domingo, 22 de febrero de 2015

Nueva y vieja política, nueva y vieja emigración: crónica de la presentación de Marea Granate Zürich

Me cuesta mucho concebir IU sin que convivan en ella la fuerza renovadora de Alberto Garzón y la solidez en la lucha obrera de Cayo Lara, compartiendo ambos valores tan importantes como la coherencia y la honestidad. De la misma manera que me cuesta imaginar un periodismo que merezca la pena llamarse así que no valorase por igual el ímpetu heterodoxo de Jordi Évole y la experiencia de Ramón Lobo. O, por supuesto, como historiadora, pero no solo por ello, no me imagino una política en la que no tengan cabida los movimientos sociales ciudadanos recién surgidos que luchan contra la pérdida de derechos humanos y sociales sin que a la vez se impida que caigan en el olvido los valores cívicos que inspiraron la II República, la lucha antifranquista que acabó con la vida de tantos y tantas en la generación de nuestros abuelos o la mezcla de incertidumbre e ilusión con la que nuestros padres encararon la llegada de la democracia.

En tiempos en que tanto se teoriza sobre la vieja y la nueva política, esa necesidad de superar fracturas generacionales se extiende también a la movilización política y social entre los españoles emigrados. Hace casi un año, a base de observar algunas reacciones y actitudes en la lucha por el derecho a la educación de los hijos e hijas de los españoles en el exterior, llegué a albergar dudas preocupantes respecto a una posible falta de sintonía, al menos en lo formal, entre el asociacionismo asentado desde hace años en los países receptores de inmigración española y los movimientos protagonizados por los recién llegados. Por un lado, las luchas de poder durante décadas de bipartidismo también habían hecho estragos más allá de las fronteras de España. Por otra, la distinta percepción de lo que ocurría en España y, sobre todo, de la movilización social de la última década, podía ocasionar ciertos resquemores, entre otras causas por el mayor peso de los medios de comunicación “clásicos” entre la comunidad de españoles que llevan décadas en otros países. Me preocupó entonces que se produjese un “diálogo de sordos” entre ambas generaciones de emigrantes , lo que podría abocar finalmente a falta de comunicación y, por tanto, de la unidad, tan necesaria siempre y más aún en un colectivo minoritario dentro de los países de acogida, disperso y alejado de los centros de decisión en España.  

Sin embargo, ayer en Zürich muchos de estos temores quedaron disipados y me pegué una alegría política al cuerpo que, personalmente, necesitaba como la lluvia suave en medio de una sequía prolongada -tened en cuenta que soy de Madrid y de izquierdas, creo que no hay que explicar mucho más ;-)

En el Ateneo Popular Español de Zürich se celebró ayer una presentación con coloquio de la Marea Granate de Zürich. La propia celebración  de este acto ya es de por sí una declaración de principios. El Ateneo abrió sus puertas en 1968, en plena eclosión de la gran ola de inmigrantes españoles en Suiza, cuando nadie se podía imaginar la televisión por satélite ni Internet, las llamadas internacionales eran un lujo y los viajes a España, escasos. Un grupo de pioneros llevan casi medio siglo abriendo las puertas de un local acogedor y atestado de libros a actividades sociales, políticas y culturales. Y en ese sótano, tan importante para dos generaciones de españoles en Suiza, cuatro representantes de la llamada “nueva emigración”, Yolanda, Miguel Ángel, Daniel y David, que llevan fuera de España entre dos y nueve años, presentaron ayer Marea Granate, ese joven movimiento social transnacional y fuertemente ligado a la presencia en redes sociales, que lucha por los derechos de los emigrantes españoles pero también porque nuestro país vuelva a ser una democracia plena, donde se respeten los derechos humanos y se priorice la justicia social.

Miguel Ángel Sánchez explicó a quienes abarrotaban la sala del Ateneo cómo habían evolucionado los movimientos sociales en España desde 2003, cómo surgió y se organiza Marea Granate, ya presente en más de 30 ciudades de todo el mundo, y cuáles son sus principales objetivos y preocupaciones. A continuación David García desgranó brillantemente la “Ley Mordaza” (nombre más real que el que le dan sus promotores de “ley de seguridad ciudadana”), haciendo especial hincapié en las consecuencias perversas del paso de muchos delitos actuales a faltas administrativas, punibles con multas que ejercen un dantesco efecto disuasorio sobre la movilización ciudadana al tiempo que se restringen derechos democráticos básicos como el de reunión, opinión o información. En tercer lugar intervino Yolanda Candela, que realizó un interesantísimo análisis de la evolución de la legislación sobre el aborto en España y los pasos, tan retrógrados como hipócritas, que ha dado el gobierno del PP jaleado por la iglesia católica para restringir este derecho, poniendo en peligro la salud las mujeres, especialmente de las más jóvenes en situación de exclusión social o de violencia familiar. También informó Yolanda de la existencia de la Red Federica Montseny, formada por emigrantes españolas solidarias en garantizar el aborto en condiciones dignas y seguras tanto a mujeres españolas en el extranjero como apoyando a sus colegas en los distintos países. Después Daniel Pérez ayudó a descorrer el tupido cortinón que oculta la información acerca de las negociaciones del TTIP (Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión) entre la Union Europea y EEUU. Partiendo de la base de que poco se sabe, algo se intuye y mucho se oculta, hizo un  claro y detallado análisis de los intereses espurios que las grandes corporaciones tienen en la firma de esos acuerdos, que relegarían a los estados soberanos a meras comparsas de los lobbies económicos y equipararía por la mínima la seguridad del consumidor y los derechos del trabajador en ambas orillas del Atlántico. Por último volvió a intervenir Miguel Ángel con un tema  que afecta más específicamente a los emigrantes pero que tiene efectos políticos en España: las dificultades que la introducción del voto rogado implican para los españoles emigrados y que han llevado a un dramático descenso de la participación electoral en tres años del 32% al 5%. Se cerró la primera parte del acto con la presentación de la página web que Marea Granate Zürich ha creado para denunciar la  verdadera “marca España” –no la que vende, pagada con dinero público y a veces escandalosamente casposa, la “marca España” institucional.

La presentación de Marea Granate Zürich fue tan interesante y completa que generó un interesante coloquio con el público que probablemente se podía haber prolongado más allá que la hora larga que duró. Entre los asistentes se encontraban jóvenes por debajo de la treintena pero también muchos miembros del Ateneo, entre ellos alguno de sus fundadores, rozando los 80 años. Y en esa sala llena de españoles de distintas edades y trayectorias vitales, con diversas motivaciones para emigrar y, aunque se respiraba una inequívoca sensibilidad de izquierdas entre esas cuatro paredes, seguro que votantes de distintos partidos, se habló durante más de una hora de política. Se pudo hacer política con mayúsculas: a fondo, con apasionamiento, tocando incluso temas hasta hace poco tabú, pero sin que nadie perdiera el respeto, sin que nadie tirara a la cara del otro ninguna sigla política, sin que nadie perdiera de vista que lo más importante es la unidad, la información, la conciencia política y la movilización cívica para poder revertir todos los retrocesos en derechos y libertades que bajo la excusa de la crisis económica o de la seguridad ciudadana caen como losas sobre muestras democracias.

Por supuesto que quedan tareas por hacer. Falta, como decía Yolanda, que a esos “cuatro gatos” que conforman hoy Marea Granate Zürich nos unamos muchos más hasta hacer manada…o jauría, que mete más ruido. Falta una mayor cooperación con algunas de las mareas nacionales, como la Marea Verde, para que quede claro lo que los españoles dentro y fuera del país compartimos problemas y objetivos. Falta engrasar la colaboración entre Marea Granate y otras movilizaciones por los derechos de los inmigrantes, como la que lucha a través de la Plataforma REALCE y de distintas APAS por la vuelta a la presencialidad en la enseñanza de lengua y cultura española para los hijos de los emigrados españoles. O falta captar el interés de los emigrantes de segunda generación, que frente a sus padres o a los que han llegado más recientemente, tienen vínculos emocionales menos estrechos con España, lo que suele conllevar también una implicación política de menor intensidad.

Pero a pesar de los retos pendientes el acto de ayer demuestra que la unidad ciudadana y la conciencia plena del retroceso histórico que estamos viviendo, y que hay que parar con urgencia, rompe posibles barreras generacionales. Y confirma también que solo desde la unidad y el compromiso podemos cambiar las cosas. Se disipan, pues, muchos nubarrones. Recordaba ayer uno de los participantes del público a Gramsci y la necesidad de conjugar “el pesimismo de la razón” con “el optimismo de la voluntad”. Gracias, Marea Granate de Zürich y Ateneo Popular Español de Zürich, por hacerlo posible con las distintas herramientas que tenéis a vuestro alcance.







 

jueves, 5 de febrero de 2015

La llave


Tengo la manía de llevar bolsos enormes y oscuros, donde todo se me pierde irremediablemente. Lo peor, ese manojo de llaves que a veces te da disgustos. Las he perdido, fijo, y el pánico te asalta unos segundos. Entonces agitas el enorme bolsón con fuerza y las oyes tintinear: estar, están. Alivio. No me tengo que quedar fuera con el frío que hace. O con lo cansada que estoy. O con la cantidad de cosas que tengo por hacer en casa. Ahora ya es solo cuestión de paciencia y de un par de minutos dar con ellas, meterlas en la cerradura (a veces a tientas, que la luz de la entrada funciona a su capricho) y ya, por fin, en casa.

La otra noche, al repetir este gesto cotidiano, se me vino a la cabeza la imagen de José y Ana María. Y, sobre todo, de sus hijos, la mayor de la edad de mi hija Sofía. Aunque ellos encuentren su llave en el bolso, ya de nada les sirve. Ya no pueden entrar en su casa, en su mundo, con sus recuerdos. La imagen de un guiso preparado la víspera y que se quedaba en la nevera sin que nadie diera cuenta de él me hizo llorar de nuevo de pena y de una inmensa rabia. No sé si mi querida Fani Grande tendrá grapas suficientes para agarrarme el hígado.

Francisco Javier Recio narraba en El Mundo el pasado 1 de febrero la historia dantesca de una familia de Dos Hermanas que al volver a casa a la hora de comer se encontró con que su llave ya no encajaba en la cerradura. Con que el guiso se quedaba en la nevera. Con que los niños no iban a poder hacer los deberes en su cuarto. La familia Salas Pérez había sido víctima de un “desahucio silencioso”, de esos de los que apenas tenemos noticia porque falta el preaviso para que la PAH o los colectivos locales se movilicen. Y porque se producen sin ese indecente despliegue de lecheras policiales que tanto sonrojo nos provoca. Alguien está solo en la puerta de la que en horas ha dejado de ser su casa, sin un voluntario al que abrazarse llorando ni un funcionario judicial al que increpar. No me puedo imaginar mayor desamparo.

Los elementos que configuran esta historia desgarradora son ya habituales en las noticias: una familia víctima del paro de larga duración y dependiente de la concatenación de trabajos precarios y esporádicos y de la ayuda de la familia; un banco, el BBVA en este caso, que prefiere incrementar su bolsa de pisos vacíos a ofrecer una solución socialmente responsable a una familia; un juzgado que ejecuta una orden de desahucio, desatendiendo un  derecho constitucional elemental; unos políticos autonómicos y locales que solo reaccionan cuando la presión mediática puede ser dañina para sus intereses electorales.

Pero, además, en la ejecución sigilosa de este desahucio hay dos actores de reparto cuya presencia me obsesiona desde que leí la noticia. Que nadie me malinterprete, no me siento nada cómoda señalándolos, porque soy consciente de que su grado de responsabilidad en esta historia es infinitamente menor que la de los factores que nombré antes. Pero estuvieron allí y fueron necesarios. Ellos tuvieron el poder físico sobre una llave que separaba a una familia de su propia vida.

Cuando hace casi 20 años el politólogo Daniel Goldhagen señaló la complicidad (más o menos silenciosa, más o menos activa) de los “alemanes corrientes” en el Holocausto nazi, se generó una enorme controversia. Los juicios de Nüremberg y más adelante los procesos habidos contra militares golpistas por los crímenes perpetrados en las dictaduras latinoamericanas habían establecido que los autores físicos de un crimen de lesa humanidad no podían parapetarse tras la obediencia debida dentro de la estructura jerárquica del ejército. Pero claro, más polémico y doloroso era plantear que ciudadanos normales y corrientes, que en su vida habrían matado una mosca, tuvieran que asumir que con su acción –o su inacción- habían contribuido a que se cometiesen crímenes dantescos. Es un debate que se abrió y aún hoy sigue generando encendidas discusiones e hiriendo muchas sensibilidades. Pero es el precio que hemos de pagar si miramos de frente a nuestro pasado y queremos ser honestos, consecuentes y extraer enseñanzas útiles para entender el presente e intentar construir un futuro mejor. Sin huir de nuestra responsabilidad y siendo conscientes de que cada uno tenemos en cierta medida la capacidad de cambiar el mundo que nos rodea: para bien, que sería lo razonable. Pero también podemos empeorarlo.

El policía recibe la orden de descargar contra los manifestantes, pero él (o ella) es el responsable de la intensidad con que emplea su porra o de apretar el gatillo que lanza la pelota de goma que destroza un globo ocular o remata a un inmigrante medio ahogado. El empleado de la caja recibe la orden de liarse a vender preferentes para alcanzar los objetivos, pero es él (o ella) quien mira a los ojos de esa pareja de ancianos (clientes de toda la vida) mientras les da el bolígrafo con el que firmar una preferente que sabe que los despoja de sus ahorros. El empleado (o empleada) de la ETT recibe la orden del responsable de la filial de rescindir el contrato de esa madre soltera con argumentos peregrinos, pero son sus labios los que repiten las mentiras más infames.

Claro que luego está elbombero que recibe la orden de reventar la cerradura de una anciana paradesahuciarla y desobedece, porque defiende que él está ahí para salvar vidas y no para destrozarlas. Y sabes que si hubiese más Robertos se producirían menos barbaridades. Que anteponer la ética, los derechos humanos, la empatía y la cercanía al sufrimiento a la obediencia a la norma (o al jefe, o a la cuenta de beneficios) haría nuestra sociedad más digna.

Y entonces pienso en el cerrajero que recibe un encargo para cambiar una cerradura sin conocimiento de los habitantes de ese hogar. Y pienso que si en toda Sevilla no hubiesen encontrado un solo cerrajero dispuesto a ello, Ana María y sus hijos habrían almorzado ese guiso el jueves en su casa.

Y luego pienso en ese empleado de banco, fastidiado por tener que apurar la tarde de viernes en abrir (rapidito, que no quiero perder el tiempo) la puerta a un padre desesperado que llena dos bolsas de plástico. Y me pregunto, muy en serio, si no habría dormido mucho mejor dejando esa maldita llave a esa familia durante el fin de semana para que pudiesen empaquetar su vida con dignidad.

Ya, ya sé que ni el cerrajero ni el empleado del BBVA son los responsables últimos. Ya, ya sé, que a lo mejor el uno es una autónomo que apenas llega a fin de mes y el otro un empleado que ve peligrar su puesto de trabajo en el próximo ERE. Pero con todo y con ello, me cuesta entenderlos.

Dos trabajadores normales, seguro que buenas personas, son incapaces de anteponer la ética a la obediencia complaciente. No significarse, que repetían cual mantra los prudentes durante la dictadura. Y, otra vez, las malditas mayorías silenciosas. Hoy preferimos no pensar en lo que significa la llave de su casa para una familia. Mañana nos creeremos que la culpa de nuestros bajos salarios es del inmigrante que ha venido a vivir al piso de abajo (nos olvidamos que nuestra hija enfermera también es inmigrante en Alemania). Y al día siguiente decidiremos ponernos dignos conlos griegos, olvidarnos que son compañeros de fatigas y víctimas del mismoenemigo que nos atenaza a nosotros mismos y les exigiremos el pago de la deuda con un tesón que ni los bávaros…

Y, mientras tanto, mientras perdemos en dignidad, humanidad y solidaridad, la llave de nuestro futuro se la habrán quedado los de siempre. Sin vuelta atrás.