viernes, 10 de octubre de 2014

Mala gente que gobierna

Me permito la licencia de plagiarle título al comprometido escritor Benjamín Prado, pero ha sido inevitable. Y es que solo se me ocurre algo peor que ser mala gente: serlo a conciencia, presumir de ello y pasear tal condición impunemente por los medios comunicación ostentando un cargo público pagado por todos. (también por los profesionales sanitarios a los que insulta). Me refiero por supuesto a Javier Rodríguez, ese personaje miserable y (dicho por él) bien comido, que ocupa la consejería de sanidad de la comunidad de Madrid. La misma por la que ya pasaran Lamela, Güemes y Lasquetty: por sobreexposición a mala gente, urge desinfectar este departamento. De los ciudadanos levantados en urnas dependerá… Y no le dedico ni una línea más a tan deslenguado político, porque no he abierto un blog para insultar en público, que es lo único que me pide el cuerpo al pensar en Rodríguez…

Lo que es indudable es que estamos en manos de mala gente, mala en la doble acepción del adjetivo cuando lo combinamos con el verbo “ser”: malos por ineptos y malos por malvados.

Ineptos de principio a fin, entendiendo como el principio el momento en que se decide repatriar a los dos misioneros y a la religiosa infectados de Ébola a España. Es difícil juzgar la conveniencia de esa decisión y, ya mucho antes de que se conociese el contagio de Teresa Romero, me ha generado más preguntas que respuestas. La única certeza que tengo es que todo ciudadano español en el extranjero tiene derecho a recibir la asistencia de su gobierno en caso de emergencia. Pero ¿por qué no es así en todos los casos? ¿Por qué se han desatendido muchos otros casos de españoles (enfermos, accidentados, atrapados en cárceles infernales,…) que solicitaban la ayuda de su país? ¿Fue una decisión política, hubo presiones por parte de la confesión católica, con la que había que congraciarse  antes de retirar la contrarreforma de la ley del aborto? Humanamente se entiende el desamparo de los enfermos y la desesperación de sus familias pero ¿qué aportaba su traslado a España para una muerte casi segura y en la que ningún ser querido les podía acompañar? ¿Cuál es el sentido humanitario de subir en un avión a unos enfermos seleccionados por el color de su pasaporte, dejando prostrados en cambio a otros compañeros y compañeras de lucha que yacían a su lado? ¿No habría tenido una repercusión inmensamente más eficaz y positiva invertir los costes del operativo de repatriación en cooperación sanitaria en los países afectados? ¿Nadie evaluó los recursos reales con los que se contaba en España, tras haber desmantelado centros de referencia de la sanidad pública, para hacer frente a un riesgo de este tipo? ¿Se escuchó a los expertos cuando se tomó la decisión de traer a un país no afectado por el Ébola un foco de contagio? Una vez tomada la decisión, ¿cómo se puede suponer que protocolos de aplicación tan compleja y que requieren, según personal sanitario experimentado, una formación mínima de 15 días, se asimilen en 20 minutos? ¿Dónde estaban los trajes homologados por la OMS, dónde la necesaria supervisión que minimizara la posibilidad de incurrir en errores, inevitables en situaciones de estrés? ¿Cómo es posible que se montase un impresionante, mediático y efectista dispositivo de escolta a la ambulancia del padre Pajares (muy como de película de catástrofes de serie B) y luego en cambio se atreviesen a llamar “cuarentena” a la decisión de indicarle al personal expuesto al virus que hiciesen vida normal y durante tres semanas se tomasen la temperatura dos veces al día? Y en el momento que una trabajadora expuesta a un contacto de alto riesgo manifiesta los primeros síntomas ¿por qué, con una justificación tan peregrina como que no superaba un umbral mínimo de fiebre, no se procedió a su aislamiento preventivo inmediato? ¿Cómo es posible que ante la más remota (y esta no era remota) posibilidad de estar ante un caso de infección de Ébola se la derivase al hospital más cercano a su domicilio en lugar de atenderla en el centro que había tratado los casos anteriores? ¿Cómo se puede justificar que se desoyesen las suspicacias de los responsables de la ambulancia del Summa y se permitiese seguir prestando servicio a ese vehículo sin desinfectarlo previamente? ¿Quiénes son los responsables, tanto en la Comunidad de Madrid como en el Ministerio de Sanidad, de haber hecho caso omiso a las advertencias, sugerencias y exigencias que el personal sanitario llevaba meses planteando? En resumen: ineptitud supina.

Ahora sumémosle la maldad manifiesta. Estamos tristemente acostumbrados a que los máximos responsables carguen las culpas sobre los hombros del eslabón más débil de la cadena. Pero en este caso, en el de una sanitaria que se ofrece voluntaria para asistir a dos pacientes terminales de una enfermedad terrible y sumamente contagiosa de la que ella misma acaba enfermando, cabía esperar que no se traspasasen unas fronteras mínimas de decencia y ética. No solo las han traspasado: las han pulverizado. Nada puede haber más ruin, más miserable y más inhumano que culpabilizar a un enfermo, que lucha en estos momento por su vida, de su desgracia. Nada más mezquino, más repugnante y más reprobable que intentar destruir la reputación de quien se había ofrecido voluntariamente para cuidar de un ser humano agónico. Nada más sorprendente y más vomitivo que todo esto se haga desde cargos públicos con responsabilidad directa en la gestión de esta crisis sanitaria y, por tanto, en el estado de salud de Teresa, del resto de personal sanitario que atendió a los misioneros repatriados y de sus familias y círculos de relaciones. Y a eso es a lo que nos hemos tenido que enfrentar estos últimos días, que han venido a confirmar que nuestra capacidad de asombro (de asombro negativo) nunca va a quedar colmada mientras nos siga gobernando la mala gente. Se me ocurría ayer un ejemplo análogo. Imaginemos que ETA pone una bomba que es localizada y se envía un equipo de los TEDAX para desactivarla. Imaginemos a un TEDAX frente a la bomba, en una situación de terrible presión psicológica y con un temporizador marcando los minutos. Imaginemos que pese a su pericia, le tiembla mínimamente el pulso, corta el cable equivocado y la bomba estalla, matándole o dejándole gravemente herido ¿A alguien, como no puede ser de otra manera, se le ocurriría otra cosa que no fuese tratar a este policía como un héroe, como un valiente que se ha jugado su vida? ¿Habría otro culpable de este trágico desenlace que no fuese la banda terrorista? Pues el caso de Teresa es exactamente igual, con la diferencia de que a ningún TEDAX le enseñan a desactivar bombas en cursillos de 20 minutos.

Hay otra derivada, no gratuita ni casual, me temo, de la maldad. Al ensañamiento inhumano contra la víctima se suma el tremendo golpe que esta gestión chapucera y timorata asesta injustamente a la sanidad pública. Desde hacía mucho tiempo, y como se viene denunciando, con especial valentía desde la Marea Blanca, se estaban aplicando medidas dirigidas al desmantelamiento de un servicio público, otrora ejemplar, en beneficio de algunas aseguradoras privadas y de macrogrupos empresariales. A pesar de ello, los profesionales de la sanidad pública –médicos, enfermeros, auxiliares, celadores,…- han continuado atendiendo a los pacientes con el máximo rigor y profesionalidad. Que una cadena de decisiones políticas erróneas y gestiones burocráticas delirantes pongan ahora en entredicho a unos profesionales que, junto con los maestros que educan a nuestros hijos, deberían ser la “joya de la corona” de los servicios públicos, es injusto y doloroso.

Ahora bien, insistamos: en nuestra mano está que esta mala gente deje de gobernarnos…

Dos pequeñas notas que añadir:

-         De la mala gente que pobla las redacciones de algunos medios de comunicación ni me voy a molestar en hablar. Me producen una profunda repugnancia y ya quedan retratados en sus palabras…o gestos.

-         Es lógico que un caso cercano y que además no ha sido fruto del azar sino de decisiones políticas despierte nuestro interés. Pero eso no nos exculpa de haber estado dándole la espalda durante meses a la tragedia en África. Todos. Yo misma tras más de 4000 muertos en África, muchos de ellos niños, no había ni citado en una sola entrada la palabra Ébola. Algo estamos haciendo muy mal, sin duda, y nos tendremos que parar a reflexionar. Más pronto que tarde.
(Entrada publicada en otoño de 2014 y que por algún paso en falso de intrusa digital se me borró y he republicado sin modificarlo, aunque a fecha de hoy, 14 de enero de 2014, haya quedado obsoleto. En parte, felizmente)

Con el deseo de que Teresa salga de esta.

A Pilar, por haber estado ahí: tu voz tan sensata sería ahora muy necesaria.

A mi otra Pilar, por seguir estándolo: tus pacientes tienen una suerte inmensa.