lunes, 12 de enero de 2015

Las series del 2014


En el 2014 han pasado tantas “cosas” (esa palabra que a fuerza de oírsela  Rajoy voy a acabar detestando…) y  de ellas tan pocas buenas (retrocesos en las libertades ciudadanas y en los derechos humanos, maltrato a la educación, desprecio por la sanidad pública, corrupción a todos los niveles y en todos los ámbitos,…) que hacer balance del año se me antojaba interminable. Y deprimente. Así que por una vez me evado y voy a hablar de algo a lo mejor mucho más frívolo pero que, no voy a negarlo, me encanta: las series de televisión. Para ello me meto en camisa de once varas y hago de lo que no soy: crítica de televisión. Ahí va la lista (cortita, no os preocupéis). El orden es aleatorio

1.       THE TIME BETWEEN SEAMS

La BBC ha acertado de pleno con esta adaptación del best seller de María Dueñas. Una creación impecable a la que, por mucho que se intente, es difícil encontrar un defecto (quizás el hieratismo de Rubén Cortada, pero su papel es demasiado corto para deslucir el conjunto).  Una producción impecable, rodaje en localizaciones reales y abundantes exteriores, ambientación exquisita y un vestuario que es un personaje más. Pero esta vez la cadena pública británica ha ido un paso más allá y en esta adaptación de una obra literaria ha conseguido superar con creces a la novela de partida: la inolvidable interpretación de Adriana Ugarte nos regala una Sira Quiroga con una variedad de matices de la que carecíamos en la obra de Dueñas. Un regalo.

2.        THE PRINCE

HBO ha apostado fuerte y ha decidido que en televisión hay vida más allá de Madrid, Barcelona o la idílica costa cantábrica. Y lleva la acción de este thriller policiaco a un barrio degradado de Ceuta, donde jóvenes sin expectativas laborales basculan entre el narcotráfico y el yihadismo, y del que hasta hace bien poco la mayoría ignoraba su existencia. Vale, hay concesiones como la enésima recreación de Romeo y Julieta o un uso a veces excesivo del croma. Pero no hay la peor de las concesiones posibles en una serie policiaca: no hay buenos y malos. O, al menos, los buenos tienen claroscuros y los malos, a veces, principios. Y la policía es corrupta, los agentes del CNI a veces caen en la chapuza y otras rozan la tortura, los yihadistas captan adolescentes allí donde los servicios sociales y la igualdad de oportunidades no llega... Es una serie que (felizmente) solo la pueden ver adultos. Adultos dispuestos a aceptar que a la vuelta de la esquina existen submundos cuya existencia preferirían ignorar. Y adultos dispuestos a disfrutar de la colosal interpretación de José Coronado y el elenco de secundarios (aquí, hasta Cortada se salva).

3.       ELIZABETH

Poco queda por decir de un clásico de la televisión que ha llegado a su fin con una inmerecida bajada en sus audiencias, pero con un reconocimiento general de crítica y público. Tras una segunda temporada que acusó el cambio de los guionistas originales y creadores de la serie, la tercera y última temporada de esta serie histórica tan típicamente británica ha remontado el vuelo (siempre y cuando olvidemos la escena en la que Colón toca tierra al mismo tiempo que todos nos acordamos de la familia del creador del croma). Los guionistas han conseguido encontrar un tono coherente y la vuelta a las tramas de alta política entretejidas con los dramas personales la ha dotado de gran fuerza. Como el equipo artístico es inmejorable, me quedo solo con la protagonista, una joven Michelle Jenner que ha sido capaz de sostenerle la mirada desde el lecho de una mujer moribunda a un colosal Cisneros encarnado por Eusebio Poncela. Un lujo.

4.       JOHNYS BEACH SNACK BAR

Vale, confieso que en circunstancias normales nunca me hubiese sentado a ver esta serie de la Fox. Me daba más pereza que una adaptación de Cheers  hecha por españoles (esos seres incompetentes que, como cualquier buen seriéfilo que se precie sabe, solo han hecho bien una serie en los últimos 30 años y encima la emitieron en un canal de pago). Pero sucumbí a la llamada de las playas de Peñíscola que, por razones que no vienen al caso, significan mucho para mí. Así que superé el repelús que me causa el histrionismo de Jesús Bonilla e intenté pensar en mi debilidad por el Langui, en que Blanca Portillo es grande hasta cuando hace papeles en los que no nos aterroriza y en el castillo del Papa Luna. A veces es mejor carecer de expectativas porque con ese punto de partida me llevé una agradable sorpresa y fui capaz, contra todo pronóstico, de verla hasta el final. Jesús Bonilla es Jesús Bonilla, eso nadie lo puede remediar, pero la serie es entretenida. Y más no se espera. Pero tiene algún otro extra con el que no contaba: vemos exteriores (reales, con sus cambios de luz y todo, y lo dice alguien que conoce todas las variedades cromáticas de Peñíscola), Santi Millán sorprende para bien y los guiones a veces tienen fogonazos de la inolvidable Seven Lifes (como cuando desacraliza el mundo de la alta cocina en tiempos de inflación de emplatado televisivo y deconstrucción catódica). Eso sí, podríamos suprimir las tramas infantiles. Del todo. Sin compasión. Porque, felizmente superados los pantacruélicos desayunos multimarca de otros tiempos, la búsqueda del público de todas las edades es el peaje que tenemos que pagar aún demasiado a menudo.

5.       VELVET DEPARTMENT STORE

Channel 4 lo ha vuelto a hacer. Producción preciosista, mimo hecho televisión y el regalo de que en nuestra pantalla vuelvan a aparecer las grandes damas y caballeros de la escena patria (léase aquí José Sacristán y Aitana Sánchez Gijón). Sin embargo, y al contrario de lo que ocurrió con la imprescindible Grand Hotel, en este caso el magnífico envoltorio desvela un contenido decepcionante. Probablemente la nula química de la pareja protagonista y su interpretación entre mediocre (Silvestre) y deplorable (Echevarría) tienen mucha culpa de ello. Tampoco ayuda la comicidad impostada de alguno de los protagonistas y varias tramas endebles y poco creíbles. Y, lo más sorprendente: Velvet se desarrolla teóricamente en el Madrid de principios de los sesenta. De acuerdo, no en el Pozo, o en Vallecas o en algún otro enclave donde llegaba la inmigración de aluvión. Pero tampoco se entiende que entre tanto glamour nadie ponga la radio y escuche las noticias de un país que era una dictadura ni que los trabajadores de las galerías vivan en un microcosmos más propio de los albores del siglo, sin plantearse nada y ajenos a cualquier sufrimiento más allá del sotano de unos grandes almacenes y de la barra de un bar donde se codeaban (oh, sorpresa) señores y empleados. Pero entonces aparece el gran Asier Etxeandía (estoy convencida de que Asier y Sacristán tienen unos guionistas exclusivos solo para ellos), una franca e inevitable sonrisa ilumina mi cara y desisto de cambiar de canal.

6.       BROTHERS

La sorpresa de la temporada. La serie ha tenido datos de audiencia discretos, que nos podrían llevar a pensar que el público no está lo suficientemente maduro para series distintas y poco complacientes. Creo que no es así, simplemente esta vez HBO no ha visto compensado el esfuerzo de apostar por un planteamiento innovador y en un formato poco común (6 capítulos, probablemente a temporada única). Tres vidas divergentes planteadas en paralelo, recorriendo algunos de los principales acontecimientos sociopolíticos españoles y europeos, con giros argumentales sorprendentes e inmensos actores de reparto (Elvira Mínguez, Carlos Hipólito, Víctor Clavijo) son un reto para el espectador. De repente uno ve reflejado por primera vez en la pequeña pantalla una especie de Club Bildeberg (aunque carece de nombre) en el que banqueros, políticos, profesores de universidad y otros personajes “relevantes” funcionan como una logia secreta que mueve los hilos de la política y la economía del país. Y piensas entonces que es un argumento interesante y original, sobre todo en los tiempos que corren en los que dudamos (tenemos la obligación de dudar) de todo lo que nos rodea, aunque puedas llegar a plantearte si los guionistas no se han pasado un poco de frenada y que esto no es ni Red Eagle ni Game of Thrones. Pero claro, luego te desayunas una semana con las tarjetas black de Bankia y a la siguiente te meriendas con la “Operación Púnica” y corriges tu primera impresión. En realidad los guionistas de la serie andaban escasos de imaginación perversa. Y sí: es preferible y algo más romántico que, como Álvaro Cervantes, celebres tu rito de iniciación en un salón gótico y regado con cuatro gotas de cera hirviendo a que te planten en la cabeza unos sesos de jabalí en un salón plagado de cabezas de venado. Donde va a parar…

Este es el balance que seguramente yo hubiese publicado si me dedicase a esto. Y a lo mejor la crítica que otros hubieran escrito si las series, en efecto, hubiesen contado con un título en inglés o en danés, provenientes de canales como la BBC o la sacrosanta HBO. Pero más bien nos topamos una y otra vez con tópicos y lugares comunes que usan sistemáticamente un aire despectivo y paternalista con la producción televisiva española. Parece que el fenómeno que lastró durante años al cine español (para asombro de extraños pero aplauso de los propios) ha saltado a la crítica televisiva. Cualquiera podría llegar a pensar que no existe vida más allá de la HBO. Bueno, sí, Crematorio y ya, si eso, se es condescendiente con Isabel. El resto es para público poco avezado y que no sabe deleitarse con las mieles de las series DE VERDAD. Pero esta actitud, estos prejuicios, estas críticas (por cierto, tan parecidas unas a otras), empiezan a cansar, por lo menos a mí, particularmente, me dan una inmensa pereza. Existen sin duda magníficas series americanas, británicas y europeas (continentales, se entiende), como también podremos encontrar bazofia. O series previsibles, o con concesiones comerciales innecesarias para la trama. Con magníficos guiones y con guiones mediocres. Con actores soberbios y otros perfectamente olvidables. Exactamente igual que ocurre en España, solo que, no lo olvidemos, con muchos vientos en contra en nuestro país: a esa actitud de muchos críticos, se suman las guerras entre cadenas por un prime time  en horarios inhumanos que obliga a crear episodios larguísimos, las trabas administrativas  y, lo fundamental, la falta de presupuesto. Lo recordaba este pasado domingo Javier Olivares, y tiene razón. De hecho, si a Montoro le presentásemos el coste de producción de un solo episodio de Juego de tronos o Homeland para proponerle que TVE se debería de mover en cifras similares, igual dimitía del susto. Tentador, habrá que plantearse esa estrategia…

Y ahora os dejo que, aunque sea en diferido, no me pierdo el estreno de Víctor Ros. Tengo esa “mala costumbre” de engancharme a series españolas :-)

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