martes, 23 de mayo de 2023

Sí, voy a votar. Y sí, soy feminista. Y sí, también soy contraria a la "ley trans"

Voy a votar

De hecho, ya he votado. Podría no escribir esto y me quitaría de líos.

Pero lo que no desaparecerían son la inquietud, la tristeza, la desazón que me invaden desde hace varios días. Y además se lo debo a muchas. Se lo debo a las mujeres más importantes de mi vida: a mi abuela Isolina, que se tuvo que aguantar 40 largos años sus enormes ganas de votar; a mi madre, Isabel, que es quien me enseñó desde que no levantaba tres palmos del suelo el valor de la democracia y de la responsabilidad política; y a mi hija, Sofía, que vota este domingo por primera vez, con mucha conciencia y con la seguridad de que la política está ahí para ser útil y resolver problemas. Y claro que se lo debo a la genealogía feminista que nos precede y que nos ha abierto camino a un precio altísimo: a las sufragistas que pelearon el derecho a ser ciudadanas de pleno derecho; a Clara Campoamor, que pagó con el ostracismo y el exilio su lucha por el voto femenino, por la abolición de la prostitución, por el divorcio y por los derechos de la infancia; a las miles mujeres represaliadas por la dictadura, unas ejecutadas contra tapias, otras encerradas en prisiones inhumanas, otras condenadas a la muerte civil con la prohibición de ejercer su profesión o con la anulación de matrimonios civiles y divorcios y muchas otras expulsadas al exilio; y a las mujeres que desde organizaciones feministas y vecinales se jugaron el tipo cuando yo apenas era un proyecto de persona por garantizar derechos básicos para las mujeres. Pero también se lo debo a las mujeres del presente que, por el hecho de serlo, de haber nacido mujeres, ven pisoteados sus derechos humanos: a las miles de mujeres prostituidas, violadas a diario por puteros en burdeles a la vuelta de la esquina, en su mayoría inmigrantes sin derecho a votar; a las mujeres víctimas de terrorismo machista, ese terrorismo que sí sigue presente en nuestras vidas, y que necesitan que se les garantice protección y justicia; y a los millones de mujeres que en todo el planeta son aún ciudadanas de segunda, ahogadas en un burka, escondidas bajo un hiyab, sometidas a códigos de honor o matrimonios forzosos, con el clítoris mutilado o viviendo en sistemas donde las propias fuerzas de seguridad dejan impunes, cuando no forman directamente parte de los victimarios, a los agresores sexuales. El pasado, el presente y el futuro nos pesan, determinan nuestra agenda y nuestro compromiso político y ciudadano.

¿Por qué siento la necesidad de compartir algo aparentemente tan obvio y, por otra parte, tan irrelevante para cualquiera que no sea yo misma, como explicar que voto en unas elecciones y por qué? Pues porque creo que afirmar que el feminismo no vota traidores, etiqueta que yo misma he compartido en varias ocasiones en redes sociales, no justifica la antipolítica ni la desafección con nuestro derecho (siempre me ha parecido casi obligación) a votar, a tomar partido y a asumir maduramente las consecuencias de nuestro voto. He leído estos días con frecuencia a compañeras feministas radicales que piden que se les den razones para ir a votar este domingo. Dudan. No lo ven tan claro como aquellas que deciden y manifiestan, legítimamente, aunque en absoluto lo comparta, que se van a abstener o que votarán nulo o en blanco. Si con mis palabras animo a una compañera dudosa o incluso invito a repensar su postura a alguna que, a día de hoy, cree que lo mejor es no votar, daré por bien empleado el tiempo en escribir esto y las pocas amigas y amigos (y fijo que ningún “amigue”) que me voy a granjear.

Hace poco leía un supuesto argumento para no votar que aducía que, si votar sirviera para algo, estaría prohibido. Olvidaba quien agitaba ese eslogan que, en efecto, las dictaduras y las tiranías prohíben votar, así que, sí, sí que para algo debe de servir. Para mucho, incluso. Aunque no para todo lo que querríamos y sería deseable en democracias plenas y siempre susceptibles de mejora, votar es nuestra principal herramienta como ciudadanas en democracia. No la única, pero no es incompatible depositar nuestro voto en la urna con ejercer la vigilancia crítica y el compromiso activo en todo aquello que luchamos por mejorar. Probablemente uno de los aspectos más irritantes por parte de quienes han entrado a ocupar cargos de altísima responsabilidad en los últimos años es la banalización de lo público, la reducción de la acción política al postureo en redes, a la foto, al eslogan, a la camiseta. Entonces ¿pensamos que hacer que nuestro voto sea nulo tachándolo con una frase y colgando la foto en redes para que nos aplaudan el gesto las ya convencidas va a movilizar a alguien, va a servir de algo? ¿No es más útil y maduro seguir el camino ya iniciado, el de tomar la decisión política de elegir y votar, asumiendo el riesgo que comporta, y luego ser exigentes con quienes nos representan, porque los hemos puesto nosotras ahí y les pagamos el sueldo? Sigamos protestando si alguien conculca nuestros derechos. Sigamos organizando foros serios de debate feminista, leyendo a referentes como Valcárcel, Cobo o Posada Kubissa. Sigamos haciendo pedagogía contra los estereotipos de género. Sigamos elevando iniciativas legislativas si es necesario. Sigamos escribiendo en medios de comunicación sobre los problemas que nos afectan y los retos pendientes, educando a nuestras hijas e hijos en la igualdad, manteniendo conversaciones constructivas y útiles con nuestros entornos familiares, laborales y de amistad para que no traguen ruedas de molino, aunque vengan bañadas en purpurina. Pero votemos, y no en blanco o nulo. Jugándonosla, porque de eso va la democracia y el ejercicio de los derechos.

Eso implica elegir, poner en una balanza muchos elementos y establecer prioridades. Ningún programa de ningún partido se va a ajustar nunca en su totalidad a nuestras demandas e ideales. Pensar lo contrario es iluso y conduce a la frustración y a la melancolía. Pero ser realistas y conscientes de ello no es, en absoluto, dejarse arrastrar por el mantra apolítico del “da lo mismo, porque todos son iguales”. No, no lo son, y lo sabemos, y es precisamente nuestra capacidad de analizar las diferencias y los matices lo que nos hace votantes informadas y conscientes (bueno, eso y los flagrantes tortazos que nos llevamos cuando vemos que nos equivocamos al votar). Porque no es lo mismo que Podemos, cuya solvencia en lo que atañe al feminismo ya podía hacernos sospechar desde un principio, se haya demostrado como la peor opción posible para estar al frente del ministerio de Igualdad, que el indudable error del PSOE al dejar en sus manos un campo en el que el currículum de los socialistas había sido intachable. O no es lo mismo, aunque el resultado final invite a pensarlo, legislar activamente y de manera monolítica en contra de los derechos de las mujeres, de las niñas y de los niños que, en aras de salvar la coalición de gobierno, aceptar imposiciones muy cuestionadas en las propias filas. Como tampoco es lo mismo ser tibia cuando te preguntan por la explotación sexual de las mujeres que defender abiertamente la abolición de la prostitución. Pero desde luego, no nos confundamos, lo que nunca va a beneficiar a las mujeres y a sus derechos es tener al frente de las instituciones una derecha que va de la mano de una ultraderecha anacrónica, nacionalcatólica y pseudofascista. Una ultraderecha que es negacionista del terrorismo machista; que viene a evitar que ejerzamos derechos básicos como el aborto; que defiende un ideal de mujer más cercano a los postulados de la Sección Femenina que al S. XXI; que se ensañará contra los y las inmigrantes; que nos quiere llevar a un lugar al que no queremos volver. Cuando nos arrepintamos de haberle dejado la puerta entreabierta a esa ultraderecha, aunque sea por omisión de nuestro deber ciudadano, será demasiado tarde.

Y, por último, para votar, para asumir ese riesgo de equivocarme, quiero poder hacerlo sin que me impongan el marco mental. Irene Montero, a la que muchas vamos a recordar siempre como el más dañino caballo de Troya contra el feminismo, tiene sus propias obsesiones y monotemas y a veces tengo la desagradable sensación de que ha conseguido imponérnoslos. Por supuesto que la ley trans es un engendro jurídico que jamás tenía que haberse aprobado, por misógina, homófoba, acientífica y carente de seguridad jurídica. Porque borra a las mujeres y, sobre todo, es venenosa para los menores. Y, por mi parte y sé que cada vez menos solas, seguiré protestando y haciendo lo imposible porque esto se revierta y, sobre todo, para que la sociedad sea consciente de los riesgos que entraña, vestidos de algo aparentemente cool e inocuo. Pero yo no voto solo en función de una sola ley o de una sola preocupación. Voto como feminista y como mujer preocupada por el resto de la agenda pendiente, empezando por la lucha contra el terrorismo machista, por la abolición de la prostitución y por la igualdad de derechos laborales efectivos. Pero también voto como trabajadora. Como usuaria de la sanidad pública. Como hija de una pensionista. Como hermana de un empleado público. Como ciudadana preocupada por el cambio climático, por la exclusión social, por los desahucios o por el derecho a una muerte digna. Como ciudadana europea que aspira a unas relaciones internacionales que no se reduzcan a dar libertad a los capitales y levantar muros contra los seres humanos. Quiero votar como ciudadana de izquierdas consciente, preocupada y sí, a ratos, cabreada, pero también esperanzada en que ni todo está perdido ni todos son iguales. No quiero que mi voto (y menos aún, el no votar o tirarlo a la basura) lo determine una ministra y su equipo, por muy inútiles y dañinas que hayan acreditado ser. Y, por supuesto, si los destinatarios de mi voto me la juegan, ahí estaré por los medios a mi alcance (que los tenemos y, sobre todo, si actuamos colectivamente) para recordarles que los votos están para tomárselos muy en serio.   

domingo, 28 de agosto de 2022

Suiza y la situación legal y social de la prostitución

Suiza se tiene por uno de los países más “liberales” del mundo en cuanto a la legislación de la prostitución. La prostitución se admite como una actividad económica legal y regulada desde 1942. Se consideró que las mujeres podían vender su cuerpo (y pagar impuestos por ello) 30 años antes de que pudieran depositar una papeleta en una urna para ejercer su derecho al voto – casi 20 años más incluso en el último cantón forzado a admitir el sufragio universal, Appenzell. Cuestión de prioridades, por lo visto. 

Lamentablemente, en un país con muy poco músculo del feminismo y con escasa visibilidad de los problemas que afectan a las mujeres por el hecho de serlo, la discusión sobre el abolicionismo de la prostitución, que además impacta de forma mayoritaria sobre mujeres inmigrantes doblemente discriminadas, tiene muy poco eco social y mediático.

Por supuesto, en entornos muy concienciados, sí hay feministas que abogan por el abolicionismo. Por ejemplo, esta posición está representada por la Frauenzentrale Zürich. Es la principal coordinadora de organizaciones de mujeres del cantón de Zúrich. Su antigua presidenta, Andrea Gisler, ha hablado extensamente sobre la abolición de la prostitución. Gisler, que en la actualidad forma parte de la junta directiva de la Alianza F y es miembro de la Comisión Federal de Asuntos de la Mujer, dijo en referencia a Suecia que "el modelo nórdico ha conducido a un descenso de la prostitución y de la trata de personas. Lo más importante es que se ha producido un reseteo cultural en la sociedad. La prohibición ha influido en un cambio mental de la ciudadanía. Hasta para los niños está claro: No se compran mujeres como mercancía" (Watson, 8.6.2022)

El pasado 8 de junio se presentó a votación en el parlamento suizo una moción de la diputada del EVP, Marianne Streiff, que bajo el título “Los seres humanos no son mercancía” defendía la introducción en Suiza del modelo nórdico de castigo al putero y apoyo a la mujer prostituida mediante un ambicioso programa que ofreciese a las mujeres una alternativa “con medidas eficaces de información, prevención y educación”. El objetivo último sería “un cambio hacia una sociedad en la que nadie pueda comprar, mercantilizar y explotar al otro”. "La prostitución no es, de hecho, otra cosa que un acto de violencia sexual pagada. Viola la dignidad humana y la igualdad entre hombres y mujeres. Una sociedad que se toma en serio la igualdad no puede aceptar que una persona compre el cuerpo de otra por dinero", afirmaba la diputada Streiff.

Su moción fue rechazada por 172 diputados y diputadas. Solo 11 votaron a favor, en medio de un clamoroso silencio mediático.

Por eso, el artículo que el SonntagsZeitung ha publicado este fin de semana, que desmonta sin ambages ni medias tintas los mitos que rodean el regulacionismo de la explotación sexual de las mujeres, es muy necesario para que llegue a la opinión pública un debate que le es hurtado o maliciosa e interesadamente manipulado.

Os dejo a continuación la traducción del artículo del alemán al español. El original lo podéis leer en este enlace (sujeto a suscripción): 

12 Mythen über Prostitution  – «Sex im Bordell ist prüde» | Tages-Anzeiger (tagesanzeiger.ch)

TRADUCCIÓN DEL ARTÍCULO DE BETTINA WEBER, PUBLICADO EN EL SONNTAGSZEITUNG EL 27/8/2022:

12 mitos sobre la prostitución

"El sexo en un prostíbulo es mojigato".

¿Realmente muchos puteros sólo quieren charlar? ¿Ser una "escort" (prostituta de alto standing) es realmente mejor que estar en la calle? Huschke Mau, autora y estudiante de doctorado, se ha ocupado de cuestiones como estas durante años y cuenta las cosas como realmente son.

Bettina Weber

SonntagsZeitung - Publicado el: 27.08.2022, 23:30

Mientras que el congreso suizo rechazó en junio la introducción del llamado modelo nórdico -que no prohíbe la prostitución, sino que castiga a los puteros-, el parlamento en Estocolmo acaba de endurecer dicha ley: a partir de ahora, los hombres que compren mujeres no se limitarán a pagar una multa, sino que irán a la cárcel.

Desde 1999, en Suecia se determinó que la prostitución es violencia sexual y que los puteros son los agresores. Aquí o en Alemania, hay en cambio mucha discrepancia sobre este tema y a menudo las posturas son contradictorias.

Esto quedó claro durante el acalorado debate sobre la canción "Layla", en la que se ensalza a la jefa de un prostíbulo. Las mismas voces que reconocen la prostitución como una forma de "empoderamiento femenino" criticaron la canción por considerarla despectiva hacia las mujeres o, como las Juventudes Socialistas, pidieron su prohibición.

Alguien que conoce bien este debate es Huschke Mau. Tras una infancia traumática marcada por los abusos, acabó ejerciendo la prostitución a los 17 años, de la que consiguió salir después de diez años, aún más traumatizada. Estudió y hoy, a sus 30 años, es doctoranda en una universidad alemana.

Durante años, Huschke Mau -un seudónimo, "Huschke", que en el dialecto de Prusia Oriental significa "una mujer que nunca está del todo" - ha luchado a favor del modelo nórdico. En el libro "Entmenschlicht" (Deshumanizada), publicado recientemente, narra la historia de su vida, que es al mismo tiempo un análisis bien documentado del mundo de la prostitución. Con una voz cálida y suave, disecciona los mitos más comunes que lo rodean en la entrevista que mantuvimos con ella.

1.      La prostitución es un trabajo como cualquier otro

Si la prostitución fuera un trabajo como cualquier otro, entonces las oficinas de desempleo deberían ofrecerlo a todas las mujeres -y a todos los hombres- que busquen un trabajo. Si esto nos parece inimaginable, es porque no es un trabajo cualquiera. Además, esto implica que se divide a las mujeres entre las que no queremos ver prostituidas y las que sí tienen que soportarlo. ¿Por qué esperar que algunas personas hagan lo que es inaceptable para otras?

2.      La prostitución es el oficio más antiguo del mundo

¡Vaya estupidez! Como si la gente, antes de haber hecho ninguna otra cosa, a lo primero que se hubiera dedicado fuera a prostituirse. El oficio más antiguo del mundo es el de comadrona. Además, esta afirmación pretende sostener que solo porque algo exista desde hace mucho tiempo es automáticamente correcto. Los asesinatos también han existido desde tiempos inmemoriales, pero a nadie se le ocurriría considerar por ello que esta antigua forma de violencia está bien.

3.      Hay que denominar a las mujeres prostituidas “trabajadoras sexuales” 

Renombrar a las prostitutas como trabajadoras del sexo sugiere que son las mujeres las que están estigmatizadas. Pero no son ellas las que tienen que avergonzarse de lo que han vivido. Son víctimas, experimentan la violencia, día tras día. Cuando se habla de "trabajo sexual", se invisibiliza esta violencia. Incluso les estás diciendo con ello a estas mujeres que en realidad no les ha pasado nada malo. Decir "trabajadora del sexo" no es respetuoso sino, por el contrario, una falta de respeto. 

4.      Hay una “buena” prostitución

La cosa no va de esas prostitutas que salen por televisión aclarando que hicieron su "trabajo" voluntariamente. Declaraciones así no vienen a suplir la necesidad de que la sociedad en su conjunto se enfrente a los efectos de la prostitución. La cuestión es que ningún putero puede saber si la mujer que está comprando es una prostituta víctima de trata o no. No se puede saber con sólo mirarla.

Todo hombre que va a un prostíbulo tiene que asumir que puede tener relaciones sexuales con una prostituta forzada y que, por tanto, va a violar a una mujer. Suena aterrador, pero es así. El dinero no cambia nada. No importa si esta sexualidad monetarizada tiene lugar en los márgenes de una calle o en el piso de una prostituta de lujo. De hecho, la violencia es aún más habitual en los burdeles en pisos.

5.      La puta feliz

Es llamativo cómo mucha gente sólo escucha las voces de quienes, supuestamente, trabajan en la prostitución de forma voluntaria, pero nunca las de quienes cuentan la experiencia opuesta. Con ello, vejan a las mujeres que cuentan sus experiencias de violencia, revictimizándolas. Detrás de esto se esconde una terrible ignorancia y un férreo mecanismo de negación de una realidad que es difícil de aceptar. Es mucho más fácil decir: si las mujeres rumanas quieren venderse en nuestro país por un paquete de cigarrillos, no hay que negarles esa libertad.

6.      Los puteros solo quieren charlar

Esto lo viví una sola vez. Aunque sí es cierto que los puteros hablan mucho, porque los prostíbulos no van solo de poder y sexo. También se trata de la puesta en escena de la masculinidad tóxica que esos lugares contribuyen a reforzar. Los puteros hablan sobre todo de sus esposas supuestamente mojigatas. Por supuesto, las prostitutas no dicen lo que piensan: No me sorprende que tu mujer no quiera acostarse contigo, después de lo que acabas de hacer conmigo en la cama.  

7.      La prostitución contribuye al empoderamiento de la mujer

Más bien es todo lo contrario: la prostitución es un pilar del patriarcado. Nos dice bastante sobre el grado de igualdad en un país, afianza el statu quo. Tiene el mismo efecto que tuvo la esclavitud en su día en EEUU: incluso los blancos que no tenían esclavos sabían que podían comprarlos en cualquier momento. Ser consciente de esta distribución del poder determina nuestra manera de pensar. La prostitución también cimenta el racismo. Se mercantiliza a las mujeres sin escrúpulos en función de su origen: la tailandesa sumisa, la latina fogosa, la negra promiscua. 

8.      El modelo nórdico prohíbe la prostitución 

¡En absoluto! La prohibición de la prostitución significa que se castiga a la persona que se prostituye. El modelo nórdico, por el contrario, sólo criminaliza a los puteros. En Suecia, tras 30 años de investigación, se llegó en 1999 a una conclusión: nos ponemos del lado de las víctimas porque las prostitutas sufren violencia sexual. Esto es coherente, porque el #MeToo no sirve para nada si no conseguimos extender la idea básica del consentimiento sexual a todos los ámbitos. 

9.      El modelo nórdico condena a la prostitución a la clandestinidad

Tal "clandestinidad" no existe. El hecho de que prostitutas y puteros tengan que encontrarse, implica que la policía también sepa dónde tiene lugar este contacto. Desde la introducción del modelo mórdico, ni una sola prostituta ha sido asesinada por un "cliente" en Suecia; en el mismo periodo, Alemania ha registrado más de 100 prostitutas asesinadas. ¿Dónde crees que se trata a las mujeres con más violencia? ¿Donde se prohíbe su compra o donde el "todo incluido" está al alcance de la mano? 

10. La regulación ayuda a las prostitutas

En ningún país las prostitutas se han beneficiado de la legalización. Ni siquiera pueden abandonar los llamados prostíbulos legales, sin ser penalizadas con el pago de una cuota. Y los puteros, como "clientes", interiorizan la actitud de que tienen derecho al servicio. En Alemania, puteros menores de edad han llegado a llamar a la policía porque pensaban que la prostituta no les prestaba el servicio que exigían. Ya adolescentes lo que aprenden es que tienen derecho a ir al burdel y exigirles a las mujeres lo que sea, aunque a estas les cause dolor. 

11. Una sociedad avanzada tolera la prostitución

El sexo en un prostíbulo es en cierto modo mojigato, como en la época victoriana: abre las piernas y por Inglaterra. El hombre cree que tiene derecho a sexo y la mujer para él no es más que una muñeca de goma que se pliega a sus deseos. No sé quien en su sano juicio puede suponer que eso sea avanzado. 

12.  La prostitución no me incumbe 

La prostitución nos concierne a todas y todos. Tenemos que lidiar con los puteros cada día, porque están en todas partes, y trasladan a la sociedad el racismo y la masculinidad tóxica que reproducen en el prostíbulo. Cuando me preguntan cuál es mi imagen de los hombres, respondo: una imagen realista. Sé cosas sobre los hombres que las mujeres que no se prostituyen nunca podrían llegar a imaginar. Y nunca lograré desprenderme de este aprendizaje.

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Bettina Weber es autora del SonntagsZeitung y escribe sobre temas sociopolíticos.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Dolor y gloria: viaje descarnado por las emociones


En Suiza ir al cine es un lujo al que los que nos movemos justitos a final de mes debemos, lamentablemente, renunciar. Si vas a ver una película al cine te lo tienes que pensar bien, elegir con tino, ser muy selectivo, porque es un desembolso lo suficientemente notable como para no ir al tuntún. Pero yo voy a acudir dos veces al cine en el plazo de una semana para ver la misma película. Prefiero renunciar a cualquier otra cosita pero darme el inmenso placer de volver a disfrutar de Dolor y gloria en pantalla grande.
Me apetecía la historia. Gente de la que me fío me había hablado muy bien de la película. El argumento me parecía sugerente. El tráiler una delicia. Los actores y actrices (con mis dudas respecto a Banderas) de primera. Me gustan en general las películas de Almodóvar (con algunas flagrantes excepciones) y adoro en particular Todo sobre mi madre y Volver. Pese a ello también temía, leída la sinopsis, que la película fuese a regodearse en exceso en la magna obra de un cineasta reconocido. Que el hilo conductor fuese la remembranza de una sucesión de películas de éxito. Me barruntaba un cierto ejercicio de autocomplacencia. Pero no. Esta maravillosa película va de otra cosa. De una mucho mejor y más universal: de lo más íntimo, de emociones, sentimientos, miedos y culpa.
La filmoteca y la referencia no velada a La ley del deseo, la película que lanzó a la fama a Almodóvar de quien Salvador Mallo, protagonista de Dolor y gloria, es un alter ego que no quiere ni necesita disimular esa condición, no es más que la excusa que desencadena el ajuste de cuentas con su pasado que el personaje encarnado por Antonio Banderas emprende. La estética psicodélica de la poesía en prosa que describe la geografía de la enfermedad y el toque de humor surrealista de Julián López en la platea de la filmoteca, junto con la decoración del piso de Salvador, son quizás los únicos guiños de la película a ese universo estético tan reconocible de Almodóvar. A partir de ahí todo es emoción. Y más dolor que gloria.
Salvador se pone al día con su pasado y nos implica a todos en ese viaje. La película es una declaración de amor, dolor y agradecimiento. Almodóvar, quien tanto se benefició de ser icono de la Movida madrileña en su interpretación más superficial y más acrítica, da un manotazo en la mesa para recordarnos, al fin, que no era oro todo lo que relucía y que un Madrid arrollador que cabalgaba a lomos del caballo asesino se llevó por el sumidero el futuro de muchos. Gracias, Asier Etxeandía, por ese monólogo estremecedor. Nos enfrenta, como nunca, al amor, a su pérdida, a la renuncia, a la necesidad de saber decir adiós, en esa conversación tan hermosa y nostálgica con Leonardo Sbaraglia. Y también nos pone ante el espejo del deseo, y a su descubrimiento, reflejados en uno de los desnudos mejor rodados y más cargados de significado que he visto en mi vida. Recorremos con Salvador, descarnadamente, la relación que tenemos con el dolor: el que nos causa la enfermedad real y la imaginada, en un honesto reconocimiento de la hipocondría como elemento bloqueador. En Dolor y gloria también hay generosidad, egoísmo, agradecimiento, lealtad. Y hay una de las declaraciones de amor más bellas hacia una madre, sino la que más, que vais a poder ver nunca: a través de tres miradas (la del pequeñísimo Salvador a la madre que canta al borde de un río manchego, la del niño Salvador a la madre que cose en la semioscuridad de una cueva de Paterna y la del Salvador maduro a una madre que al fin de sus días, en una terraza de Madrid, le revela todo lo que quedó pendiente entre ellos) y a través de la conciencia dolorosa de que no canalizó bien ese amor y que tenía la necesidad de gritárselo a través de esta película. Y nos duele con él, con Salvador, con Pedro, ese grito a destiempo a todas las madres que ya se han ido. Lo rememoro y se me anuda la garganta.
Y todo este caudal de sentimientos está muy bien contado. Primero y ante todo por los intérpretes. Antonio Banderas rompe mis prejuicios y está magistral. En su ternura. En su decadencia. En su dolor. Incluso cuando a veces ves en su Salvador los movimientos y la manera de hablar de Pedro Almodóvar, nunca llega a atravesar la fina línea de la caricatura. Pero sería injusto no reconocer a todos y cada uno de los demás actores y actrices de la película. Que Asier Etxeandía, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano o Penélope Cruz estén magníficos tampoco nos va a sorprender a estas alturas. Pero es que no hay ni una sola fisura en el casting, obra de la siempre acertada Yolanda Serrano: la contención de Nora Navas, la perplejidad de César Vicente, la socarronería de Pedro Casablanc…y esos dos niños deliciosos. La historia está también muy bien narrada a través de la fotografía y la luz, del maestro José Luis Alcaine. El contraste entre un espacio cerrado, abigarrado, lleno de color pero oscuro y un espacio abierto, austero, monocolor pero intensamente luminoso nos dicen mucho más sobre la infancia modesta pero relativamente feliz y la madurez cargada de glorias pero también de dolor que 20 páginas de texto. De la música ya ni comento nada, porque nadie entendería ya las mejores películas de Almodóvar sin que Alberto Iglesias les regalase la banda sonora (enlace a la BSO en Spotify).
De verdad, si no lo habéis logrado aún, haceos ese favor e id al cine a saborear Dolor y gloria. A llorar en silencio. A emocionaros. A que se os haga un nudo en la garganta al rememorar las escenas aún pasadas las horas (o los días) de haberla visto.
Gracias por regalarnos momentos así.



viernes, 24 de mayo de 2019

El 26M o lo importante

Que tu ayuntamiento decida ceder gratuitamente el terreno más grande y más céntrico a un colegio del Opus Dei que segrega por sexos y discrimina a maestras divorciadas, en lugar de a un centro público, importa.

Que en tu comunidad un consejero de sanidad criminalice a los responsables de las unidades de paliativos y condene con ello a cientos de pacientes terminales a morir en el dolor, importa.
Que la Unión Europea “rebote” refugiados a países que no cumplen los parámetros básicos en derechos humanos para no afrontar los retos de los movimientos migratorios, importa.
Que se tomen decisiones determinantes para reducir (o no) la polución causada por vehículos diésel contaminantes, cuyas emisiones de dióxido de nitrógeno causan más de 6.000 muertes evitables al año en España, importa.
Que haya miles de personas con una prestación por dependencia reconocida que no la cobran por estar en la lista de espera de su comunidad autónoma, importa.
Que políticas liberales despiadadas obliguen a estados miembros a actuar en perjuicio de los ciudadanos más vulnerables mientras se acrecienta la brecha norte/sur, importa.
Que tu ayuntamiento malvenda viviendas sociales a fondos-buitre y te suban salvajemente el alquiler que pagabas mes a mes, importa. Y mucho.
Que tu comunidad no dote de medios suficientes y dignos a los colegios, los hospitales o los centros de día, importa. Y mucho.
Que las instituciones de la UE decidan sobre cuál debe ser el presupuesto destinado a proyectos de investigación y becas educativas, importa. Y mucho.
Que las ciudades sean habitables, que no se vacíen los centros de vida a favor del turismo pasajero, que funcionen los transportes públicos, que no cierren las escuelas de música, que se creen espacios de esparcimiento para jóvenes y mayores, que se construya vivienda pública, que se cuiden las zonas verdes, que se tengan en cuenta las necesidades específicas de cada barrio, que se habiliten comedores escolares en verano, que el código postal no determine tus expectativas vitales…ES MUY IMPORTANTE. Y para eso le otorgas un mandato a los miembros de las corporaciones municipales.

Que se facilite que la educación pública y de calidad siga siendo el mejor y más justo ascensor social, que funcionen de forma segura y efectiva los servicios de atención a las víctimas de violencia machista, que una correcta implantación de la ley de la dependencia contribuya a dotar de dignidad y autonomía a las personas, que no se deriven pacientes de la sanidad pública a los centros privados, que se protejan los espacios naturales y se racionalice la gestión de residuos, que se cree una red de transporte público que cohesione el territorio, que se facilite el acceso a la atención primaria de manera homogénea, que se fomente la cultura… ES MUY IMPORTANTE. Y para eso decides quiénes son las diputadas y diputados que componen el parlamento de tu comunidad autónoma.

Que Europa siga siendo un espacio convivencia en libertad e igualdad, que se controle la seguridad para la salud de los alimentos y medicamentos que consumimos, que se concedan becas de estudios que permitan la movilidad de los jóvenes, que se pongan límites a las emisiones contaminantes y se potencie el uso de energías limpias y renovables, que se garanticen los derechos humanos por encima de cualquier otra consideración, que el déficit público sea o no determinante para que los estados puedan seguir invirtiendo en políticas públicas, que se pongan o no límites a los grupos de presión, que el feminismo y el ecologismo se constituyan como pilares fundamentales en la construcción europea… ES MUY IMPORTANTE. Y para eso eliges quienes son tus representantes en el Parlamento Europeo.
Así que… ¿de verdad sigues pensando que las elecciones del domingo 26 de mayo “son de segunda”? ¿De verdad crees que ya cumpliste con tus obligaciones ciudadanas votando (y estuvo muy bien, eh…) el 28 de abril? ¿De verdad te vas a quedar en casa sin votar mientras otros deciden por ti cómo va a ser tu vida durante los próximos cuatro o cinco años (y más allá)? 
¿De verdad? ¿No? Ah, vale, pues entonces VOTA. Nos jugamos todo lo importante. Nos jugamos nuestro futuro y, sobre todo, el de nuestras hijas e hijos. Vota en las municipales, en las autonómicas y en las europeas. Vota con información. Vota con espíritu crítico. Vota con responsabilidad. 











lunes, 22 de abril de 2019

No votar NO es una opción

La tormenta ha tumbado un árbol que ha caído a plomo a 15 metros de donde paseas. Acababas de pasar por ese sendero hacía apenas un minuto, esos 60 segundos que no empleaste en pararte a hacer una foto porque te habías quedado sin batería. Perdiste el tren aquella mañana de marzo porque tuviste que volver sobre tus pasos. Habías olvidado los planos que tenías que presentar en la reunión. Ibas tan distraída leyendo que te subiste sin mirar al primer autobús que llegó a la parada. En aquel 27 que no sabías donde te llevaba viajaba también Ana. Mañana os casáis.

A veces pequeñas decisiones, cuyas consecuencias no podríamos nunca prever, cambian de manera determinante nuestras vidas. Para bien o para mal. Una fina línea que cruzamos sin saber lo que nos espera al otro lado, una acción ajena a nuestra voluntad, a nuestra responsabilidad y a nuestra conciencia.
Pero votar, un acto que en puridad apenas ocupa 5 minutos de una mañana de domingo, es otra cosa. Ahí sí somos responsables, ahí sí ejercemos una toma de decisión consciente. Ahí sí sabemos (o al menos intuimos con mucha certeza) a donde nos lleva el introducir una u otra papeleta en el sobre. Como también deberíamos saber muy bien a estas alturas que no hacerlo, no votar, quedarse en casa ese domingo por pereza, por indolencia, por enfado, por la excusa que nos queramos poner, no nos va a salir gratis.
Escribo hoy esto, a una semana de que sepamos el resultado de las próximas elecciones generales, pensando en el votante de izquierdas. Pero también pensando en las mujeres, en los migrantes, en los pensionistas, en las trabajadoras precarias, en los parados, en las enfermas terminales, en los niños y niñas de familias empobrecidas, en las víctimas de agresiones sexuales y de trata de blancas, en los homosexuales, en la falsa autónoma, en el trabajador del campo, en los bebés que están naciendo en España en este mismo instante. Nunca en los últimos 40 años una distancia tan corta había separado dos modelos de país tan radicalmente opuestos. Nunca habíamos estado tan cerca de poder mejorar las vidas de todas esas personas en las que estoy pensando y, a la vez, tan terriblemente próximos a retroceder en derechos y libertades para todas ellas de una manera inédita en nuestra democracia. Nunca nos habíamos enfrentado a una derecha tan rancia, tan retrógrada, tan burda, tan bronca y, lo que la hace más peligrosa y similar a procesos análogos como los vistos con Trump, Bolsonaro o Salvini, tan carente del freno con el que la sensatez y la prudencia atemperan las posiciones de los partidos conservadores democráticos y moderados. Nunca nos habíamos enfrentado como este 28 abril a la posibilidad de que retrocedan las manillas del reloj en espacios donde dábamos el progreso por conquistado. Por eso nunca ha sido tan necesaria la movilización de los votantes progresistas como ahora. 
Todas conocemos al ciudadano desinformado, manipulable, poco consciente del valor de su voto. Todos tenemos una compañera de trabajo, un cliente, una cuñada, un tendero, una amiga que se encoge de hombros, que dice pasar de la política o te repite el “todos son iguales” para a renglón seguido comentarte lo que le ha escuchado al tertuliano de turno o reenviarte por whatsapp el último bulo que le ha llegado. A poco que rasques, ese votante acrítico es incapaz de sostener argumentalmente las causas por las que va a votar a uno u otro partido. Y muchas veces ese es también el indeciso, que tanto dolor de cabeza está causando a sociólogos y politólogos porque es un factor impredecible. Para que los ciudadanos asuman que la sociedad en la que vivimos nos necesita participativos, críticos, conscientes y maduros, se necesita aún mucha pedagogía democrática. Y tiempo. Podemos poner nuestro granito de arena en nuestro entorno, educando a nuestras hijas e hijos, hablando sosegadamente con nuestros amigos, parando en seco la distribución de noticias falsas. Pero es una labor ardua y a largo plazo.
Hoy en cambio pienso más y de manera urgente en la movilización del abstencionista de izquierdas que, para nuestra desgracia, no es ningún animal mitológico. Los comicios celebrados hasta la fecha siempre han confirmado que la abstención beneficia a los partidos conservadores, lo que se ha justificado siempre partiendo de la premisa de que el votante de izquierdas es más crítico “con los suyos” y expresa su desafección no acudiendo a las urnas. Esa explicación tranquilizará a muchos, pero siempre me ha parecido indefendible, especialmente en un país donde un golpe de estado, una guerra cruenta y una larga dictadura fascista condenaron a su población al silencio político. Votar es una obligación democrática, se lo debemos a nuestros abuelos y abuelas, a quienes murieron en las cárceles sin poder volver a empuñar nunca la única arma a la que deberíamos aspirar, el voto. Se lo debemos a la oposición democrática y al exilio, muchos de ellos adscritos a formaciones de izquierda. Y nos lo debemos a nosotros y a nuestra decencia como ciudadanos y ciudadanas libres.
Pero es que, además, este 28 de abril, no votar es de irresponsables. De egoístas. De estúpidos. Perdonad la crudeza, pero no concibo que nadie progresista con derecho a voto y posibilidad de ejercerlo, no acuda a votar este domingo. 
No lo podrán hacer muchas y muchos emigrantes a los que la papeleta no les llegará a tiempo por culpa del maldito voto rogado. No podrán hacerlo muchas y muchos jóvenes conscientes e informados, que han llenado las calles el 8 de marzo o los viernes por el clima y que aún, lamentablemente, no alcanzan la edad mínima para votar a pesar de que nos estamos jugando muy especialmente su futuro. No podrán votar las 47 mujeres reconocidas como víctimas mortales de violencia machista en el 2018. 
Pero tú, que te declaras de izquierdas, no tienes ni una sola razón para no ir a votar este domingo. 
¿Que te indigna que el Open Arms esté atracado mientras mueren seres humanos en el Mediterráneo? Por supuesto, es inadmisible ¿Que te irrita que las luchas de egos hayan hecho peligrar una formación política ilusionante que había canalizado la indignación del 15M? Es para resucitar a nuestra Sole de 7 vidas y propinarles las collejas en estéreo. ¿Que a veces no reconoces en el batiburrillo de las luchas identitarias la lucha obrera que había definido siempre a los partidos de izquierda? Pues nos sentamos, lo analizamos con calma, que aquí hay mucho que debatir, y vemos hacia dónde tiene que ir la izquierda del futuro ¿Que eres anticapitalista y te parece que el PSOE es cobarde y liberal en lo económico? Ya se encargará Unidas Podemos de hacerle avanzar en medidas económicas más valientes ¿Que eres un socialdemócrata clásico y algunas de las propuestas de Unidas Podemos te parecen poco realistas? Ya se encargará el PSOE de modular algunos de los puntos más polémicos. ¿Que defiendes la unidad de España en un sistema federal? ¿O eres en cambio partidaria de que se celebren referéndums donde se consulte sobre el modelo territorial? Bueno, pues a cualquiera de las dos soluciones solo se puede llegar contemporizando y dialogando, que es lo que proponen, son sus matices diferenciados, PSOE y Unidas Podemos. Intenta en cambio contestarte a cualquiera de esas dudas que te planteas imaginándote a un Pablo Casado presidente con el apoyo de un Ciudadanos desnortado y de la extrema derecha salvaje de Vox. A ver cómo se te queda el cuerpo y de qué nos han servido tantos remilgos. 
Así que, por favor, vota. Con entusiasmo o con la nariz tapada. A PSOE o a Unidas Podemos. Pero el domingo 28 de abril, vota. Y no solo porque si no lo haces luego no vas a tener ninguna autoridad moral para quejarte cuando penalicen (más) el derecho de huelga, privaticen los servicios públicos, vacíen la caja de las pensiones, te obliguen a parir cuando no quieres o a malvivir cuando quieres morir. No, no solo es eso. Es que no votando no te haces daño solo tú (allá cada cual) sino que nos arruinas el futuro a los demás. Y eso es mucha responsabilidad solo por una rabieta (más o menos justificada, eso no te lo discuto) nacida de la desafección o de la observación estricta de la pureza ideológica. 
Necesitamos generosidad y luces largas. Ya conquistaremos, poco a poco, el cielo. A día de hoy lo urgente es que dentro de una semana no hayamos bajado a los infiernos.


martes, 13 de marzo de 2018

Ser bueno, ser buena

Cuando los profesores de español explicamos los diferentes usos de “ser” y “estar” con adjetivos (algo sin equivalente en casi ningún idioma) llegamos a un capítulo muy divertido que es el de los calificativos que cambian de significado según el verbo que lo acompañe (ya se sabe que la “paella está rica” pero “Bill Gates es rico, muy rico”). Y llegamos a ”bueno”. Con la comida lo tenemos claro: un plato de espinacas bajo en sal es buenísimo para aumentar la ferritina pero lo que está realmente buena es una generosa ración de patatas bravas. ¿Y cuándo hablamos de personas? Entonces les aclaro el tipo de malentendidos surrealistas/divertidos que se pueden generar si decimos que nuestro suegro está muy bueno. Pero en cambio, aclaro, comentar  que alguien es muy bueno, es lo mas positivo que se le puede decir. Ser buena persona es algo deseable, admirable, apreciado... ¿seguro? A veces parece que no, que corren malos tiempos para la buena gente.

Aunque desde hace un par de días  procuro asomarme poco a las redes sociales, y muy especialmente a Twitter, que hay momentos en que se vuelve inhabitable, anoche lo consulté brevemente. Brevemente porque me estomagó, por ejemplo, el acoso y derribo a Ignacio Escolar por su acertado análisis de los resortes oscuros del odio. Pero aún más pasmo me produjeron algunas de las reacciones a las palabras de Patricia  Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, el pobre peque almeriense de 8 años al que la maldad más incomprensible le ha arrebatado la vida. Y precisamente en contrajste con esa maldad, admiran más aún la dignidad y la sensatez de alguien cuyo dolor ni alcanzamos a imaginar pero con la claridad suficiente para pedir que no imperen la rabia y el rencor. Pues frente a eso, aún ha habido quien se cree con derecho a sufrir más que una madre a la que le han asesinado el hijo o a aventurar que tamaño desatino solo puede ser efecto de los sedantes ¿Cómo alguien en su sano juicio, claman los portavoces del odio, no va a pedir venganza a gritos? Ese exceso de bondad, aseguran, no puede ser bueno.

Hacía poco otra reacción virulenta, ante algo esta vez infinitamente menos doloroso, ya me había hecho cuestionarme de donde sale esa “mala gente que camina” (robándole el título a Benjamin Prado). Dani Mateo escribió un tuit que le valió un sinfín de burlas, insultos e improperios ¿Por qué? ¿Qué barbaridad había dicho este cómico? ¿Acaso algo de todos conocido como que la cruz del Valle de los Caídos es fea a morir (y hortera y megalómana y un insulto a la memoria de las víctimas de su dictadura...)? Pues no: escribió algo que de tan obvio no debería ser necesario recordarlo:



¡El acabóse! ¿Cómo se puede ser tan tonto  como para valorar la bondad en alguien que ostenta responsabilidades públicas? ¿De qué va a servir la empatía y la sensibilidad a la hora de legislar? ¿Acaso la ambición, el cinismo y el desprecio por los ciudadanos no son cualidades deseables en un político? Bondad. Buah. Paparruchas.

Y es que ahora ser bueno es de “buenistas”, uno de los neoinsultos favoritos (junto a feminazis) de la caverna mediática y social. Pedir que Europa asuma sus insoslayables deberes democráticos y éticos y acoja a los solicitantes de asilo que huyen contra su voluntad de guerras, persecuciones y violencia sexual es buenismo (salvo que Ana Pastor y el Gran Wyoming estén por la labor de acogerlos en sus casas). Recordar que ser musulmán no te convierte automáticamente en terrorista (de la misma manera que uno no era sospechoso de etarra por ser católico) es buenismo. Escandalizarse porque el presidente de una superpotencia proponga armar a los maestros y maestras (y no precisamente de bibliotecas bien repletas y laboratorios bien dotados) para, paradójicamente, acabar con la violencia es buenismo. Y así todo el rato. Mucho mejor que yo lo contaba Elvira Lindo en esta columna hace un año.

Y por si nos faltaba poco, la RAE nos regalaba el 20 de diciembre esta nueva entrada en su diccionario:



La definición de la Real Academia nos podría parecer, siendo generosos, chusca. Pero no nos debería de extrañar si tenemos presente que alguno de los sillones de la institución que vela por nuestra lengua los ocupan intelectuales que gustan de presumir de muy malotes (y muy machotes). Véanse por ejemplo los sillones i y S. Qué menos, entonces, que decir que uno se puede pasar de tolerante...

¿En qué momento ser bueno se convirtió en objeto de desprecio? ¿Cuándo se decidió que el cinismo sea un valor en alza? Sería tremendamente triste que ese discurso acabase siendo hegemónico.

Pese a ello, pese al ruido que hacen y el eco que encuentra los que desprecian la bondad, prefiero pensar, como Rozalen, que “el mundo está lleno de mujeres y hombres buenos”. Quedémonos, como dice Patrícia, con eso. Pero no nos despistemos, no vaya a ser que nos convenzan poco a poco de que ser bueno es de tontos.

Dedicado a Gabriel Cruz, cuya carita nunca deberíamos haber conocido, y a todos los pececillos  que se ahogan en la sepultura del Mediterráneo sin que conozcamos ni sus caras ni sus nombres. Porque ninguna niña ni ningún niño debería morir cuando esa injusticia es evitable.

 🌻🌻 ROZALÉN - Girasoles 🌻 🌻