En blanco y negro
TVE nos da en los últimos tiempos muy pocas alegrías. Si acaso alguna magnífica serie de calidad, de esas que no desmerecerían ante cualquier buena producción británica y que forma parte de la „herencia recibida“ por el malogrado ente público. Fuera de eso, nuestra televisión pública nos empuja últimamente a que nos alejemos de ella y dediquemos nuestro tiempo libre a leer, pasear, visitar exposiciones, charlar con amigos o revisar nuestra videoteca. Es otra manera posible y legítima de interpretar su mandato de servicio público.
Sin embargo, en medio del erial, a veces es posible encontrar reconfortantes excepciones. Y eso ocurrió hace unos días cuando Versión Española reemitió el documental „El tren de la memoria“, de Marta Arribas y Ana Pérez (2005). Es un documental con un formato clásico que alterna testimonios (en color) con imágenes de archivo, en su mayoría en blanco y negro. Un documental sencillo, íntimo y emocionante que desgrana la vida cotidiana y los sentimientos de los españoles que emigraron por centenares a la ciudad de Nüremberg a principios de los años sesenta. Un documental que vi con el estómago vuelto del revés y ojos borrosos. Sin duda parte de esa sacudida emocional responde a mis propias circunstancias. Aún cuando uno deje su país por una decisión personal y no empujado por condicionamientos económicos o políticos, se convierte, en palabras de Rafa Torres, en un transterrado. O, como lo definía uno de los emigrantes en el documental, en un ser con el cuerpo partido. Alguien a quien el desarraigo acecha como la peor de las amenazas anímicas. Pero este documental, emitido en la España del otoño de 2012, es mucho más que un viaje introspectivo al alma del emigrante. Es también mucho más, siendo algo ya de por sí muy necesario, que un ejercicio de memoria colectiva y de justo reconocimiento al sacrificio que supuso la emigración para miles de nuestros padres y abuelos. Es el espejo que nos devuelve la imagen de lo que fuimos y de lo que creíamos que nunca volveríamos a ser. El azogue de ese espejo está probablemente envejecido, la nueva emigración no necesita ya quien le lea y escriba las cartas a la madre en un bar italiano de una ciudad hostil, ni los trenes son de madera, ni llegan a estaciones de lugares que sus ocupantes no saben situar en un mapa, ni las mujeres se avergüenzan de su desnudez ante un médico. Tampoco recibe la visita de los Coros y Danzas de la Sección Femenina ni el NO-DO propaga a los cuatro vientos su buena fortuna (por más que Españoles en el mundo se le asemeje bastante). Incluso buena parte de esa nueva emigración (a Alemania, pero también a Brasil, China o Australia) la configuran jóvenes bien formados, muchos con idiomas, muchos con viajes a sus espaldas, pero todos sin perspectivas ni esperanza en su propio país. Esos jóvenes que Concha Caballero describía certeramente ya hace dos años. Unos jóvenes y menos jóvenes que no se esperaban ser expulsados de su país y que se enfrentan a laincertidumbre –y esto no ha variado en medio siglo- de no saber cuánto tiempo durará su destierro, cuándo volverán (si vuelven) y cómo serán acogidos en su nuevo destino, cómo se enfrentarán al choque cultural y emocional de la emigración. Porque aún dentro de los límites geográficos de esta UE decepcionante a la que se le conceden premios vacíos ya de significado, nadie tiene garantizado un trato digno e igualitario, despojado de prejuicios y de miedos.
Si hace dos años ya se barruntaba el drama económico y social que se nos venía encima, las autoras del documental pocos años antes no imaginaban, como admitía la propia Marta Arribas, que estaban filmando un pasado que se iba a reeditar. Tampoco lo imaginaba probablemente Carlos Iglesias cuando en 2006 recibía la Medalla de Oro de Emigración por „Un franco, 14 pesetas“ y poco después rodaba el documental „Un euro, 3,60 lei“ sobre los inmigrantes rumanos en España. Nuestro país había pasado de ser un país de emigrantes a un destino de recepción de inmigrantes y eso se nos antojaba una realidad irrefutable. Una más de esas seguridades que se nos ha desmoronado.
Paradójicamente, hace unas pocas semanas, mientras en otro lugar de Suiza Carlos Iglesias seguía rodando cómo era la vida de los emigrantes de los sesenta, yo también me vi transportada medio siglo. En la librería española en la que circunstancialmente estaba trabajando entraron dos españoles, nada extraño. No eran clientes, preguntaban si había algún restaurante español por allí, pero no con intención de comer: estaban buscando trabajo. Uno, el que me contó todo, tendría unos 55 o 60 años, el más joven, unos 40, muy callado y ambos: eran oficiales de albañil en paro que habían llegado a Suiza en coche un día antes, como turistas. Ninguno hablaba alemán, solo el mayor francés. No conocían a nadie en Suiza ni acudían a ninguna convocatoria de trabajo. Venían a probar suerte. En lo que fuera, pero sin que los engañasen. Venían a Suiza porque habían oído que los sueldos eran altos, que no había paro, que estaba previsto que en breve endureciesen las condiciones para la estancia y contratación de extranjeros y tenían que intentarlo antes de que esto ocurriese. Pero estaban perdidos, sin contactos, sin red social, sin poder rellenar un formulario, sin conseguir evitar que en un bar les sirviesen cerveza cuando lo que querían era agua. Y sin que yo, para mi frustración, pudiese hacer mucho por ayudarles, salvo advertirles de la distancia entre sus expectativas y la realidad suiza. Y en ese instante empecé a ver imágenes en blanco y negro. No arrastraban una maleta de cartón atada con una cuerda, no. Probablemente la maleta que llevaban en el coche, comprada en un bazar chino o en el Corte Inglés, hubiese incluso sido utilizada en su momento no tan remoto para algún viaje de vacaciones, de esos que uno hacía antes, cuando tenía trabajo y una vida aparentemente segura. Cuando luego Rosa, la librera que ocupa siempre ese mostrador, me advirtió de que escenas así venían siendo habituales, y cada vez más frecuentes desde hacía meses, elblanco y negro decidió ya quedarse instalado en mi retina.
Hablando de blanco y negro. Ha habido reacciones desde moderadamente críticas hasta furibundasa la publicación, hace un par de semanas, de una serie de fotos en blanco y negro acompañando un artículo del New York Times acerca de la pobreza en España. Ninguna de las fotografías era falsa, lo que había ofendido a muchos de los críticos era la carga dramática extra que lleva implícito el blanco y negro. Ante eso, sugeriría la lectura del último informe de Unicef sobre la infancia en España. La presentación es lo más opuesto al dramatismo que uno se pueda imaginar. Las fotos (en color) son de niños como cualquiera de nuestros hijos a la entrada del colegio. Hay una prolija variedad de fuentes y colores, de gráficos y mapas. La presentación es atractiva y colorista. Léanlo sin saltarse ni una línea ni una cifra. Y verán los críticos y los menos críticos como, al final, lo de las fotografías en blanco y negro del NYT tampoco era para tanto. La realidad, aún en color, es mucho peor. A los nuevos pobres, como a los nuevos emigrantes, se les podrá retratar en color o en blanco y negro. Lo fundamental es que nadie intente desviar la mirada para no ver lo que hay tras la fotografía.
PS: Ya que la cito hoy, aprovecho este blog para compartir la ventana de comunicación que mantiene abierta Concha Caballero. La sección de Andalucía de „El País“, como las de Galicia, Euskadi y Valencia, perecen a manos de, parafraseando a Maruja Torres, ese aspirante a sardinita de Wall Street que es Juan Luis Cebrián. Desde aquí todo mi apoyo a las víctimas de la codicia y de la mala gestión de los dirigentes de un periódico de referencia que no se merecía esto. Malos tiempos para el periodismo.
Estimada Fátima:
ResponderEliminarTu reflexión es muy interesante y está muy bien sustentada. He seguido con cierta preocupación las noticias acerca de los españoles en paro que están considerando emigrar a Suiza y sí tengo la impresión de que se está creando un cierto mito que presenta este país como el paraíso europeo. Recuerdo un titular hace un par de semanas en la prensa española (no recuerdo de cuál periódico) que rezaba “Suiza abre sus puertas a los españoles” o algo por el estilo, con una foto de un street parade en Zúrich, en la que se veía una multitud de gente por las cercanías de la estación central. Esto de verdad hace temer que muchos españoles se lancen a la aventura de venir para acá (como indicas, sin contactos, sin red social, sin hablar ninguna lengua oficial suiza, sin que los hubieran llamado a una entrevista) con la esperanza de conseguir un empleo en un dos por tres, pero en realidad pueden llegar a gastar una gran cantidad de dinero en el intento y terminar regresando con las manos vacías.
A mí me costó mucho conseguir un empleo en Suiza, aunque vine bien preparada y hablando alemán (y, a pesar de todo, lo que tengo es temporal). Por la experiencia de otros inmigrantes de habla hispana, sé que no es fácil establecerse aquí; pero supongo que cada historia es distinta y quizás aquellos que están realmente desesperados, dispuestos a aceptar cualquier trabajo y realizar el sacrificio que sea, sí pueden hallar una manera de mantenerse a flote en Suiza.
Conocí España como uno de los destinos preferidos de los latinoamericanos para emigrar, aunque muchos de mis amigos son descendientes de españoles que emigraron a América durante la posguerra. Es inquietante, como escribes, que esa seguridad se haya desmoronado porque eso quiere decir que cualquier seguridad se puede desmoronar y no estamos preparados para que las cosas cambien de repente.
Saludos y sigue mirado a través de tu blog lo que está detrás de las fotos y las noticias,
Valentina
Gracias Valentina por tu comentario, que comparto. Hace unas semanas el Neue Luzerner Zeitung publicó un artículo sobre la nueva inmigración proveniente de España y Portugal que ilustraba con la fotografía de una familia con niños, española, acampada improvisadamente en las afueras de Zurich. Y hace unos meses El Pais publicaba un artículo sobre los efectos perversos de una emisión de "Españoles en el mundo": http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/02/11/actualidad/1328962500_273909.html
Eliminarhola fatima. es verdad que nos ha tocado y nos seguira tocando vivir unos años dificiles. No solo carecemos de dinero, sino de valores de justicia, igualdad, responsabilidad política, generosidad, integracion, ayuda.. Me quedo con la labor que estan haciendo muchas personas, proyectos justos e integradores y que no salen en los medios pero que algun dia se veran recompensados. Como dice el refrán no hay mal que 100 años dure y para resurgir con fuerza primero hay que "morir". Yo tengo la esperanza que esto pasará. Yo intentare ayudar a todo el que pueda y que sepa que necesita de mi, porque muchos granitos de arena, pueden hacer una pared. un abrazo
ResponderEliminarTienes mucha razón Gracias, Patri, por aportar una pizquita de esperanza
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