miércoles, 20 de mayo de 2015

A LUCHAR CONTRA LA DESIGUALDAD CON URNAS Y DIENTES (LOS DE NUESTRAS SONRISAS)

La frase “hoy se celebra la fiesta de la democracia” en jornada electoral se ha convertido en un lugar común tan manido que puede competir en cursilería con “marco incomparable”. Sin embargo, si nos pudiésemos abstraer del tópico y nos parásemos a analizar el significado de estas palabras, tendríamos que suscribirlas. En primer lugar, por respeto. Si todavía no hemos degenerado en seres desmemoriados y desagradecidos, no podemos echar al olvido la lucha de miles de españoles y españolas por recuperar una democracia robada tras un golpe de estado (sí, ese golpe de estado que Esperanza Aguirre niega) y una sangrienta guerra civil que dio paso a 40 años de dictadura fascista, falta de libertades, represión y cercenamiento del ser cívico, con consecuencias aún hoy visibles. Nadie podía celebrar esa fiesta de la democracia que es votar en libertad, todo lo más se metía una papeleta en una urna de una pantomima de referéndum. En ese tiempo oscuro hubo además una minoría de mujeres y hombres dignos que iba más allá en su lucha por los derechos de todos y en la que se jugaron la libertad, la carrera, la tranquilidad o, directamente, la vida. Por todos aquellos luchadores, por nuestros padres, que vivieron con emoción la vuelta de la democracia, y por los que se dejaron la piel en defenderla cuando pendía de un hilo, como aquellos jóvenes abogados laboralistas, compañeros de despacho de Manuela, a los que en una tarde helada la ignominia fascista les segó la vida: por todos ellos, yo nunca he dejado de votar ni dejaré de hacerlo. Ningún cabreo, ninguna decepción, ninguna falta de expectativas me va a hacer desistir de ejercer un derecho y una obligación de ciudadana y demócrata.

 (Nota 1: al menos, intentaré ejercer ese derecho. A pesar de las trabas que se nos ponen a los ciudadanos y ciudadanas que vivimos fuera de España, a pesar de que nos hagan “rogar” el voto dentro de plazos exiguos, a pesar de que nos hayan hurtado el derecho a votar en las elecciones municipales, a pesar de que se empeñen en ignorar, a no ser que esa fuese la intención real de los legisladores, que han hecho colapsar la participación de los cientos de miles españoles emigrados hasta cifras que nos hacen irrelevantes. Nadie os informará mejor que Marea Granate de este expolio).

Pero no solo el respeto por la memoria histórica me impulsa a participar en las elecciones. Votar es comprometerse, votar es elegir, votar es acertar o equivocarse pero siendo adulto y responsable. Ni todos son iguales ni es lícito escudarse en el desinterés por la política para luego pedir cuentas. Como tampoco es suficiente votar, claro. No vale tampoco acudir dócilmente a depositar una papeleta en una urna cada cuatro años y luego confundirse discretamente en la grisura cobarde de la mayoría silenciosa a la que siempre se aferran los políticos mediocres cuando el miedo les inunda al escuchar que hay vida inteligente que les grita y les apela desde las plazas, desde los medios de comunicación independientes, desde las gargantas de los trabajadores en huelga, desde las tablas de un teatro.

Todo y todos somos política y estoy convencida de que ser conscientes de ello es de lo poco bueno que nos ha pasado en los últimos años. La crisis ha cumplido su perversa función: ha cimentado los privilegios de las élites económicas, ha incrementado las desigualdades de forma escandalosa en los países “desarrollados” mientras estrangula cualquier esperanza de progresar en derechos y dignidad en las regiones explotadas por el capitalismo salvaje y ha confirmado a los que manejan los hilos de la economía global lo que ya sabían: que las instituciones actuales (y no hablo solo de España) son meros títeres que se aplican en cumplir órdenes, prostituyendo su función de servidores públicos. Además, generar una crisis de esta magnitud debía servir para frenar las ínfulas de esa incipiente clase media, que se había creído lo del fin de las clases y de las ideologías a golpe de crédito, colegio de medio pago y desdén hacia el compromiso público, pero que al mismo tiempo empezaba a incomodar a las élites. Lo había advertido ya Rubén Bertomeu en los primeros 20 segundos de “Crematorio”, esa serie inmensa que se inspiró en la novela de Chirbes y que se nos queda sin embargo corta a cada escucha que desvelan los medios de comunicación. “Los ricos nunca pueden ser demasiados, Traian. Si muchos tienen mucho dinero, el dinero pierde valor y ya no es útil”, afirmaba Bertomeu. Le faltó ser un poco más explícito y añadir: démosles un escarmiento a esos mindundis que osan mandar a sus hijos a la universidad y salir de vacaciones como si fueran alguien y que se la peguen de bruces contra la realidad. Con lo que probablemente no contaban los Bertomeus de turno que pueblan consejos de administración, coleguean con políticos babosos y envían a sus lobistas profesionales a marcar la agenda de los parlamentos es que al tensar tanto la cuerda iban a acabar rompiéndola hasta conseguir que una parte de esa masa desideologizada a base de consumismo se haya repolitizado como fruto de la indignación. Por una vez, un “daño colateral” que aterra a los poderosos. Que esto sea flor de un día o la base de una ciudadanía más consciente y decidida a sostener con firmeza el timón de su futuro ya sólo depende de todos y cada uno de nosotros y de que no nos dejemos embaucar.

Y aquí es donde volvemos a la “fiesta de la democracia”. Construimos democracia y hacemos política a través de la movilización social, del arte comprometido, de la prensa crítica, de la educación en valores (y no en baremos de informes de la OCDE), a través de la solidaridad y del compromiso diario. Pero siempre nos encontraremos como ciudadanos y ciudadanas un techo de cristal que hará vanos nuestros esfuerzos (y de eso las mujeres sabemos mucho) si este domingo, y todos los que podamos, no llenamos las urnas de papeletas en las que depositemos nuestra confianza (y nuestra exigencia) en un proyecto político, en el proyecto que creamos que puede conducirnos a la sociedad a la que aspiramos y que a la vez sea el que más voz dé a los ciudadanos. Un proyecto al que no nos limitaremos a regalar nuestro voto para luego, una vez delegada toda responsabilidad, esperar a ver: seremos críticos, exigentes, vigilantes y nada complacientes con aquellos que tienen la responsabilidad y la obligación de representarnos a todos y a todas.

Pero nunca, nunca, nos quedemos en el sofá de casa sin votar. Eso, ahora más que nunca, sería una inmensa irresponsabilidad.

(Nota 2: Y si de verdad alguien se empeña en abstenerse, siempre le queda la opción de contactar con uno de los miles de votantes en el extranjero a los que no les han llegado sus papeletas o con todos los que hemos podido votar en las autonómicas pero no en las municipales, para votar en nuestro nombre…)

Sé que ahora lo “políticamente correcto” sería no pedir el voto para nadie y afirmar que cada uno de nosotros, bien informados y muy conscientes de lo importante que son las consecuencias del acto de votar, sabrá o creerá saber lo que es mejor. Y es así, estoy segura de que son varios los proyectos políticos dignos e inspiradores que merecen la confianza y el apoyo de los votantes. De la misma manera que también estoy convencida de que otros son objetivamente destructivos para nuestro futuro: dejando aparte los ridículos partidos de la extrema derecha xenófoba que ni me molesto en nombrar porque no se lo merecen, tenemos que impedir que el PP continúe degenerando la democracia, allanando los derechos ciudadanos y robándonos el futuro (algo, por cierto, difícil si se vota a sus aliados naturales, aunque se les haga pasar por el nuevo partido de moda): O dicho en lenguaje Netflix: Orange is the new blue.

Pero, si me lo permitís, voy a pedir el voto. No me caracterizo por no significarme públicamente en el compromiso político. Si algún día algún potencial jefe decide rastrear mis perfiles sociales y no es muy proclive a tener en plantilla a rojas impenitentes, mi CV acabará archivado en una papelera. Como eso lo tengo asumido, también me voy a permitir, en consecuencia, el lujo de hacer mi propuesta. Sueño con un cambio ilusionante en toda España, en Valencia, que lo necesita como nadie; en Barcelona; en tierras a las que por diversos motivos quiero mucho, como Galicia, Asturias, Euskadi o Extremadura. Pero el voto lo voy a pedir para mi tierra, la que me vio nacer y crecer, la que quiero y añoro. Y creo, parafraseando un magnífico post de David Martínez Pradales, que para Madrid “no es poco una mirada limpia, (…) no es poco una sonrisa franca, (…) no es poco un balbuceo de inseguridad, fruto de la reflexión, (…) no es poco una arruga en la piel, (…) no es poco no causar la misma vergüenza ajena e indignación”. David escribía esto en referencia a Manuela Carmena, Ángel Gabilondo y Luis García Montero. Y no puedo estar más de acuerdo.

Mi voto en las elecciones autonómicas ha sido para IU, para que un poeta traiga el verso de la izquierda a una tierra arrasada por la voracidad y la falta de escrúpulos de la derecha ultraliberal. Espero que muchos más votos apoyen el proyecto honesto, necesario e ilusionante de Luis García Montero. IU es ahora imprescindible como nunca, desde una izquierda consciente de que lo es y un compromiso avalado por años de lucha (no sin sombras, ya lo sé). No soy una ingenua y sé que son escasísimas las posibilidades de que Luis sea el próximo presidente de Madrid. Así que sueño con que al menos, y no es poco, tras el 24M el gobierno de mi tierra lo compartan un filósofo tranquilo, un trabajador social con la calle aún pegada a la camisa y un poeta comprometido. Y no que esté en manos (por favor, no) de una exgobernadora civil chillona y con un avalado pedigrí represor.

Mi voto en las elecciones municipales no ha podido ir, lamentablemente, para nadie, porque la reforma de la ley electoral aprobada con los votos de PSOE, PP y CiU en 2011 nos ha quitado ese derecho a los españoles residentes en el extranjero. Pero os pido que el domingo vayáis a votar masivamente para que Manuela Carmena, de Ahora Madrid, sea la próxima alcaldesa de la capital. Primero porque estamos ante una candidatura ciudadana de unidad nacida de la repolitización de nuestra sociedad. Y, sobre todo, porque tras décadas de megalomanía e ineptitud, Madrid se merece a Manuela. Para que Madrid vuelva a ser una ciudad más luminosa, más habitable, más justa, más humana. Porque quiero una alcaldesa de la que sentirme orgullosa, que destile respeto y cariño, no soberbia y resentimiento. Porque a mí a Manuela me apetecería darle un gran abrazo y sentarme con ella en un bordillo cualquiera de un parque de Madrid a charlar al calor de sus magdalenas caseras sobre los problemas de la ciudad. Por ejemplo, sobre las propuestas para una ciudad ideal que se plantearon en este diálogo sosegado y bien argumentado que nos regaló el pasado domingo A vivir que son dos días. Y en cambio, la mera posibilidad de imaginarme un Madrid en manos de una condesa faltona, elitista y ultraliberal (no, por favor, no) me genera lágrimas de asco, rabia, impotencia y vergüenza. Y yo, creo que como casi todos, prefiero abrazar y reírme a llorar.

Y ahora, a votar, todos. Masivamente, con alegría y responsabilidad. Por todos, también por los que ya no están y por los que vendrán. Porque como muy bien concluye Rosa María Artal en su imprescindible artículo Yo votaría a Atila, “hoy, aún es posible todo”. Y lo que hagamos posible este domingo, este 24 de mayo, determinará todo lo que venga después
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martes, 10 de marzo de 2015

EL MINISTERIO DEL EQUILIBRIO

Podía haber escrito el “ministerio de la perfección”, pero tampoco quiero pasarme de frenada, porque, como siempre me ha dicho mi madre, todo se puede mejorar. Lo que ocurre es que en "El Ministerio del Tiempo" aún estoy buscando lo perfeccionable. Porque es una serie redonda. Desde hace tres semanas recibo una dosis de 70 minutos de todo lo que se puede necesitar para entretenerse encapsulado en un solo envase. El concepto, no voy a negarlo, a mí, que no soy nada aficionada a la ciencia ficción, me tenía un tanto despistada pero estaba dispuesta a probar a apostar por quienes estaban detrás de ella. Si la han hecho los Olivares, pensaba, los responsables de la gran primera temporada de Isabel o de la magnífica (y maltratada) Víctor Ros, había garantías. Me asustó un poco el fenómeno hype previo, porque cuando las expectativas son tan altas, la decepción acecha.

Pero no hubo decepción. En absoluto: todo lo contrario. El MdT aporta todo en su justa medida. Hay humor (la gran sorpresa): humor inteligente, bien dosificado, sin recurrir a lo fácil, sin alargar la gracia, provocando más la sonrisa o la risa breve que la carcajada (no, miento: “servicio de habitaciones”… XDDD). Hay acción: creíble, bien rodada, bien trazada. Hay historia: muy documentada, bien narrada, introducida de manera alejada de toda pretensión. Hay emoción, pero contenida: en cada capítulo hay uno o dos momentos en los que se te empañan los ojos o te recorre un escalofrío sin desatar el llanto. Hay guiños constantes, sutiles e inteligentes a la actualidad y a nuestros referentes culturales más cercanos, pero también se reta al espectador a adentrarse en capítulos de nuestra historia.

Hay una selección de actores que es acertada no, lo siguiente: por primera vez en una serie, no encuentro nadie que desentone. En los protagonistas, la traviesa chulería de barrio de Rodolfo Sancho encaja sin chirriar con la seriedad anticuada que borda Nacho Fresneda y con la inteligencia y el duende que transmite Aura Garrido. El resto de los funcionarios son sencillamente sublimes. Y todo aderezado con episódicos de lujo: ese funcionario Rellán, ese Lope Clavijo, ese Espínola Langa. Un lujo.

Pero además está bien hecha, muy bien hecha. Como siempre destaca el propio Olivares, en España se hacen maravillas con presupuestos exiguos en comparación con las producciones americanas. Y MdT es una muestra incontestable de ello. Soy alérgica al croma, pero aquí los efectos digitales son de tal calidad que pasan desapercibidos y, cuando no es así, no molestan. La iluminación es la apropiada (ay, pobre Diego Velázquez...): gris, a ratos opresora en las dependencias del ministerio; oscura en una taberna de Lisboa del XVI; brillante y luminosa en el claustro de Montserrat. No se abusa de la música, el ritmo es el apropiado (nunca he visto 70 minutos más cortos, llego a dudar si no están jugando también con nuestra concepción del tiempo) y la recreación de ambientes es exquisita (ese interior del tren a Hendaya…). El armazón de esta joya es un guión inmejorable, del que no debemos perdernos ni una coma, porque no hay frases sin significado. Es un guión incompatible con el relleno vacuo de minutos.

Cada episodio es un  regalo. El de ayer nos brindó una reflexión (cuidado, va un spoiler) que supongo que a muchos nos parecía inherente a como se plantea la serie, pero que necesitaba sin duda de un acontecimiento histórico más próximo y, como tal, más doloroso, para quedar planteada. Si alguien dispone de los medios para viajar en el tiempo y corregir acontecimientos pasados: ¿lo ideal es hacerlo para que nada altere la historia o no sería acaso mejor utilizarlo para transformarla y mejorarla? Es una pregunta compleja y creo que yo, personalmente, he tomado postura. Voy a esperar a ver por qué se decantan Amelia y su equipo… La cosa promete.
 
PS 1: Gracias a todos los que la hacéis posible. Y a Pablo Olivares especialmente.

PS 2: Mensaje a TVE: esta es la ficción que espero de una cadena pública. Así que vayan planeando ya la segunda temporada.
 
 

domingo, 22 de febrero de 2015

Nueva y vieja política, nueva y vieja emigración: crónica de la presentación de Marea Granate Zürich

Me cuesta mucho concebir IU sin que convivan en ella la fuerza renovadora de Alberto Garzón y la solidez en la lucha obrera de Cayo Lara, compartiendo ambos valores tan importantes como la coherencia y la honestidad. De la misma manera que me cuesta imaginar un periodismo que merezca la pena llamarse así que no valorase por igual el ímpetu heterodoxo de Jordi Évole y la experiencia de Ramón Lobo. O, por supuesto, como historiadora, pero no solo por ello, no me imagino una política en la que no tengan cabida los movimientos sociales ciudadanos recién surgidos que luchan contra la pérdida de derechos humanos y sociales sin que a la vez se impida que caigan en el olvido los valores cívicos que inspiraron la II República, la lucha antifranquista que acabó con la vida de tantos y tantas en la generación de nuestros abuelos o la mezcla de incertidumbre e ilusión con la que nuestros padres encararon la llegada de la democracia.

En tiempos en que tanto se teoriza sobre la vieja y la nueva política, esa necesidad de superar fracturas generacionales se extiende también a la movilización política y social entre los españoles emigrados. Hace casi un año, a base de observar algunas reacciones y actitudes en la lucha por el derecho a la educación de los hijos e hijas de los españoles en el exterior, llegué a albergar dudas preocupantes respecto a una posible falta de sintonía, al menos en lo formal, entre el asociacionismo asentado desde hace años en los países receptores de inmigración española y los movimientos protagonizados por los recién llegados. Por un lado, las luchas de poder durante décadas de bipartidismo también habían hecho estragos más allá de las fronteras de España. Por otra, la distinta percepción de lo que ocurría en España y, sobre todo, de la movilización social de la última década, podía ocasionar ciertos resquemores, entre otras causas por el mayor peso de los medios de comunicación “clásicos” entre la comunidad de españoles que llevan décadas en otros países. Me preocupó entonces que se produjese un “diálogo de sordos” entre ambas generaciones de emigrantes , lo que podría abocar finalmente a falta de comunicación y, por tanto, de la unidad, tan necesaria siempre y más aún en un colectivo minoritario dentro de los países de acogida, disperso y alejado de los centros de decisión en España.  

Sin embargo, ayer en Zürich muchos de estos temores quedaron disipados y me pegué una alegría política al cuerpo que, personalmente, necesitaba como la lluvia suave en medio de una sequía prolongada -tened en cuenta que soy de Madrid y de izquierdas, creo que no hay que explicar mucho más ;-)

En el Ateneo Popular Español de Zürich se celebró ayer una presentación con coloquio de la Marea Granate de Zürich. La propia celebración  de este acto ya es de por sí una declaración de principios. El Ateneo abrió sus puertas en 1968, en plena eclosión de la gran ola de inmigrantes españoles en Suiza, cuando nadie se podía imaginar la televisión por satélite ni Internet, las llamadas internacionales eran un lujo y los viajes a España, escasos. Un grupo de pioneros llevan casi medio siglo abriendo las puertas de un local acogedor y atestado de libros a actividades sociales, políticas y culturales. Y en ese sótano, tan importante para dos generaciones de españoles en Suiza, cuatro representantes de la llamada “nueva emigración”, Yolanda, Miguel Ángel, Daniel y David, que llevan fuera de España entre dos y nueve años, presentaron ayer Marea Granate, ese joven movimiento social transnacional y fuertemente ligado a la presencia en redes sociales, que lucha por los derechos de los emigrantes españoles pero también porque nuestro país vuelva a ser una democracia plena, donde se respeten los derechos humanos y se priorice la justicia social.

Miguel Ángel Sánchez explicó a quienes abarrotaban la sala del Ateneo cómo habían evolucionado los movimientos sociales en España desde 2003, cómo surgió y se organiza Marea Granate, ya presente en más de 30 ciudades de todo el mundo, y cuáles son sus principales objetivos y preocupaciones. A continuación David García desgranó brillantemente la “Ley Mordaza” (nombre más real que el que le dan sus promotores de “ley de seguridad ciudadana”), haciendo especial hincapié en las consecuencias perversas del paso de muchos delitos actuales a faltas administrativas, punibles con multas que ejercen un dantesco efecto disuasorio sobre la movilización ciudadana al tiempo que se restringen derechos democráticos básicos como el de reunión, opinión o información. En tercer lugar intervino Yolanda Candela, que realizó un interesantísimo análisis de la evolución de la legislación sobre el aborto en España y los pasos, tan retrógrados como hipócritas, que ha dado el gobierno del PP jaleado por la iglesia católica para restringir este derecho, poniendo en peligro la salud las mujeres, especialmente de las más jóvenes en situación de exclusión social o de violencia familiar. También informó Yolanda de la existencia de la Red Federica Montseny, formada por emigrantes españolas solidarias en garantizar el aborto en condiciones dignas y seguras tanto a mujeres españolas en el extranjero como apoyando a sus colegas en los distintos países. Después Daniel Pérez ayudó a descorrer el tupido cortinón que oculta la información acerca de las negociaciones del TTIP (Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión) entre la Union Europea y EEUU. Partiendo de la base de que poco se sabe, algo se intuye y mucho se oculta, hizo un  claro y detallado análisis de los intereses espurios que las grandes corporaciones tienen en la firma de esos acuerdos, que relegarían a los estados soberanos a meras comparsas de los lobbies económicos y equipararía por la mínima la seguridad del consumidor y los derechos del trabajador en ambas orillas del Atlántico. Por último volvió a intervenir Miguel Ángel con un tema  que afecta más específicamente a los emigrantes pero que tiene efectos políticos en España: las dificultades que la introducción del voto rogado implican para los españoles emigrados y que han llevado a un dramático descenso de la participación electoral en tres años del 32% al 5%. Se cerró la primera parte del acto con la presentación de la página web que Marea Granate Zürich ha creado para denunciar la  verdadera “marca España” –no la que vende, pagada con dinero público y a veces escandalosamente casposa, la “marca España” institucional.

La presentación de Marea Granate Zürich fue tan interesante y completa que generó un interesante coloquio con el público que probablemente se podía haber prolongado más allá que la hora larga que duró. Entre los asistentes se encontraban jóvenes por debajo de la treintena pero también muchos miembros del Ateneo, entre ellos alguno de sus fundadores, rozando los 80 años. Y en esa sala llena de españoles de distintas edades y trayectorias vitales, con diversas motivaciones para emigrar y, aunque se respiraba una inequívoca sensibilidad de izquierdas entre esas cuatro paredes, seguro que votantes de distintos partidos, se habló durante más de una hora de política. Se pudo hacer política con mayúsculas: a fondo, con apasionamiento, tocando incluso temas hasta hace poco tabú, pero sin que nadie perdiera el respeto, sin que nadie tirara a la cara del otro ninguna sigla política, sin que nadie perdiera de vista que lo más importante es la unidad, la información, la conciencia política y la movilización cívica para poder revertir todos los retrocesos en derechos y libertades que bajo la excusa de la crisis económica o de la seguridad ciudadana caen como losas sobre muestras democracias.

Por supuesto que quedan tareas por hacer. Falta, como decía Yolanda, que a esos “cuatro gatos” que conforman hoy Marea Granate Zürich nos unamos muchos más hasta hacer manada…o jauría, que mete más ruido. Falta una mayor cooperación con algunas de las mareas nacionales, como la Marea Verde, para que quede claro lo que los españoles dentro y fuera del país compartimos problemas y objetivos. Falta engrasar la colaboración entre Marea Granate y otras movilizaciones por los derechos de los inmigrantes, como la que lucha a través de la Plataforma REALCE y de distintas APAS por la vuelta a la presencialidad en la enseñanza de lengua y cultura española para los hijos de los emigrados españoles. O falta captar el interés de los emigrantes de segunda generación, que frente a sus padres o a los que han llegado más recientemente, tienen vínculos emocionales menos estrechos con España, lo que suele conllevar también una implicación política de menor intensidad.

Pero a pesar de los retos pendientes el acto de ayer demuestra que la unidad ciudadana y la conciencia plena del retroceso histórico que estamos viviendo, y que hay que parar con urgencia, rompe posibles barreras generacionales. Y confirma también que solo desde la unidad y el compromiso podemos cambiar las cosas. Se disipan, pues, muchos nubarrones. Recordaba ayer uno de los participantes del público a Gramsci y la necesidad de conjugar “el pesimismo de la razón” con “el optimismo de la voluntad”. Gracias, Marea Granate de Zürich y Ateneo Popular Español de Zürich, por hacerlo posible con las distintas herramientas que tenéis a vuestro alcance.







 

jueves, 5 de febrero de 2015

La llave


Tengo la manía de llevar bolsos enormes y oscuros, donde todo se me pierde irremediablemente. Lo peor, ese manojo de llaves que a veces te da disgustos. Las he perdido, fijo, y el pánico te asalta unos segundos. Entonces agitas el enorme bolsón con fuerza y las oyes tintinear: estar, están. Alivio. No me tengo que quedar fuera con el frío que hace. O con lo cansada que estoy. O con la cantidad de cosas que tengo por hacer en casa. Ahora ya es solo cuestión de paciencia y de un par de minutos dar con ellas, meterlas en la cerradura (a veces a tientas, que la luz de la entrada funciona a su capricho) y ya, por fin, en casa.

La otra noche, al repetir este gesto cotidiano, se me vino a la cabeza la imagen de José y Ana María. Y, sobre todo, de sus hijos, la mayor de la edad de mi hija Sofía. Aunque ellos encuentren su llave en el bolso, ya de nada les sirve. Ya no pueden entrar en su casa, en su mundo, con sus recuerdos. La imagen de un guiso preparado la víspera y que se quedaba en la nevera sin que nadie diera cuenta de él me hizo llorar de nuevo de pena y de una inmensa rabia. No sé si mi querida Fani Grande tendrá grapas suficientes para agarrarme el hígado.

Francisco Javier Recio narraba en El Mundo el pasado 1 de febrero la historia dantesca de una familia de Dos Hermanas que al volver a casa a la hora de comer se encontró con que su llave ya no encajaba en la cerradura. Con que el guiso se quedaba en la nevera. Con que los niños no iban a poder hacer los deberes en su cuarto. La familia Salas Pérez había sido víctima de un “desahucio silencioso”, de esos de los que apenas tenemos noticia porque falta el preaviso para que la PAH o los colectivos locales se movilicen. Y porque se producen sin ese indecente despliegue de lecheras policiales que tanto sonrojo nos provoca. Alguien está solo en la puerta de la que en horas ha dejado de ser su casa, sin un voluntario al que abrazarse llorando ni un funcionario judicial al que increpar. No me puedo imaginar mayor desamparo.

Los elementos que configuran esta historia desgarradora son ya habituales en las noticias: una familia víctima del paro de larga duración y dependiente de la concatenación de trabajos precarios y esporádicos y de la ayuda de la familia; un banco, el BBVA en este caso, que prefiere incrementar su bolsa de pisos vacíos a ofrecer una solución socialmente responsable a una familia; un juzgado que ejecuta una orden de desahucio, desatendiendo un  derecho constitucional elemental; unos políticos autonómicos y locales que solo reaccionan cuando la presión mediática puede ser dañina para sus intereses electorales.

Pero, además, en la ejecución sigilosa de este desahucio hay dos actores de reparto cuya presencia me obsesiona desde que leí la noticia. Que nadie me malinterprete, no me siento nada cómoda señalándolos, porque soy consciente de que su grado de responsabilidad en esta historia es infinitamente menor que la de los factores que nombré antes. Pero estuvieron allí y fueron necesarios. Ellos tuvieron el poder físico sobre una llave que separaba a una familia de su propia vida.

Cuando hace casi 20 años el politólogo Daniel Goldhagen señaló la complicidad (más o menos silenciosa, más o menos activa) de los “alemanes corrientes” en el Holocausto nazi, se generó una enorme controversia. Los juicios de Nüremberg y más adelante los procesos habidos contra militares golpistas por los crímenes perpetrados en las dictaduras latinoamericanas habían establecido que los autores físicos de un crimen de lesa humanidad no podían parapetarse tras la obediencia debida dentro de la estructura jerárquica del ejército. Pero claro, más polémico y doloroso era plantear que ciudadanos normales y corrientes, que en su vida habrían matado una mosca, tuvieran que asumir que con su acción –o su inacción- habían contribuido a que se cometiesen crímenes dantescos. Es un debate que se abrió y aún hoy sigue generando encendidas discusiones e hiriendo muchas sensibilidades. Pero es el precio que hemos de pagar si miramos de frente a nuestro pasado y queremos ser honestos, consecuentes y extraer enseñanzas útiles para entender el presente e intentar construir un futuro mejor. Sin huir de nuestra responsabilidad y siendo conscientes de que cada uno tenemos en cierta medida la capacidad de cambiar el mundo que nos rodea: para bien, que sería lo razonable. Pero también podemos empeorarlo.

El policía recibe la orden de descargar contra los manifestantes, pero él (o ella) es el responsable de la intensidad con que emplea su porra o de apretar el gatillo que lanza la pelota de goma que destroza un globo ocular o remata a un inmigrante medio ahogado. El empleado de la caja recibe la orden de liarse a vender preferentes para alcanzar los objetivos, pero es él (o ella) quien mira a los ojos de esa pareja de ancianos (clientes de toda la vida) mientras les da el bolígrafo con el que firmar una preferente que sabe que los despoja de sus ahorros. El empleado (o empleada) de la ETT recibe la orden del responsable de la filial de rescindir el contrato de esa madre soltera con argumentos peregrinos, pero son sus labios los que repiten las mentiras más infames.

Claro que luego está elbombero que recibe la orden de reventar la cerradura de una anciana paradesahuciarla y desobedece, porque defiende que él está ahí para salvar vidas y no para destrozarlas. Y sabes que si hubiese más Robertos se producirían menos barbaridades. Que anteponer la ética, los derechos humanos, la empatía y la cercanía al sufrimiento a la obediencia a la norma (o al jefe, o a la cuenta de beneficios) haría nuestra sociedad más digna.

Y entonces pienso en el cerrajero que recibe un encargo para cambiar una cerradura sin conocimiento de los habitantes de ese hogar. Y pienso que si en toda Sevilla no hubiesen encontrado un solo cerrajero dispuesto a ello, Ana María y sus hijos habrían almorzado ese guiso el jueves en su casa.

Y luego pienso en ese empleado de banco, fastidiado por tener que apurar la tarde de viernes en abrir (rapidito, que no quiero perder el tiempo) la puerta a un padre desesperado que llena dos bolsas de plástico. Y me pregunto, muy en serio, si no habría dormido mucho mejor dejando esa maldita llave a esa familia durante el fin de semana para que pudiesen empaquetar su vida con dignidad.

Ya, ya sé que ni el cerrajero ni el empleado del BBVA son los responsables últimos. Ya, ya sé, que a lo mejor el uno es una autónomo que apenas llega a fin de mes y el otro un empleado que ve peligrar su puesto de trabajo en el próximo ERE. Pero con todo y con ello, me cuesta entenderlos.

Dos trabajadores normales, seguro que buenas personas, son incapaces de anteponer la ética a la obediencia complaciente. No significarse, que repetían cual mantra los prudentes durante la dictadura. Y, otra vez, las malditas mayorías silenciosas. Hoy preferimos no pensar en lo que significa la llave de su casa para una familia. Mañana nos creeremos que la culpa de nuestros bajos salarios es del inmigrante que ha venido a vivir al piso de abajo (nos olvidamos que nuestra hija enfermera también es inmigrante en Alemania). Y al día siguiente decidiremos ponernos dignos conlos griegos, olvidarnos que son compañeros de fatigas y víctimas del mismoenemigo que nos atenaza a nosotros mismos y les exigiremos el pago de la deuda con un tesón que ni los bávaros…

Y, mientras tanto, mientras perdemos en dignidad, humanidad y solidaridad, la llave de nuestro futuro se la habrán quedado los de siempre. Sin vuelta atrás.

lunes, 12 de enero de 2015

Las series del 2014


En el 2014 han pasado tantas “cosas” (esa palabra que a fuerza de oírsela  Rajoy voy a acabar detestando…) y  de ellas tan pocas buenas (retrocesos en las libertades ciudadanas y en los derechos humanos, maltrato a la educación, desprecio por la sanidad pública, corrupción a todos los niveles y en todos los ámbitos,…) que hacer balance del año se me antojaba interminable. Y deprimente. Así que por una vez me evado y voy a hablar de algo a lo mejor mucho más frívolo pero que, no voy a negarlo, me encanta: las series de televisión. Para ello me meto en camisa de once varas y hago de lo que no soy: crítica de televisión. Ahí va la lista (cortita, no os preocupéis). El orden es aleatorio

1.       THE TIME BETWEEN SEAMS

La BBC ha acertado de pleno con esta adaptación del best seller de María Dueñas. Una creación impecable a la que, por mucho que se intente, es difícil encontrar un defecto (quizás el hieratismo de Rubén Cortada, pero su papel es demasiado corto para deslucir el conjunto).  Una producción impecable, rodaje en localizaciones reales y abundantes exteriores, ambientación exquisita y un vestuario que es un personaje más. Pero esta vez la cadena pública británica ha ido un paso más allá y en esta adaptación de una obra literaria ha conseguido superar con creces a la novela de partida: la inolvidable interpretación de Adriana Ugarte nos regala una Sira Quiroga con una variedad de matices de la que carecíamos en la obra de Dueñas. Un regalo.

2.        THE PRINCE

HBO ha apostado fuerte y ha decidido que en televisión hay vida más allá de Madrid, Barcelona o la idílica costa cantábrica. Y lleva la acción de este thriller policiaco a un barrio degradado de Ceuta, donde jóvenes sin expectativas laborales basculan entre el narcotráfico y el yihadismo, y del que hasta hace bien poco la mayoría ignoraba su existencia. Vale, hay concesiones como la enésima recreación de Romeo y Julieta o un uso a veces excesivo del croma. Pero no hay la peor de las concesiones posibles en una serie policiaca: no hay buenos y malos. O, al menos, los buenos tienen claroscuros y los malos, a veces, principios. Y la policía es corrupta, los agentes del CNI a veces caen en la chapuza y otras rozan la tortura, los yihadistas captan adolescentes allí donde los servicios sociales y la igualdad de oportunidades no llega... Es una serie que (felizmente) solo la pueden ver adultos. Adultos dispuestos a aceptar que a la vuelta de la esquina existen submundos cuya existencia preferirían ignorar. Y adultos dispuestos a disfrutar de la colosal interpretación de José Coronado y el elenco de secundarios (aquí, hasta Cortada se salva).

3.       ELIZABETH

Poco queda por decir de un clásico de la televisión que ha llegado a su fin con una inmerecida bajada en sus audiencias, pero con un reconocimiento general de crítica y público. Tras una segunda temporada que acusó el cambio de los guionistas originales y creadores de la serie, la tercera y última temporada de esta serie histórica tan típicamente británica ha remontado el vuelo (siempre y cuando olvidemos la escena en la que Colón toca tierra al mismo tiempo que todos nos acordamos de la familia del creador del croma). Los guionistas han conseguido encontrar un tono coherente y la vuelta a las tramas de alta política entretejidas con los dramas personales la ha dotado de gran fuerza. Como el equipo artístico es inmejorable, me quedo solo con la protagonista, una joven Michelle Jenner que ha sido capaz de sostenerle la mirada desde el lecho de una mujer moribunda a un colosal Cisneros encarnado por Eusebio Poncela. Un lujo.

4.       JOHNYS BEACH SNACK BAR

Vale, confieso que en circunstancias normales nunca me hubiese sentado a ver esta serie de la Fox. Me daba más pereza que una adaptación de Cheers  hecha por españoles (esos seres incompetentes que, como cualquier buen seriéfilo que se precie sabe, solo han hecho bien una serie en los últimos 30 años y encima la emitieron en un canal de pago). Pero sucumbí a la llamada de las playas de Peñíscola que, por razones que no vienen al caso, significan mucho para mí. Así que superé el repelús que me causa el histrionismo de Jesús Bonilla e intenté pensar en mi debilidad por el Langui, en que Blanca Portillo es grande hasta cuando hace papeles en los que no nos aterroriza y en el castillo del Papa Luna. A veces es mejor carecer de expectativas porque con ese punto de partida me llevé una agradable sorpresa y fui capaz, contra todo pronóstico, de verla hasta el final. Jesús Bonilla es Jesús Bonilla, eso nadie lo puede remediar, pero la serie es entretenida. Y más no se espera. Pero tiene algún otro extra con el que no contaba: vemos exteriores (reales, con sus cambios de luz y todo, y lo dice alguien que conoce todas las variedades cromáticas de Peñíscola), Santi Millán sorprende para bien y los guiones a veces tienen fogonazos de la inolvidable Seven Lifes (como cuando desacraliza el mundo de la alta cocina en tiempos de inflación de emplatado televisivo y deconstrucción catódica). Eso sí, podríamos suprimir las tramas infantiles. Del todo. Sin compasión. Porque, felizmente superados los pantacruélicos desayunos multimarca de otros tiempos, la búsqueda del público de todas las edades es el peaje que tenemos que pagar aún demasiado a menudo.

5.       VELVET DEPARTMENT STORE

Channel 4 lo ha vuelto a hacer. Producción preciosista, mimo hecho televisión y el regalo de que en nuestra pantalla vuelvan a aparecer las grandes damas y caballeros de la escena patria (léase aquí José Sacristán y Aitana Sánchez Gijón). Sin embargo, y al contrario de lo que ocurrió con la imprescindible Grand Hotel, en este caso el magnífico envoltorio desvela un contenido decepcionante. Probablemente la nula química de la pareja protagonista y su interpretación entre mediocre (Silvestre) y deplorable (Echevarría) tienen mucha culpa de ello. Tampoco ayuda la comicidad impostada de alguno de los protagonistas y varias tramas endebles y poco creíbles. Y, lo más sorprendente: Velvet se desarrolla teóricamente en el Madrid de principios de los sesenta. De acuerdo, no en el Pozo, o en Vallecas o en algún otro enclave donde llegaba la inmigración de aluvión. Pero tampoco se entiende que entre tanto glamour nadie ponga la radio y escuche las noticias de un país que era una dictadura ni que los trabajadores de las galerías vivan en un microcosmos más propio de los albores del siglo, sin plantearse nada y ajenos a cualquier sufrimiento más allá del sotano de unos grandes almacenes y de la barra de un bar donde se codeaban (oh, sorpresa) señores y empleados. Pero entonces aparece el gran Asier Etxeandía (estoy convencida de que Asier y Sacristán tienen unos guionistas exclusivos solo para ellos), una franca e inevitable sonrisa ilumina mi cara y desisto de cambiar de canal.

6.       BROTHERS

La sorpresa de la temporada. La serie ha tenido datos de audiencia discretos, que nos podrían llevar a pensar que el público no está lo suficientemente maduro para series distintas y poco complacientes. Creo que no es así, simplemente esta vez HBO no ha visto compensado el esfuerzo de apostar por un planteamiento innovador y en un formato poco común (6 capítulos, probablemente a temporada única). Tres vidas divergentes planteadas en paralelo, recorriendo algunos de los principales acontecimientos sociopolíticos españoles y europeos, con giros argumentales sorprendentes e inmensos actores de reparto (Elvira Mínguez, Carlos Hipólito, Víctor Clavijo) son un reto para el espectador. De repente uno ve reflejado por primera vez en la pequeña pantalla una especie de Club Bildeberg (aunque carece de nombre) en el que banqueros, políticos, profesores de universidad y otros personajes “relevantes” funcionan como una logia secreta que mueve los hilos de la política y la economía del país. Y piensas entonces que es un argumento interesante y original, sobre todo en los tiempos que corren en los que dudamos (tenemos la obligación de dudar) de todo lo que nos rodea, aunque puedas llegar a plantearte si los guionistas no se han pasado un poco de frenada y que esto no es ni Red Eagle ni Game of Thrones. Pero claro, luego te desayunas una semana con las tarjetas black de Bankia y a la siguiente te meriendas con la “Operación Púnica” y corriges tu primera impresión. En realidad los guionistas de la serie andaban escasos de imaginación perversa. Y sí: es preferible y algo más romántico que, como Álvaro Cervantes, celebres tu rito de iniciación en un salón gótico y regado con cuatro gotas de cera hirviendo a que te planten en la cabeza unos sesos de jabalí en un salón plagado de cabezas de venado. Donde va a parar…

Este es el balance que seguramente yo hubiese publicado si me dedicase a esto. Y a lo mejor la crítica que otros hubieran escrito si las series, en efecto, hubiesen contado con un título en inglés o en danés, provenientes de canales como la BBC o la sacrosanta HBO. Pero más bien nos topamos una y otra vez con tópicos y lugares comunes que usan sistemáticamente un aire despectivo y paternalista con la producción televisiva española. Parece que el fenómeno que lastró durante años al cine español (para asombro de extraños pero aplauso de los propios) ha saltado a la crítica televisiva. Cualquiera podría llegar a pensar que no existe vida más allá de la HBO. Bueno, sí, Crematorio y ya, si eso, se es condescendiente con Isabel. El resto es para público poco avezado y que no sabe deleitarse con las mieles de las series DE VERDAD. Pero esta actitud, estos prejuicios, estas críticas (por cierto, tan parecidas unas a otras), empiezan a cansar, por lo menos a mí, particularmente, me dan una inmensa pereza. Existen sin duda magníficas series americanas, británicas y europeas (continentales, se entiende), como también podremos encontrar bazofia. O series previsibles, o con concesiones comerciales innecesarias para la trama. Con magníficos guiones y con guiones mediocres. Con actores soberbios y otros perfectamente olvidables. Exactamente igual que ocurre en España, solo que, no lo olvidemos, con muchos vientos en contra en nuestro país: a esa actitud de muchos críticos, se suman las guerras entre cadenas por un prime time  en horarios inhumanos que obliga a crear episodios larguísimos, las trabas administrativas  y, lo fundamental, la falta de presupuesto. Lo recordaba este pasado domingo Javier Olivares, y tiene razón. De hecho, si a Montoro le presentásemos el coste de producción de un solo episodio de Juego de tronos o Homeland para proponerle que TVE se debería de mover en cifras similares, igual dimitía del susto. Tentador, habrá que plantearse esa estrategia…

Y ahora os dejo que, aunque sea en diferido, no me pierdo el estreno de Víctor Ros. Tengo esa “mala costumbre” de engancharme a series españolas :-)