveses, individuales y colectivos. Deseo de corazón que no nos rindamos, que sigamos el ejemplo de las mareas que defienden consecuentemente los derechos del conjunto de la sociedad, que no nos callemos, que si nos siguen despojando de todo aquello por lo que lucharon nuestros abuelos que nadie pueda decir sin ruborizarse que lo lograron con el silencio cómplice de una mayoría silenciosa. Deseo que la angustia no nos aceche, que las cartas de desahucio no empujen a la gente a tirarse de un balcón, que no sigamos batiendo marcas en desempleo y pobreza infantil, que los cubos de basura dejen de ser la esperanza última de cada vez más personas. Deseo que siga habiendo periodistas honestos que saquen a flote medios de comunicación independientes en estos tiempos donde la manipulación constante hace tan necesaria la información veraz y comprometida con el ciudadano. Y deseo que en 2013 todos nos unamos para contribuir activamente a que vivamos en una sociedad más justa, más libre, mejor informada y más habitable. A pesar de quienes la masacran.

Sirva como recordatorio de que no nos podemos permitir sucumbir a la apatía, al desencanto, a la indiferencia, algunos hechos que nos deja el extinto 2012, año aciago que tiene el dudoso honor de ser aquel en que más se destruyó en menos tiempo. Recordemos por ejemplo que hoy, como hace un año, el yerno del rey que (presuntamente) robó dinero público a manos llenas, duerme en su casa. Entretanto, miles de personas han perdido su hogar en este año y duermen ahora, en el mejor de los casos, con estrecheces en casa de los abuelos o, en el peor, en un centro social o en un cajero. Recordemos que el número de parados se ha incrementado sin cesar mientras la ministra del ramo encomendaba la solución del problema a la voluntad de un ser mitológico. Recordemos que la sanidad pública universal y gratuita ha dejado de existir. Recordemos que los jóvenes se ven forzados a emigrar. Recordemos que una ofensiva ideológica sin precedentes desde el nacionalcatolicismo aspira a la destrucción de la educación pública, igualitaria, laica y gratuita de calidad. Recordemos que la justicia es ahora de pago. Recordemos que nuestros gobernantes amagan un día sí y otro también con restringirnos derechos ciudadanos básicos, como la libertad de expresión y los derechos de manifestación y huelga. Recordemos que la mejor y más independiente televisión pública de la democracia ha quedado reducida a escombros. Recordemos que cada vez que se ha cedido a las condiciones dictadas por los poderes financieros (directamente o por persona interpuesta, sea esta Merkel o la Comisión Europea) la respuesta ha sido redoblar la exigencia: burdas tácticas de chantajismo
mafioso.

Así que no bajemos la guardia en 2013 y no dejemos de hacernos oír. Y, ahora sí, ¡feliz 2013! De corazón y, aunque parezca imposible, esperanzada.

domingo, 11 de noviembre de 2012

A los editores de El País (por alusiones)


Ayer bien entrada la noche recibí un anónimo. Cumplía los requisitos típicos de los anónimos que reciben las protagonistas de las películas americanas de los domingos a las cuatro. Era insultante y quien  lo escribía ocultaba cobardemente su identidad, aunque por el estilo y el contenido no me fue difícil adivinar quién me lo remitía. Y venía dirigido, entre otros miles de personas, a mí, porque se titulaba „A nuestros lectores“ (entiendo que de El País, porque lo que le distinguía de los otros anónimos de las películas es que en lugar de estar hecho a base de recortes de periódico, venía publicado en uno).

Me dirijo, pues, a los autores del anónimo, que entiendo que son los editores y, muy probablemente, el director de El País. Lamento no poder personalizar esta carta como me gustaría, es lo que tiene no firmar lo que uno escribe (práctica que Vds., por cierto, condenan la línea 11 del cuarto párrafo del citado anónimo al que llaman Tribuna –cosas de la „neolengua“).

Como les decía, me doy por aludida porque soy lectora de El País. Con certeza no la más antigua, porque nacía apenas un año antes de que lo hiciera el periódico. Pero sí puedo asegurarle que sin cumplir los cuatro años el periódico que mi madre ponía en mis manos para que diese mis primeros pasos leyendo titulares era El País. Y desde entonces hasta ahora, El País, en distintos formatos, no ha dejado de pasar a diario (o casi) por mis manos. Es más, durante casi diez años, hasta enero de este año, fui suscriptora de la edición digital de El País. Eso incluso cuando ya todos los contenidos de su periódico (que consideraba también mío) se ofrecían, quizás temerariamente, de forma gratuita en la red. No es que me sobrase el dinero, no. Pero me sentía en la obligación moral e intelectual de retribuir un trabajo bien hecho, del que yo me beneficiaba como persona pero también como profesional. No de manera exclusiva, pero casi, he compartido con mis alumnos de español lengua extranjera artículos de este periódico, porque valoraba lo mucho que les aportaba lingüística y culturalmente. Tan importante ha sido El País (junto con la radio) en mi vida, que cuando hace casi veinte años tuve que elegir una carrera universitaria, el periodismo fue lo único que a punto estuvo de apartarme de mi vocación como historiadora.  

He mantenido de manera continuada mi fidelidad a El País a pesar de que no siempre, y de manera muy especial estos últimos años, la línea editorial del periódico respondiera a lo que una lectora habitual e informada podía esperar de un diario progresista e independiente. Sólo por ilustrarles con algunos ejemplos de momentos en el que El País me decepcionó sobremanera (hasta el punto de tener que comprobar que el artículo de turno correspondía con su cabecera) recordaré la feroz campaña contra Miguel Sebastián por favorecer a Gallardón, el tratamiento dado a movimientos sociales como el 15M (desde el desdén hasta el paternalismo disciplente), la ofensiva semblanza de Carme Chacón en las previas a las últimas primarias socialistas o el vergonzoso editorial de esta pasada primavera acerca de Urdangarín y las críticas a la casa real. A ello se suma una progresiva frivolización de los contenidos y de los suplementos. El día que el adjetivo „independiente“ se cayó de la cabecera de El País para reemplazarlo por „global“ un destello de inquietud en forma de escalofrío me recorrió el espinazo: la evolución posterior del periódico fue confirmando, lamentablemente, mis peores sospechas.

No solo han hecho una gestión económica, a tenor de los resultados, muy mejorable: de eso respondan ante sus accionistas. Lo dramático es que han dilapidado el enorme capital cultural,simbólico y hasta emocional del periódico que muchos identificábamos con la vuelta de la democracia a España. Un periodismo riguroso y de calidad que, pese a todos esos momentos en que me han indignado posicionamientos de los editores de El País, ha hecho que nunca renuncie a su lectura. Un periodismo que solo se consigue con buenos, magníficos periodistas profesionales que no se merecen ni la extraña deriva de su periódico, ni, muchísimo menos, que se les despida de la peor manera posible. Ni se lo merecen ellos y ellas, esas 129 personas que mañana perderán su empleo y de las que no voy a nombrar a nadie porque me dejaría a muchos en el tintero. Ni se lo merecen quienes quedan ahora (muchos activos en la lucha de los últimos días) al albur de nuevas decisiones arbitrarias ejecutadas por consejeros multimillonarios. Ni nos lo merecemos los lectores, que nos quedamos sin magníficos profesionales a los que leer y con la sospecha de que de esto solo va a resultar en una rápida merma de la calidad de „nuestro“ periódico. Ni se lo merece El País, que no, que no se merece languidecer así. Justo cuando la información rigurosa y la conciencia crítica son tan importantes.

Me estoy extendiendo y sé, señores editores, que todo esto les importa poco. Si no han escuchado a sus propios trabajadores, menos aún espero que lo hagan con una lectora entre tantas. Pero esta lectora, que sí firma con su nombre y apellidos, no va a dejar que acabe el día sin decirles, sin gritarles, que no voy a admitir que me insulten. Porque en su anónimo me toman por imbécil y eso, aunque peinen canas y cobren millones de euros al año, no se lo voy a admitir. A ver, que en su lista de artículos más leidos, como nos recordaba hoy una asqueada Rosa María Artal, lideren el glamour de Sergio Ramos y otras banalidades varias no significa que sus lectores estemos a ese nivel. Vds., que tan globales son, supongo que sabrán cómo funciona el efecto viral en Internet y cómo estas noticias llamativas, ligeritas y de fácil lectura corren por las redes y se multiplican. Vamos, que esa estadística de artículos „vistos“ (que no leídos)  la comprondrán en gran medida espectadores del Sálvame, quinceañeras en la edad del pavo y lectores del Marca que en su inmensa mayoría no han puesto nunca un euro treinta en la mano del kiosquero mientras con la otra cogían El País. Que no se han dejado la vista en las pantallas leyendo sus artículos. Que no han alargado toda una semana la lectura pausada de El País Semanal. Vamos, que no son sus lectores. Porque la mayoría de sus lectores no somos tontos, no nos vamos a dejar despirtar por vacuidades y en cambio sí vemos con tristeza e indignación el despido injustificado de 129 periodistas. Y muchos de sus lectores hemos compartido esa indignación en las redes sociales.

En un discurso de infausto recuerdo, Juan Luis Cebrián argumentaba que había una edad límite para ejercer el periodismo (no voy a ser tan poco elegante, Sr. Cebrián, de recordarle la suya) y lo vinculaba, entre otras cosas, a la necesidad de dominar la dimensión digital del periodismo y las redes sociales como instrumento (tampoco sería ahora elegante destacar que, Sr. Cebrián, su perfil de Twitter está cerrado al acceso público y que sólo ha escrito dos „tuits“ que, lamentablemente, no podemos leer). Sin embargo en su anónimo tildan las críticas vertidas en las redes sociales contra los editores y consejeros de El País como „fruto de la demagogia populista“ y „las tendencias libertarias de muchos“, aparte de manejar la „envidia“ y los „celos“ como otros factores detonantes de nuestra supuestamente injustificada inquina contra Vds. Solo les ha faltado hacer unas cuantas gracias sobre monos azules y pañuelos rojos y podríamos resituarnos en el pasado falangista de alguno de Vds. Como si fuera poco, nos tutelan, y concluyen que sus lectores podrían haberse visto „confundidos por las informaciones manipuladas“. No se confundan ni intenten (conmigo no lo van a conseguir) manipularnos.

Podría acabar jurando que nunca más volveré a leer su periódico o hacer alguna otra declaraciõn de intenciones grandilocuente. No lo haré porque no es cierto. Porque esta misma mañana he leído y compartido un magnífico artículo de Soledad Gallego-Díaz, y no soy tan incauta como para perderme sus artículos y los de muchos otros que se quedan. Seguramente nunca vuelva a ser suscriptora y es más que probable que pase por alto sus editoriales o los lea tapándome la nariz. No va a ser plato de buen gusto asistir a la debacle de un periódico de referencia (que espero no se extienda a otros medios del grupo) y aún me queda una pizca de optimismo al pensar que si, algún día, otros que no sean Vds. se ponen al frente, El País recuperará grandeza. Aunque nunca más sea lo mismo.

Eso sí, mientras estén Vds. al frente: no se les ocurra volver a insultarme. Y si persisten en hacerlo, al menos, firmen el insulto.

viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Por qué sí secundar la huelga del 14N?

Sé que alguien puede cuestionar que una persona como yo, que reside fuera de España y no se va a ver en la tesitura de tener qué decidir el próximo 14 de noviembre si acudir a trabajar o secundar la huelga, tenga legitimidad para hacer un llamamiento al paro general. Que mi posición es muy cómoda, que lo veo de lejos, que a mí nadie me va a descontar ese día de salario (entre otras cosas porque el país en el que vivo, como de costumbre, no se suma a esta huelga europea). Lo sé y lo asumo.

Pero estoy convencida de que no sólo puedo sino que debo defender lo importante de hacer de la huelga general del 14 de noviembre una movilización social masiva contra los recortes, contra el desmantelamiento del estado de bienestar, contra la conculcación de derechos. Porque me importa y me duele mi país hasta la lágrima y la indignación diarias. Porque me siento corresponsable en la lucha por nuestros derechos (de ciudadanos españoles, europeos, de seres humanos). Y porque me indigna que muchos de los que aún viviendo en España y sufriendo directamente los efectos perversos de los recortes y el envite despiadado de la crisis, no quieran ver la dimensión real de la tragedia y prefieran volver la cabeza y no implicarse.

Pero no puedo escribir nada para explicar la importancia de esta huelga porque alguien, Isaac Rosa, ya lo ha hecho en su blog de eldiario.es. Y si yo ahora quisiese plasmar lo que pienso, sólo me saldría un mal plagio de lo que ya ha escrito Isaac.
Aquí os lo dejo:





sábado, 27 de octubre de 2012

¡Basta!

Hace unos pocos días en un programa de la Cadena Ser, cargado de buena intención, no lo dudo, se intentó hacer una llamada al optimismo dentro de la crisis y para ello un psicólogo, Rafael Santandreu, desgranó sus teorías sobre la felicidad. En mí, que le voy a hacer, los efectos fueron los contrarios a los perseguidos: lejos de insuflarme ánimo me puso, por decirlo diplomáticamente, de muy mal humor. Es probable que lo interpretase erróneamente, pero su tesis acerca de la confusión entre deseos y necesidades y la invitación a rebajar nuestras expectativas para alcanzar la felicidad me parecen un mensaje perverso. Una invitación a la indolencia o, aún peor, al fatalismo.

Sí me revitaliza, en cambio, y me infunde fuerza y entusiasmo escuchar esta magnífica entrevista de Carles Francino a Federico Mayor Zaragoza. La acabo de disfrutar, con diez días de retraso sobre su emisión el pasado 18 de Octubre en La Ventana de la Cadena Ser, pero me parecería imperdonable no compartirla inmediatamente con todos los que me leáis:


Mayor Zaragoza no necesita que se le glose ni que se le apostille. Cualquier palabra ahora solo vendría a repetir, peor expresado, sus lúcidas reflexiones sobre educación, democracia y modelo de sociedad. Duele pensar que personas de esta talla ética, humana e intelectual no sean las que están al timón en estos momentos.

Por eso, me uno al grito de Mayor Zaragoza (acompasado con el puñetazo en la mesa de Francino): ¡Basta!

martes, 23 de octubre de 2012

Velada literaria "Inés y la alegría"

Os dejo la convocatoria de la velada literaria acerca de "Inés y la alegría" que tendrá lugar este viernes en Lucerna. Si alguno estáis por aquí y os animáis a participar, sois bienvenidos/as:

"Café Libro - Octubre 2012

Estimados amigos:

Nuestra última reunión literaria del pasado mes de Junio fue una velada muy amena en la que nos sentimos dentro de un círculo no solamente de aficionados a la literatura sino también en un círculo de camaradas. Nos complace invitarlos a encontrarnos esta vez con Inés y la Alegría de la autora española Almudena Grandes en la Librería Ibercultura.

¡Recuerde que si ha leído el libro podrá participar aún más activamente de la charla!

Fecha: Viernes 26 de octubre
Hora: 20.30
Presenta: Fátima del Olmo (historiadora española)
Moderan: Kathy Häcki-Abarca y Angela Fuchs-Castillo
Lugar: Ibercultura, Baselstrasse 67, Lucerna

Toulouse, verano de 1939. Carmen de Pedro, responsable en Francia de los diezmados comunistas españoles, se cruza con Jesús Monzón, un cargo menor del partido que, sin ella intuirlo, alberga un ambicioso plan. Unos años después, Monzón cuenta con un ejército de hombres dispuestos a invadir España. Entre ellos está Galán, que cree, como muchos otros en otoño de 1944, que tras el desembarco aliado y la retirada de los alemanes, es posible establecer un gobierno republicano en el Pirineo español. No muy lejos de allí, Inés vive recluida y vigilada en casa de su hermano, delegado de Falange en Lérida. Ha sufrido multitud de calamidades desde que, sola en Madrid, apoyó la causa republicana durante la guerra. Pero ahora, cuando oye a escondidas el anuncio de la operación Reconquista de España en Radio Pirenaica, Inés se arma de valor, y de secreta alegría, para dejar atrás los peores años de su vida.
Inés y la alegría es el primero de los Episodios de una guerra interminable, un proyecto narrativo integrado por seis novelas independientes, que comparten un mismo espíritu y rinden homenaje a los Episodios nacionales de Pérez Galdós. A diferencia de estos, los Episodios de Almudena Grandes no aspiran a relatar grandes batallas, sino a reconstruir, desde la ficción, historias reales igual de heroicas, pero mucho más modestas, de la posguerra, los «momentos significativos» de la resistencia antifranquista.

Ibercultura
Rosa María García-Requejo
Baselstrasse 67
CH - 6003 Luzern
Tel.: +41 (0)41 240 66 17
Fax: +41 (0)41 240 08 06
ibercultura@ibercultura.ch
www.ibercultura.ch"

sábado, 13 de octubre de 2012

En blanco y negro


En blanco y negro

TVE nos da en los últimos tiempos muy pocas alegrías. Si acaso alguna magnífica serie de calidad, de esas que no desmerecerían ante cualquier buena producción británica y que forma parte de la „herencia recibida“ por el malogrado ente público. Fuera de eso, nuestra televisión pública nos empuja últimamente a que nos alejemos de ella y dediquemos nuestro tiempo libre a leer, pasear, visitar exposiciones, charlar con amigos o revisar nuestra videoteca. Es otra manera posible y legítima de interpretar su mandato de servicio público.

Sin embargo, en medio del erial, a veces es posible encontrar reconfortantes excepciones. Y eso ocurrió hace unos días cuando Versión Española reemitió el documental „El tren de la memoria“, de Marta Arribas y Ana Pérez (2005). Es un documental con un formato clásico que alterna testimonios (en color) con imágenes de archivo, en su mayoría en blanco y negro. Un documental sencillo, íntimo y emocionante que desgrana la vida cotidiana y los sentimientos de los españoles que emigraron por centenares a la ciudad de Nüremberg a principios de los años sesenta. Un documental que vi con el estómago vuelto del revés y ojos borrosos. Sin duda parte de esa sacudida emocional responde a mis propias circunstancias. Aún cuando uno deje su país por una decisión personal y no empujado por condicionamientos económicos o políticos, se convierte, en palabras de Rafa Torres, en un transterrado. O, como lo definía uno de los emigrantes en el documental, en un ser con el cuerpo partido. Alguien a quien el desarraigo acecha como la peor de las amenazas anímicas. Pero este documental, emitido en la España del otoño de 2012, es mucho más que un viaje introspectivo al alma del emigrante. Es también mucho más, siendo algo ya de por sí muy necesario, que un ejercicio de memoria colectiva y de justo reconocimiento al sacrificio que supuso la emigración para miles de nuestros padres y abuelos. Es el espejo que nos devuelve la imagen de lo que fuimos y de lo que creíamos que nunca volveríamos a ser. El azogue de ese espejo está probablemente envejecido, la nueva emigración no necesita ya quien le lea y escriba las cartas a la madre en un bar italiano de una ciudad hostil, ni los trenes son de madera, ni llegan a estaciones de lugares que sus ocupantes no saben situar en un mapa, ni las mujeres se avergüenzan de su desnudez ante un médico. Tampoco recibe la visita de los Coros y Danzas de la Sección Femenina ni el NO-DO propaga a los cuatro vientos su buena fortuna (por más que Españoles en el mundo se le asemeje bastante). Incluso buena parte de esa nueva emigración (a Alemania, pero también a Brasil, China o Australia) la configuran jóvenes bien formados, muchos con idiomas, muchos con viajes a sus espaldas, pero todos sin perspectivas ni esperanza en su propio país. Esos jóvenes que Concha Caballero describía certeramente ya hace dos años. Unos jóvenes y menos jóvenes que no se esperaban ser expulsados de su país y que se enfrentan a laincertidumbre –y esto no ha variado en medio siglo- de no saber cuánto tiempo durará su destierro, cuándo volverán (si vuelven) y cómo serán acogidos en su nuevo destino, cómo se enfrentarán al choque cultural y emocional de la emigración. Porque aún dentro de los límites geográficos de esta UE decepcionante a la que se le conceden premios vacíos ya de significado, nadie tiene garantizado un trato digno e igualitario, despojado de prejuicios y de miedos.

Si hace dos años ya se barruntaba el drama económico y social que se nos venía encima, las autoras del documental pocos años antes no imaginaban, como admitía la propia Marta Arribas, que estaban filmando un pasado que se iba a reeditar. Tampoco lo imaginaba probablemente Carlos Iglesias cuando en 2006 recibía la Medalla de Oro de Emigración por „Un franco, 14 pesetas“ y poco después rodaba el documental „Un euro, 3,60 lei“ sobre los inmigrantes rumanos en España. Nuestro país había pasado de ser un país de emigrantes a un destino de recepción de inmigrantes y eso se nos antojaba una realidad irrefutable. Una más de esas seguridades que se nos ha desmoronado.

Paradójicamente, hace unas pocas semanas, mientras en otro lugar de Suiza Carlos Iglesias seguía rodando cómo era la vida de los emigrantes de los sesenta, yo también me vi transportada medio siglo. En la librería española en la que circunstancialmente estaba trabajando entraron dos españoles, nada extraño. No eran clientes, preguntaban si había algún restaurante español por allí, pero no con intención de comer: estaban buscando trabajo. Uno, el que me contó todo, tendría unos 55 o 60 años, el más joven, unos 40, muy callado y ambos: eran oficiales de albañil en paro que habían llegado a Suiza en coche un día antes, como turistas. Ninguno hablaba alemán, solo el mayor francés. No conocían a nadie en Suiza ni acudían a ninguna convocatoria de trabajo. Venían a probar suerte. En lo que fuera, pero sin que los engañasen. Venían a Suiza porque habían oído que   los sueldos eran altos, que no había paro, que estaba previsto que en breve endureciesen las condiciones para la estancia y contratación de extranjeros y tenían que intentarlo antes de que esto ocurriese. Pero estaban perdidos, sin contactos, sin red social, sin poder rellenar un formulario, sin conseguir evitar que en un bar les sirviesen cerveza cuando lo que querían era agua. Y sin que yo, para mi frustración, pudiese hacer mucho por ayudarles, salvo advertirles de la distancia entre sus expectativas y la realidad suiza. Y en ese instante empecé a ver imágenes en blanco y negro. No arrastraban una maleta de cartón atada con una cuerda, no. Probablemente la maleta que llevaban en el coche, comprada en un bazar chino o en el Corte Inglés, hubiese incluso sido utilizada en su momento no tan remoto para algún viaje de vacaciones, de esos que uno hacía antes, cuando tenía trabajo y una vida aparentemente segura. Cuando luego Rosa, la librera que ocupa siempre ese mostrador, me advirtió de que escenas así venían siendo habituales, y cada vez más frecuentes desde hacía meses,  elblanco y negro decidió ya quedarse instalado en mi retina.

Hablando de blanco y negro. Ha habido reacciones desde moderadamente críticas hasta furibundasa la publicación, hace un par de semanas, de una serie de fotos en blanco y negro acompañando un artículo del New York Times acerca de la pobreza en España. Ninguna de las fotografías era falsa, lo que había ofendido a muchos de los críticos era la carga dramática extra que lleva implícito el blanco y negro. Ante eso, sugeriría la lectura del último informe de Unicef sobre la infancia en España. La presentación es lo más opuesto al dramatismo que uno se pueda imaginar. Las fotos (en color) son de niños como cualquiera de nuestros hijos a la entrada del colegio. Hay una prolija variedad de fuentes y colores, de gráficos y mapas. La presentación es atractiva y colorista. Léanlo sin saltarse ni una línea ni una cifra. Y verán los críticos y los menos críticos como, al final, lo de las fotografías en blanco y negro del NYT tampoco era para tanto. La realidad, aún en color, es mucho peor. A los nuevos pobres, como a los nuevos emigrantes, se les podrá retratar en color o en blanco y negro. Lo fundamental es que nadie intente desviar la mirada para no ver lo que hay tras la fotografía.

PS: Ya que la cito hoy, aprovecho este blog para compartir la ventana de comunicación que mantiene abierta Concha Caballero. La sección de Andalucía de „El País“, como las de Galicia, Euskadi y Valencia, perecen a manos de, parafraseando a Maruja Torres, ese aspirante a sardinita de Wall Street que es Juan Luis Cebrián. Desde aquí todo mi apoyo a las víctimas de la codicia y de la mala gestión de los dirigentes de un periódico de referencia que no se merecía esto. Malos tiempos para el periodismo.

domingo, 19 de agosto de 2012

Ojalá...

Hoy no tengo tiempo para escribir pero sí para compartir una excepcional y muy recomendable entrevista de Juan Cruz a la filósofa Adela Cortina...


domingo, 12 de agosto de 2012

Ensañamiento

La RAE define el ensañamiento como la acción de ensañarse, esto es, „deleitarse en causar el mayor daño y dolor posibles a quien ya no está en condiciones de defenderse“.Dos imágenes se me vienen a la cabeza recurrentemente estos días. Una lejana, acartonada como los decorados que la ambientan y que se enmarca entre las dos bandas negras de un cinemascope imposible.En esa escena un emperador con cara de malo de superproducción antigua extiende lentamente su brazo rematado por un pulgar que, según baje o suba, determinará el destino de unos mártires que elevan su mirada ansiosa, ojos muy abiertos, desde la arena del circo al palco imperial. La otra imagen es más cercana y dolorosa y está vinculada a una modalidad más moderna del ensañamiento, el terapeútico. Veo también manos, pero estas pierden fuerza por el efecto arrasador de un cáncer que se los lleva. Estas manos  las sostienen otras más fuertes, aunque a ratos tiemblen imperceptiblemente: las del padre, la madre, el marido, la mujer, el hijo o la hija con ojos enrojecidos de llanto y cansancio. Seres humanos a los que se les privó del derecho a morir sin dolor y con dignidad, por la inseguridad jurídica en que quedaron las unidades de cuidados paliativos tras la „caza de brujas“ contra el doctor Montes en la Comunidad de Madrid. Ambos casos, tan distantes en el tiempo y en las circunstancias que los rodearon, comparten algo: el ensañamiento, derivado, necesariamente, de una total falta de empatía del poderoso frente al débil.

Estos días nos enfrentamos de nuevo a otro caso de flagrante ensañamiento: el que está perpretando el gobierno del PP sobre las decenas de miles de personas que perciben la ayuda del Plan Prepara, los llamados “400 euros”.  Primero pensemos qué son 400 euros. Si el mes con un poco de suerte es de los cortos, resultan 13,33 euros al día. Si la familia, con un poco de suerte, tampoco es muy extensa, anterior al leve repunte de la natalidad que aconteció en vísperas de la llamada crisis, la conformarán tres personas, pongamos el padre, la madre y un niño de 9 años. 4,44 euros por persona y día. Pensemos en el pago de una hipoteca o un alquiler, en el pago de la luz, el gas y el agua, y de los mínimos alimentos para subsistir, marcas blancas y poca carne y frutas, que están por las nubes. Aún cuando, como ocurre ya en miles de hogares, familias completas se tengan que instalar en casa de los abuelos y redondeen el presupuesto juntando los 400 euros con la pensión de jubilación o de viudedad de los mayores, no nos debería extrañar que haya niños, como me contaba hace poco una profesora, que pergeñen mil excusas para evitar ir a la excursión cultural programada por el colegio. Coste: 5 euros. Todo esto con el tiempo jugando en contra de aquellos que estuvieron semanas primero, luego meses, ahora ya años, enviando currículums a todo tipo de trabajos, presentándose en las empresas “por si acaso”, trampeando por cuatro euros, acudiendo puntualmente a las oficinas del SEPE. El cómputo de semanas en paro aumenta en la misma proporción que decrece su esperanza, que les fallan las fuerzas, que se van desprendiendo de la paciencia y del sentido del humor. En la misma proporción en que creen (aunque no es así, pero muchos ya no son conscientes de ello)  que están perdiendo la dignidad, que son ciudadanos de segunda y que (a lo mejor ahí, lamentablemente, llevan razón) sus hijos vivirán mucho peor que ellos.

Todas estas personas, y muchas que aún no han llegado a esta situación, y otras que incluso ya la han empeorado  (aquellas que carecen de la bendita red familiar, aquellas que hurgan en los contenedores a los que aún no se les ha puesto candado) están pendientes desde hace semanas de la decisión de prorrogar (o no) esa ayuda de 400 euros. En unas declaraciones insensibles como pocas afirmaba el pasado jueves Alfonso Alonso, portavoz del PP en el congreso, que “para los perceptores de este subsidio es muy duro cobrarlo”. Con toda seguridad, Sr. Alonso, pero no le quepa duda de que mucho más duro será para ellos y para sus familias dejar de cobrarlo. Y en esas estamos, con el emperador y su pulgar de vacaciones en Pontevedra  mientras decenas de miles de personas sufren innecesariamente en la incertidumbre de no saber si el mes que viene podrán contar con esos 13,33 euros diarios. Una cantidad tan insignificante en otras circunstancias pero que para ellos marca la frontera entre la supervivencia y la miseria, un endeble quitamiedos que evita que se despeñen por el precipicio.

El gobierno puede optar ahora por subir el pulgar, empujado por uno o varios motivos. El más poderoso debería ser la consciencia del sufrimiento ocasionado, pero sus medidas a lo largo de estos ocho meses dejan poco margen a la esperanza de que la ética y el humanismo vayan a jugar nunca ningún papel en su toma de decisiones (veamos lo que ha ocurrido con la dependencia). Pueden ser finalmente el sentido común o, aún más plausible, un intento de mantener la “paz social”, lo que lleven al ejecutivo a prorrogar la ayuda. Pero también pueden optar por bajar el pulgar en aras de la austeridad. Y a partir de ahí todo será posible.

Sea cual sea la decisión, no tomada a tres días de que expire el plazo legal para hacerlo, ni olvidaremos ni perdonaremos el ensañamiento, inhumano, innecesario. Y que tampoco olvide el gobierno (los ciudadanos estaremos ahí, molestos y ruidosos, para recordárselo constantemente) las consecuencias de las decisiones que toma, a veces fatales. Gaspar Llamazares lleva meses alertando (clamando en el desierto) acerca del alarmante aumento del número de suicidios. El ensañamiento y la falta de empatía con el sufrimiento de cada una de las víctimas de esta “crisis” no es ajeno a este dato.

(Dedicado a María Luisa, tan luchadora, que estará de tertulia con Carlos Llamas hablando de todo esto, y a Luis, médico entrañable, cuyo recuerdo me lleva a lugares y momentos especiales)

sábado, 14 de julio de 2012

La mayoría silenciosa


La mayoría silenciosa



Me permito usar para titular la primera hoja de mi cuaderno de bitácora las palabras pronunciadas hoy por una ministra del gobierno con la que creo no compartir más que un nombre de pila poco común. Con ellas Fátima Báñez se refería a una gran mayoría de personas de „buena voluntad“ que comprenden los sacrificios que se nos solicitan a los ciudadanos frente a un grupo conformado por aquellos „resistentes a los cambios“ y, al parecer, ruidosos.  Por desgracia, la ministra lleva parte de razón cuando con esta peculiar pirueta dialéctica busca acallar los ecos de las protestas que anoche mismo llenaron las calles de varias ciudades de España. Intenta legitimar el mayor recorte (no el primero, eso ya lo sabemos, ni el último, eso nos lo tememos)  de los derechos ciudadanos acaecido en democracia mediante el supuesto apoyo implícito que deduce del silencio de muchísimos ciudadanos que no expresan públicamente su rechazo a las medidas del gobierno. Ciudadanos que muy probablemente en privado desbrozarán un catálogo de quejas por todo aquello que les afecta en el día a día, pero que nunca verbalizarán en público sus opiniones („a mí eso de la política es que no me interesa“) o simplemente recurrirán a algún lugar común mil veces oído y repetido („si total, qué más da, son todos iguales“) o, por supuesto, huirán de toda implicación activa (“¿manifestarse? ¿Para qué?”). En resumidas cuentas, se encogerán de hombros y seguirán “haciendo su vida”. Lo que en dictadura se llamaba “no significarse” y que parece haber calado hondo en el ser de nuestra sociedad.

Pues, perdonen mi radicalidad, pero me niego rotundamente  a formar parte de esa mayoría silenciosa y a ser con ello cómplice de la destrucción de un estado del bienestar al que no habíamos todavía llegado a cubrir con un tejado y que nos están dejando ya sin cimientos. Estoy segura de que la palabra no es suficiente, que la movilización ciudadana se debe hacer en la calle, en los trabajos, en las escuelas. Así que vaya por delante mi admiración y mi respeto por todos los que llevan (sin violencia) esa lucha cívica hasta sus últimas consecuencias, a veces incluso con riesgo de su integridad física, de quien desde la distancia con su país no puede compartir esas actividades.

Sin embargo, aunque la palabra no es suficiente, sí es imprescindible para crear una conciencia colectiva y una masa crítica que impida que nos convirtamos en ciudadanos adocenados. Ya sé que no debemos creer que hemos inventado la revolución social “tuiteando” desde un móvil en el salón de nuestra casa. Sin ir más lejos, hace justo hoy 223 años Europa entró en la modernidad con muchísima menos parafernalia tecnológica aunque, eso sí,  con muchísima más sangre (algo nada deseable pero por desgracia casi siempre repetido).  Pero no por ello vamos a desdeñar la oportunidad única que nos ofrecen los nuevos instrumentos de comunicación para canalizar nuestra indignación, multiplicarla y difundirla. Para intercambiar opiniones, compartir análisis y poner en duda, con rigor y espíritu crítico, los discursos públicos. Para hacernos oir y, a ser posible, escuchar. Para utilizar nuestra inteligencia, nuestra ironía, nuestra mala leche, nuestra creatividad o la realidad que nos rodea para lanzar mensajes que no dejen que nos durmamos y que despierten a los que están dormidos. Para no vivir narcotizados, ni asustados ni paralizados. Para que nuestros abuelos no se tengan que revolver avergonzados en sus tumbas y para que podamos mirar a nuestros hijos a los ojos sin rubor. Vamos, para que la mayoría silenciosa empiece a hablar. Alto y claro.